Lo solo del animal

esa agua es la casa de la nutria,

el brillo oscuro,

su alegría fría,

la corriente en la noche

su rapidez de nadadora

 

Comienza así Lo solo del animal (Tusquets, 2012), nuevo libro de Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, Asturias, 1950), voz de certera pureza dentro del actual panorama poético español, que mereciera en 2007 el Premio Nacional por su anterior publicación, Y todos estábamos vivos (también editado por Tusquets). Si comparamos los versos que cerraban dicha publicación con los anteriormente citados, comprobamos que la línea que los hace aparecer en volúmenes separados es tan fina como sólida y perceptible:

Diré tu nombre para traerte, vendrás

por la raíz, por el humor

del tronco, por los círculos

de tus años, por las hojas

vendrás al cimbrearse

altos los que hablan de ti.

Para los que acostumbran a escribir sus poemas como entes independientes resulta tarea ardua pero gratificante comprobar después cómo esos mismos poemas buscan entre sí posibles agrupaciones, crean vínculos que hasta para el mismo autor son un descubrimiento. Como natural continuación que Lo solo del animal es de Y todos estábamos vivos, presenta similares características (extensión, estructura, construcción y cadencia del verso), pero el lugar que en Y todos estábamos vivos ocupaba una sombra negrísima, muerte y enfermedad que sobrevuelan las palabras en comunión/oposición con el título que las engloba (estábamos vivos, donde se revela fundamental el uso del pretérito), lo ocupan en Lo solo del animal amplios, luminosos claros. Si bien uno y otro libro emplean vocablos semejantes, lo que visten de fondo enseña su diferencia: solemnidad frente a ligereza, pesadumbre frente a levedad. No quiere esto decir que Lo solo del animal sea un libro insustancial, sino que centra su atención en celebrar la salpicadura de vida en medio de la oscuridad existencial, sin pecar de optimista, como tampoco su antecesor pecaba de pesimista. Lo que en última instancia persiguen ambos es macerar destellos y punzadas vitales, extraer de la experiencia un sentido codificado que contiene y sólo es revelado y traducido en forma de poesía.

No hay en la obra de Olvido García Valdés islas artificiales. Sus puntos de asentamiento son encontrados, no fabricados. No busca crear la imagen definitiva o el metro incontestable, ni establecer novedosos puntos de vista. No pretende epatar con bombardeos o forzadas deconstrucciones de la palabra. Es una obra escrita desde la conciencia, que no se ha dejado tentar por temáticas de moda o florituras de la modernidad, y sin embargo no ha dejado de participar de dicha modernidad, porque sabe encontrar una vereda lógica para topar con ella. En palabras de la propia autora:

La poesía trabaja con los materiales de la vida; un poema es un lugar raro en que se guarda la vida. Raro, porque de pronto está ahí, afuera, resultado de una experiencia interior al fundirse con los materiales que la expresan; pero a la vez un poema no llega nunca a objetivarse, permanece, permeable y abierto, esperando que quien lo lee lo active de nuevo. En él se imprimen una sensibilidad y carácter, el impulso de una voz, es decir, cierta organización sintáctica, una temperatura, la distancia desde la que se habla; la relación, en fin, de quien habla, con la muerte.

Efectivamente, los poemas de Olvido García Valdés no son rígidos. Lo críptico de su lenguaje no es hermético sino íntimo, necesario, y la disposición de sus versos, de sus células silábicas incluso, es voluble. Los versos podrían cortarse según diferentes patrones, que variarían levemente su sentido sin trastocar el sentido general del conjunto al que pertenecen. Esto es porque no siguen un ritmo metronómico, pero tampoco cambian bruscamente de compás. Son esculturas móviles, que giran con la misma serenidad con que merecen ser leídos, con la que los lee su artífice (la voz de Olvido en la realidad es suave y cadenciosa, transmite armónicamente la misma calma de la conciencia desde la que la autora percibe y enfoca la vida). Ella misma se define a la perfección cuando habla de imprimir temperatura, pues en sus poemas, realiza a la experiencia una toma de temperatura sin diagnóstico, es decir, observa y aprehende un momento en la vida, pero no juzga qué debería hacerse de él, sino que lo moldea per se, recrea el pensamiento en la fascinación de que haya sucedido, expresando la reverberación producida en el yo.

En Lo solo del animal, Olvido García Valdés ha intensificado estos juegos de llamativa pero no caprichosa partición de versos (de los que gusta), las iteraciones de palabras (que domina) y la colocación fusionada y paralela de imágenes contrastantes en un mismo poema, algo inusual en su obra anterior. También ha unido a su habitual galería fáunica (toda clase de insectos, aves, mamíferos) algunos entes humanos. Pero no lo hace en aras de una impostada superación de su propio estilo, sino como coherente prolongación de su universo poético. Veamos algunos ejemplos:

era una conversación, una y otra vez

estaba afuera, eran dos hombres

conversando ahí afuera antes

de amanecer, una y otra

vez ante el muro y la puerta

indiscernibles las frases, solo

fluencia de tonos, lo peculiar

de la voz

no hacía viento

no había luz, intermitente

escucha la conciencia

******

era ratón, madre

de bajo tierra luz, el rostro

cincelado, negra y ratón

inhóspita energía, negra

y vigía, cómo te mira, cómo

no das abasto, hurona

de labios prietos, ah

(de alfileres y luz) las

extraordinarias manos

******

le envuelven los sonidos, no localiza

con precisión de dónde vienen

pareciera de enfrente y son

de atrás, le resulta lejano

y ve al pájaro ahí mismo

en esa rama, giran seres

y afectos empujándose, opaco

casi violento mirar fuera

Cómo hablarían estas mismas palabras de haberse agrupado en diferentes renglones es un juego al que invitan mientras se leen, gracias a la sugerente ligazón que tan pronto interrumpe los sintagmas como une sus piezas en inesperados segmentos. Pero todas esas carambolas de la forma no obstaculizan la sutil intromisión que producen en la conciencia del lector, en quien, acabado el poemario, adquiere cuerpo la idea general que transmite el conjunto, un cuerpo en forma de certeza de aristas leves (título de una de las partes del libro), no por etéreo menos perceptible, y una idea que no es otra que la del hombre como animal, y por tanto, como ser en última instancia solo. Ya en Y todos estábamos vivos había un poema que anticipaba esta idea, ahora convertida en eje central de este nuevo libro. Decía así

si me dejaras ir contigo en la noche,

en la hora parda del metro, antes

de amanecer, si pudiera acoger,

contemplar todo hueso tu rostro el gesto

de fiera que piensa y vive sola, si no

se removieran airadas las palabras,

si no sintiera el viento que azota los

árboles arriba; qué hice que no

recuerdo, qué hicieron, dónde

ocurre la vida y es libre y no

benigna, dónde con su herida

lo solo del animal

Sin embargo, esta soledad no desazona al hombre, pues como hombre toma conciencia de ella y de sí, y de sí dentro de ella, y todo ello lo asume para, como el animal, vivir conforme a ella, sereno con ella. Esa tranquilidad de espíritu es la que impregna toda la obra de Olvido García Valdés y en especial esta última y magnífica colección de poemas. Como afortunado alumno que el autor de este artículo fue de la escritora, quiere con él rendirle un merecido y sincero homenaje.

El árbol nervioso de la grieta

en la vasija, de la boca

a la panza, entera y tocada, lustrosa

en su baño de aceite. No cura

el aceite, pero cada poro del

barro lo bebe hasta hacerlo

desaparecer sin dejar huella. Roja

y entera, oscuro sólo el árbol.

*Las imágenes que acompañan el texto son de Santiago Galán

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