Tzvetan Todorov, volteriano solemne

Foto: Miguel Riopa

 

De entre las artes que sobreviven, algunas son más introvertidas que otras, por utilizar el lenguaje psicológico de Jung. La música, por ejemplo, tiende más a encerrarte en su mundo de sonidos, mientras que la literatura, sin embargo, extrovertida ella, suele expulsar a sus adoradores al mundo del cual se está hablando en los textos. Ese fue el caso de Torodov, que comenzó su carrera intelectual en la semiótica y la teoría de la literatura y acabó interesándose por todo, como una flor que se alimenta de agua para acabar por abrir sus petalos al sol. Puesto que la literatura ha sido sobre todo europea durante muchos siglos, tanto porque no conocíamos otras como porque ha sido la más fecunda en comentarios críticos sobre sí misma, Torodov pasó a través de ella como un fantasma de relato fantástico para arribar a un europeismo cultural militante que muchos echamos de menos hoy. Leí hace poco un excelente reportaje fotográfico en formato de cómic de Carlos Spottorno y Guillermo Abril titulado “La grieta” que venía a documentar eso: lo que Europa todavía supone para el mundo y de los límites, las fracturas que la separan de él y en las que fracasa sangrantemente. No nos hacemos verdadera idea de que Europa ha sido un lugar muy rico, en todos los sentidos, del mundo civilizado, y lo que perderíamos si por unas causas u otras redujese o malversase su papel histórico. Torodov era de los que se daban cuenta, pero precisamente para señalar lo opuesto a un amor por determinadas fronteras frente a otras. De lo que se trataba, para él, por el contrario, era de remarcar la tradición individualista europea, el humanismo ilustrado, y por esa razón le tildo aquí de “volteriano”.

 

 

Era, sin embargo, un volterianismo solemne, primero porque raramente practicaba el humor acerbo de Voltaire, y después porque  no escribía cuentos ni obras de teatro para regocijo de sus amigos. Pero, a la vez, también era un solemne volteriano, como cuando se dice “solemne pelmazo”, en el sentido algo peyorativo de que eso que era lo era con fuerza y una seriedad incontenida. En este aspecto, su trayectoria recuerda bastante, digamos que se muestra algo paralela, a la de Noam Chomsky, que también comenzó en la lingüística, pero en europeo en vez de norteamericano. Torodov había nacido en Bulgaria, que actualmente es el país más pobre de la Unión Europea, pero uno de los más destacados en la producción de cerebros despiertos, como yo he podido comprobar alguna vez. Escribió:

 “Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera. Nadie es definitivamente bárbaro o civilizado y cada cual es responsable de sus actos.”

Que la tierra le sea leve, tal y como dicen ahora los laicos…

 

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