En un día como hoy, donde mucha gente se empeña en transformarnos en compartimentos estancos, llenos de estereotipos centrifugos, que parece que nos diferencian mucho, que nos convierten en habitantes de universos distintos e incompatibles, sin puntos de intersección, separados por nuevas fronteras, por emociones, sueños, morales, sexos, edades, identidades o clases supuestamente rotundas y antagónicas, con cada vez más estrindencia, como si el mundo acabara de comenzar y no hubiera existido el siglo XX o tuviera que ser inventado de nuevo al gusto sectario de cada cual, es consolador ver estas dos películas, realizadas en medio del Procés, pero donde la política no aparece por ningún lado, solo relaciones o fantasías entre gente jóven que vive en Barcelona como podría vivir en Madrid o en cualquier ciudad de Europa. Eso me parece que tiene su mérito porque Dani de la Orden con 22 años y habiendo estudiado cine en Barcelona en 2013 podría haber ido por otros derroteros pero, como los guionistas Daniel González, Eric Navarro, Eduard Sola, prefirió apostar por dirigir historias intimistas, esperanzadas, un poco blanditas, supuestamente representativas de su generación de milenials que comenzaban a abrirse paso en la vida: “Barcelona, noche de verano” (2013) y “Barcelona, noche de invierno” (2015).
El chico que se iba a Nueva York y encuentra a una antigua novia besando a su nuevo amor en una librería; el adolescente sin experiencia que es asesorado por su hermanastra para ligarse a una chica de su clase; el futbolista gay que es fichado por el barça y ya no puede exponerse; el predictor traidor que siempre termina dando negativo pero que esta vez cambia la vida de una pareja que todavía no sabe si quieren vivir juntos; el treintañero enamorado de la mujer de su amigo; el rey mago que abandona la cabalgata para perseguir a una chica a la que amaba hace veinte años; el viejo solo que ignoraba que tenía una hija; los amigos que pugnan por follar y terminan haciendo el ridículo. Los jóvenes que siempre se creen tan distintos y siempre se parecen tanto a los que tuvieron su edad alguna vez, sobre todo en la pulsión del deseo y a lo que eso los arrastra, en como los inunda y determina su relación con los otros, en como los impulsa en el juego del cortejo siempre un poco a ciegas y corriendo muchos más riesgos de los que sospechan.
Riesgos también en el salto a la siguiente fase, el de las parejas con hijos que eran tan divertidas y luego están discutiendo todo el rato, alejándose tanto de los amantes deseables que fueron alguna vez, que tienen que visitar por Navidad a los padres y a los suegros con el coche lleno de cachivaches y la tendencia perpetua a las regresiones infantiles que a menudo empeoran con el tiempo y pueden producir catástrofes. Pero en las comedias siempre se arregla todo, se resuelven los malentendidos, los malos no eran tan malos y el amor triunfa por algún motivo mágico, sea por el paso de un cometa o porque es Navidad y al final siempre nos gusta sonreir, aunque sepamos que la vida no siempre es así. Y quizá por eso necesitamos doparnos un poco, incluso conscientemente.
Estas dos películas están más en la estela de “Love Actually” o “Manual d´amore” que en la de “Noche de verano“o “Yo la busco“, son más blandas pero es agradable verlas, darnos cuenta de que hablan de gente como nosotros, contradictoria y cambiante, con intersecciones y lejanías siempre vividas individualmente, como ocurría en las novelas de Marsé o en los versos de Gil de Biedma. De personas similares que puede entenderse sin prejuicios y decidir salir de los sistemas de creencias cerrados que nos infectan los memes estúpidos y sepultan todo lo que mejor somos.