Fleabag, temporada 1: la soledad de la corredora de cementerios

Hasta el más nihilista tiene memoria.

John Irving, El mundo según Garp.

La creadora, guionista y protagonista absoluta de Fleabag, mini-serie que nació en 2016 y acabó el año pasado, con tan sólo dos temporadas de pocos capítulos de escasa duración en su haber, posee un atractivo personal irresistible, y me atrevería a decir que lo sabe. Ella dice que es por el peinado, que es todo un diseño, pero yo creo que es más bien por las muecas. A esta chica le basta con mover un poco algún músculo de la cara -es lo contrario de Jim Carrey, que la contorsiona hasta hacerse daño, estoy seguro- para ser expresiva, para modular en ironía o sorpresa sus muy singulares rasgos. Ante los demás personajes, sobre todo ante los hombres, Fleabag siempre está manejando su máscara como un titiritero, pero cuando se dirige al espectador, primero le lanza un visaje de ojazo desde los tres cuartos de espalda hasta su mismo corazón, y luego con el mínimo esfuerzo le hace entender justo lo que quiere que entienda. Tiene la nariz como un promontorio, y también lo sabe, pero es la nariz de Cleopatra. Los senos pequeños, de los cuales se ríe mucho, pero la espalda larga y romana (a los romanos clásicos les excitaban mucho las espaldas femeninas…) Los ojos, ya digo, son un poco como los de Eva Green, pero mucho más móviles, y cejas y boca son en ella líneas capaces de cualquier ondulación inesperada.

Estoy enamorado, lo confieso. No obstante, el amor no me ciega. Pesa a que, efectivamente, Fleabag -literalmente, “saco de pulgas”, lo que se dice de un chucho callejero- sería una serie imposible sin ese rostro irrepetible, cómico y trágico a la vez, a cuyo servicio existe, la historia es buena y los incidentes hilarantes. En principio, Fleabag es una chica nihilista que es feliz en su nihilismo, ese nihilismo bien alimentado tan british de Falstaff, P. G. Wodehouse, Yes, Prime Minister o Tom Sharpe. Sin embargo, el negocio le va mal, la familia es neurasténica, el amor no sabe ni lo que es (al menos en esta primera temporada, no tiene comunicación real con ninguno de los tíos con los que se lía, que son esperpénticos y no la conocen en absoluto), de las noticias sólo le interesa la sección de sucesos, esconde un drama personal terrible y quizá por eso cuando sale a hacer “running” prefiere recorrer los cementerios…

Yo soy mucho de odiosas comparaciones, lo siento, y por eso creo que esta serie le da mil vueltas a aquel rollo moña de El Diario de Bridget Jones. Bridget buscaba desesperadamete el matrimonio por amor y por conveniencia, como las chicas de Jane Austen, mientras que Fleabag no ignora que, se folle lo que se folle (“yo me lo follo todo”, dice), va a necesitar siempre de sus queridos juguetes eróticos y que su capacidad de inspirar deseo tiene fecha de caducidad. Fleabag es una anti-heroína mucho más profunda y, en este sentido, seria que Bridget Jones. Su gracia no está en meter la pata, tropezarse, engordar o fumar. Fleabag fuma sin complejos, jamás engordará, y su gracia está en que no espera nada de la vida, y mucho menos de los hombres -de cuya rabia por ser desbancados por las mujeres se hace parodia en el cuarto capítulo-, de modo que intenta capear el temporal y pasarlo bien. Intentarlo, sin embargo, no es conseguirlo, y Fleabag arrastra un dolor que ni toda su frivolidad puede disipar. Es una nihilista en tiempos nihilistas, habitante de la aún próspera Inglaterra del Brexit, pero con memoria, le guste o no. La memoria arruina toda superficialidad, aunque sólo fuera por aquello tan bueno y cierto que escribió Michel Foucault, cuando observó que –Nietzsche, Marx, Freud, 1964- “toda profundidad no es más que superficie enterrada”. Bridget Jones era vana, pero además es que no tenía nada que excavar en su interior; Fleabag, que es igual de vana a su estilo de camisas de rayas bajo mono negro, sí que tiene sedimentos de superficies que desenterrar en su ser, mal que le pese. Ella no es ni peor ni mejor que la gente que la rodea, excepto en el aspecto de que hay muchos juegos sociales estúpidos en los que no cree. Tampoco le sirve de mucho, puesto que fuera de eso, fuera del “te dejo y además me llevo el champú caro” de su primer novio no hay nada más que rascar. Fleabag me parece que es la tragicomedia de la mujer que ni se empodera ni se desempoderada, sino que únicamente entiende confusamente que no tiene, que no tenemos ni tendremos jodida escapatoria a las banalidades que saturan el mundo rico.

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5 Comentarios

  1. says: Ramón González Correales

    Fleabag me pareció fascinante. Lo primero que pensé es que era una metáfora postfeminista en el sentido de describir un mundo en el que los planteamientos feministas han triunfado y las mujeres han afirmado su poder, incluso para criticarse a ellas mismas. Me llamó la atención la inteligencia de su desparpajo, el como se atrevía a decir cosas que a un hombre ahora le costaría mucho decir y sobre todo como se atrevía a vivir con libertad, lo que no siempre lleva a la felicidad sobre todo si faltan interlocutores que desear de ese nivel, simplemente porque están vencidos o se han dejado vencer. Un problema que ya están comenzando a tener muchas mujeres y que anticipó Badinter.

    Ese nihilismo distante, con media sonrisa inteligente a mi me parece lo mejor que ha dado la civilización occidental, lo que permite crear sentido en la incertidumbre, aguantar el frío y la lluvia y a la vez no quedarse atrapado en ninguna de esas ideologías fuertes que se prometen verdaderas y siempre terminan siendo un fiasco o una prisión. El que permite disfrutar de los pequeños placeres de la vida sin culpa y sin excesivas pretensiones pero también sin banalidad. Lo que nunca dará nadie a nadie y será siempre una conquista personal dentro de una sociedad abierta.

    Lo que al final hace a esa chica tan bella. El cuerpo, la expresión del cuerpo, y la inteligencia de las palabras. Un mito indestructible para los hombres por mucho que se empeñen Naomi Wolf y sus seguidoras.

  2. says: Óscar S.

    Aunque ya no hay cementerios, la segunda temporada es mucho mejor todavía que la primera. Sigo in love con Phoebe y sus muecas…

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