Daniele del Giudice: entre Trieste y Venecia

Danielle del Giudice, 1949

El pasado 5 de octubre, en su estimulante –y cada vez más imprescindible– serie literaria Café Pérec, Enrique Vila Matas nos informaba de la muerte ignorada de Daniele Del Giudice(DDG) (Roma 1949- Venecia 2021). Había pasado casi un mes desde la desaparición sobre el mar Adriático de DDG y no había leído ninguna reseña, obituario o nota fúnebre en diarios o revistas, sobre la muerte del escritor italiano. En una muestra del propio destino buscado por DDG, en una suerte de ‘no figurar’ o de ‘desaparecer y no contar’. ¿Quién había hablado de la muerte esquinada de DDG en tiempos de muerte a granel entre talibanes y terremotos? ¿A quién puede interesar un pequeño suceso que, como un punto menor y accidental de tinta en un papel en blanco, se disuelve sobre la laguna veneciana? Los suplementos culturales y el sanedrín de la cultura-programada había insistido en la presencia de Almodóvar y su tropa de figurantes en el festival de Cine de Venecia de 2021, casi en los mismos días en que DDG se despedía de este mundo tan extraño como raro.

Ni siquiera su casa editorial en España, Anagrama, donde había iniciado su recorrido dentro de la colección Panorama de narrativas, había tenido el detalle de recordar al que presentó a mediados de los años ochenta como una gran promesa de las letras italianas. Y por eso la extrañeza de la no-despedida de DDG, como una rara desaparición. A quien recordaba aún como un escritor joven, según mostraban las solapas de sus obras publicadas en esos años.

La sorpresa –si es que hay tal a estas alturas de la vida y de la lectura– del obituario oculto de EVM es la información proporcionada sobre la muerte de DDG. Y así podíamos leer: “Daniele Del Giudice, murió el pasado 2 de septiembre en Venecia, donde llevaba años confinado por mal de Alzheimer en una residencia en la Giudecca, con vistas al Lido. Apoyado fervorosamente en sus inicios por Italo Calvino, Del Giudice fue desde el primer momento una figura destacada de la nueva narrativa italiana de los años ochenta. Aviador, escritor, apasionado por los avances científicos. Decía que ojalá la vida fuera como un vuelo de aeroplano, donde las maniobras que hacemos son exactas y no tenemos que valernos a cada momento de la intuición”.

Daniele Del Giudice et Maurice Olender, Venise, 1995 © Fonds Maurice Olender IMEC

En ese momento recordé que conservaba en mi biblioteca aún algunos libros de DDG, poco leídos o poco recordados. Particularmente El estadio de Wimblendon, editado tempranamente –1986– por Anagrama en su colección citada de Panorama de narrativas. Donde se subrayaba en la portada que el libro venía con un prólogo –muy breve de Italo Calvino– pero determinante en la homologación de la escritura de DDG. Un Calvino que se anotaba además, que fue su descubridor desde las mesas editoriales de Einauidi. En un bucle que conecta retrospectivamente a escritores del límite: desde Borges a Pèrec, desde Sergio Pitol a Vila Matas, desde Marguerite Duras a Julio Cortázar. Pieza esta de El estadio de Wimblendon, que más allá del nombre del estadio londinense, compone una historia imposible de una búsqueda en Trieste del no-escritor triestino Roberto Bazlen, y de las razones de su vida para negarse a escribir. Por lo que la indagación del narrador, a falta de textos físicos, documentos impresos y de pruebas escritas de Bazlen, debe de realizarse a través de conversaciones esquinadas con viejos amigos, con titulares de prensa y con la memoria difusa de los viejos cafés triestinos. Descubrir la escritura desde la no-escritura. Como ocurriera con el Bartleby del Melville, o con el mismo Pepín Bello, conocido como el ágrafo de la generación del 27, pero que conservaba toda la memoria de lo sucedido entre los habitantes de la Residencia de Estudiantes en los finales de los años veinte madrileños. Componiendo por ello Bolzen, una suerte de ágrafo del esplendor de entreguerras de la ciudad, que ya era de suyo una suerte de intersección entre el Mediterráneo y la Mitteleuropa, elevada por la letras de Joyce, Umberto Saba, Italo Svevo. Y que luego acabarían ampliándose con Claudio Magris, Marisa Madieri o Jane Morris.

Hace años, Sergio Pitol sostenía una teoría de lo literario basada en la elocuencia de las intersecciones. La literatura, igual que pasa con la mejor arquitectura, surge en y desde las intersecciones. Hay hombres dados a la escritura que son una pura intersección en su espíritu, al habitar un universo fragmentado y diferente del que viven. Hombres que, al renunciar a su lengua o a parte de ella, se descubren un poco extranjeros de sí mismos: como el ‘je suis autre’ de Rimbaud. Son los casos paradigmáticos de Beckett, Conrad, Nabokov o Pessoa. Existen también, proseguía Pitol, ciudades que son ellas mismas una intersección en el tiempo y en el espacio y que favorecen, desde esa ambigüedad, la aparición impasible de lo literario y el misterio insondable de la mejor arquitectura que se verifica en los límites. El Dublín de Joyce, gaélico y británico; la Praga de Kafka, que es un ciudad bohemia escindida entre varias culturas de Mittel Europa, como lo era la Viena de comienzos del siglo XX para Musil, Freud o Zweig; o el Tánger de Tenesse Williams y de Bowles entre el desierto y el infinito; o el Buenos Aires de Borges, Roberto Arlt, Macedonio Fernández y Bioy Casares, mitad gauchaje pampero, mitad cultura europea y el Trieste errante y excéntrico de Italo Svevo entre Italia y el mundo austrohúngaro. De ese Trieste que, en palabras de Pedro Bosqued, se visualiza en “El tacto de las piedras del Carso, la roca que despide a la ciudad cuando muere en el Adriático; el gusto del café San Marco, donde un retrato de Magris indica la mesa de la esquina donde el autor pasa más de una tarde escribiendo sobre su mármol; el oído con el viento Bora y la vista de la librería Antiquaria Umberto Saba, que durante 40 años dirigió el poeta triestino”.

De ello decía EVM: “Por los mismos días en que el aviador de Wimbledon moría en Venecia, la editorial Adelphi en Milán publicaba Bobi, el libro póstumo de Roberto Calasso, centrado precisamente en Roberto Bobi Bazlen, el fascinante personaje de la vida real sobre el que indagaba El estadio de Wimbledon. Bobi va camino de ser cada vez más una leyenda: escritor que no escribía, gran enigma, sabio que se esforzó en todo momento en dejar un rastro mínimo y que, según Calasso, procuraba manifestarse por escrito del modo más discreto posible, casi imperceptible”. Habría bastado una pieza –aún breve– como esta de El estadio de Wimblendon, para subrayar la muerte de DDG.

“Daniele Del Giudice fue mi director de tesis, dice Riccardo Giaconni. En 2006-2007 asistí a su curso de Literatura Italiana en la IUAV de Venecia, dedicado a Primo Levi, Italo Calvino y Pier Paolo Pasolini. Recuerdo que en clase hablaba con calma, buscando cuidadosamente las palabras. Lo conocí varias veces en su casa de Venecia. Le pedí que me contara su relación con Calvino, sobre quien escribí la tesis. Esto lo llevó luego a discutir sobre combinatoria, Oulipo, hipervínculos, Internet, Second Life. Los medios digitales eran un tema recurrente, creo que le intrigaba. A veces pasaban semanas sin que el me respondiera, luego, de repente, me invitaba a su casa y hablábamos durante horas. Con su voz suave y su rostro sonriente detrás de sus lentes, dirigió la conversación con ligereza y precisión. No había leído sus libros en ese momento y, para mi sorpresa, supe que le encantaba volar aviones. Me habló de su pasión por los procedimientos de despegue y aterrizaje, y de un vuelo que realizó con Federico Fellini. La última vez que fui a su casa fue en septiembre de 2007, para grabar la conversación que se informa a continuación (publicada en ese momento en la revista “Segn’etica”, dirigida por Massimo De Nardo). Recuerdo que le encantaba la ironía y la broma. Lo conocí unos años después, en el patio de la universidad. Bromeó diciendo que finalmente había lanzado un nuevo libro, Mobile Horizon, después de una larga pausa. Creo que fue nuestro último encuentro”.

La entrevista citada antes, daba cuenta de cómo conoció a Vila Matas. En el Festival de Literatura de Mantua de 2007 estuvo con EVM, con quien conversó sobre el tema ‘el oficio de escribir’. ¿Qué es el ‘oficio de escribir’? Y de ello daba cuenta DDG , en proximidad al perseguido Bolzen.

–“El oficio de escribir no es un trabajo para mí; Básicamente, nunca he tomado la escritura como profesión. Incluso si, en realidad, mis ingresos provienen de eso. No lo veo como una profesión no porque haya, por el amor de Dios, una inspiración o algo más abstracto, solo que para mí escribir es una forma de vida incluso antes de un trabajo. Es una pasión: leer antes de escribir. He leído mucho desde que era niño. Cuando tenía once años, hice mi propio mundo, que ciertamente no imaginé usar como trabajo. Era un mundo paralelo de imágenes e historias. Antes de morir, mi padre me dio dos regalos: uno era una máquina de escribir, un enorme Underwood americano con un teclado italiano; el otro era un Bianchi 28, una bicicleta. En lugar de ir a la escuela Fui con mi bicicleta por la carretera estatal de Appia y recorrí las colinas alrededor de Roma. Llegaba a casa y por la tarde me ponía el casco Underwood debajo del culo y escribía con dos dedos (como todavía lo hago). No pensé que fuera un escritor, para mí era la máquina de escribir la que hacía las historias. Cuando ve una hoja impresa a máquina, ya siente que hay algo”.

Etiquetado en
Para seguir disfrutando de José Rivero Serrano
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *