No hace mucho tiempo, un colega le contó al doctor un sueño terrible, casi una pesadilla, que acontecía en una azarosa tarde de primavera de un ansioso día de pandemia.
“Yo iba conduciendo por el carril central de una autovía de tres carriles -culpa mía, lo admito. De repente, por la izquierda, me adelanto veloz como un suspiro un Ferrari rojo. Decir qué modelo era no entra en mis escasos competencias automovilísticas. Poco después, con más sorpresa aún, me adelantó por la derecha un Maserati azul. Como se puede comprender, identificar el modelo sería como un sueño dentro de un sueño. Bastante fue reconocer la marca, y eso gracias a que tuve una décima de segundo para leerla.
–¡Qué curiosa coincidencia! -dije yo.
–¡Sí, ya es raro, dos cochazos seguidos! -dijo mi esposa, que me acompañaba en el sueño.
Al cabo de unos cuantos kilómetros un miembro de la Guardia Civil -en estos días aciagos más benemérito que nunca-, me indicó que me detuviera con un gesto enérgico del bastón luminoso. Curiosamente, justo delante de nosotros se encontraban detenidos el “rojo” y el “azul”, por este orden. Otro agente se acercó al primero, saludó formal, se inclinó discretamente hacia la ventanilla y, tras una breve conversación con el conductor, le hizo indicaciones para que se reincorporara al tráfico sin peligro. El mismo guardia, repitió similar procedimiento con el vehículo azul, que ahora sí, supe que era un Maserati MC20, porque mi esposa lo había consultado en Google.
Vino a continuación hacia nosotros el guardia, repitió el saludo, me pidió la documentación, cosa que, curiosamente, no había hecho antes con ellos, y educadamente, eso sí, me dijo que, sintiéndolo mucho, tenía que emitir una sanción.
–¿Por qué? -dije yo.
–¿Por qué? -repitió ella.
–Por tres razones. En primer lugar, porque hemos percibido que va usted conduciendo por el carril central, en vez de ir por el derecho, como es preceptivo; en segundo lugar, porque no tienen ustedes permiso de desplazamiento, como es necesario; y, tercero, porque van ustedes sin mascarillas, como es obligatorio -y, en efecto, razón tenía en los tres casos.
-Pero, si me permite una apreciación -interpelé suavemente-, esos señores de delante, que me han adelantado a la velocidad del rayo, nos pareció que tampoco las llevaban puestas…
–Eso, señor, no es asunto suyo -zanjó severo el benemérito.
–Ya, señor guardia, tiene usted razón – intervino mi esposa-, pero es que, mire, somos sanitarios y, tras varias semanas sin descansar, hemos conseguido librar un par de días para ir a nuestra casa del pueblo, ¡que hace que no vamos…, y a saber cómo estará…! Comprenda usted, agente, que no es que estemos cansados de la engorrosa indumentaria, es que, como bien sabe, en los hospitales escasean las mascarillas -eso alegó mi señora, con corrección, pero no sin un punto de acritud.
–Lo siento mucho, señores, estimamos mucho su tarea y por eso vamos a dejar a un lado lo de las mascarillas y lo del permiso, pero lo del carril no, eso es conducción peligrosa y, lo siento, no tengo más remedio que cumplir con mi obligación.
Y emitió la sanción, con razón, por supuesto, pero…
–Vale lo acepto -repuse de nuevo-, pero y ellos…
No me dejó acabar la frase.
–Ellos, en primer lugar, iban ambos por el carril correcto. En segundo lugar, al ir solos no estaban obligados a ponerse la mascarilla. Y, tercero, tenían un permiso especial de circulación, pues iban a una reunión para, precisamente, resolver la carencia de mascarillas -eso explicó el agente con más locuacidad de la conveniente.
Justo en ese punto, me desperté sudando y temblando, y mi esposa también se despertó, asustada por mis sacudidas.
–Menos mal que ha sido un sueño, que nunca sucedió ni sucederá -apunté aliviado.
-¡O si! – murmuró ella.
Por cierto, he decir, en honor de la Benemérita, que los guardias, además de ser correctísimos, llevaban puestas las engorrosas mascarillas”
Y, colorín colorado, este sueño se ha acabado…
¡O no! – zanjó ella