Se marcha Eusebio Poncela…

Pues mira, a mí Arrebato no me gustó nada, aunque reconozco lo arriesgado de su planteamiento. Eso mismo lo agarra el primer Amenábar y lo borda. Arrebato parece que es una reflexión sesuda y siniestra sobre el poder y la seducción oscuras de la imagen, a lo Videodrome de Cronenberg, pero el subtexto es muy distinto y se puede sintetizar en una sola frase: “para un verdadero hombre el amor de un tomavistas es muy superior al de una mujer”. Porque, en efecto, Eusebio Poncela se pasa la cinta menospreciando a Cecilia Roth, pero en cambio se entrega en cuerpo y alma a la “zona fantasma” (Superman I y II) descubierta por su amigo el rarito. Al fin y al cabo, por muy moderna que se proclame que es, se trata de una película posfranquista, de 1979. En la vida real, Poncela era también mucho como su personaje en Arrebato: yonqui y poco aficionado, aunque no desdeñoso, a las Cecilia Roth del mundo. Cuando era niño, casi sin querer y estando solo en casa vi un episodio de Las aventuras de Pepe Carvalho, del que no sabía nada (luego lo leí casi todo y puedo asegurar que Vázquez Montalbán metió allí de todo menos género detectivesco). En cierto momento, Carvalho, o sea Eusebio Poncela, entraba junto con un amigo en una especie de jaima y allí dentro dos chicas les practicaban un handjob (entiéndase vulgarmente “gayola”, como antes Gerard Depardieu y Robert de Niro en Novecento, y tal vez por ello) que ellos tumbados aceptaban con toda naturalidad. Esa naturalidad me impresionó, tenía mucho del misterio de la sala oscura de Magical girl donde se mete voluntariamente Bárbara Lenni, enseguida entendí, a mi corta edad, que ese es el tipo de cosas que yo nunca sabría hacer, y así es. A Eusebio Poncela le ocurría eso, la gente de aquellos años solía tenerle manía porque ofrecía el aspecto de tener acceso a experiencias totalmente prohibidas para Alfredo Landa, y como además era guapo -de joven había interpretado nada menos que a Romeo-, refinado y nunca hacía películas mainstream (si es que el mainstream aquí no eran entonces Pajares y Esteso…) a muchos les parecía que Poncela era un engreído, que se creía mejor que los demás, que parecía incluso francés o italiano -que era vallecano-, sin que él tuviera, claro, la culpa…

“Arrebato” con Cecilia Roth

De nuevo con Cecilia Roth, en Martín (Hache) estaba grandioso. Parecía como que su personaje, Dante, contemplaba y comentaba las pasiones de los demás desde fuera, pero no es cierto, era Dante el astro de ese Sistema solar, lo que pasa es que, al igual que el Sol, no estaba en el centro, sino en un foco de la elipse narrativa. Quitas a Dante de esa película y ya no hay película ni nos acordaríamos de ella, y eso que todos los actores están espléndidos. Dante era el tío carnal golfo de Juan Diego Botto, su ángel tentador, y además era el propio Eusebio en persona, yo no creo que tuviera que esforzarse lo más mínimo. En Los gozos y las sombras, en cambio, interpretaba a uno de esos personajes melancólicos que tanto le gustaban a Gonzalo Torrente Ballester, señoritos hipersensibles demasiado buenecitos para este mundo a los que más les vale esconderse lejos de la humana sociedad, o al contrario, viajar por todo el mundo, como muchos protagonistas de Baroja. Esa trilogía era tremendamente absorbente y entretenida, y la serie también.

“La ley del deseo” con Antonio Banderas

A menudo me he preguntado si en Hollywood saben si Antonio Banderas en su mocedad se cepilló a un tío en La ley del deseo. Ese tío era Eusebio Poncela, y pienso que sí que lo saben, pero que han corrido un tupido velo. Porque si el público norteamericano, con lo puritanos que son, se llega a enterar, en vez de El zorro le llaman La zorra y no le dejan acercarse a Melanie Griffith a menos de un kilómetro. Fueron valientes los dos, Eusebio y Antonio, y Javier Bardem después, cuando actuó en Segunda piel y en Antes que anochezca. Otras cosas no, en otras cosas España es la de siempre -estas semanas, en las que, quevedianamente, “(las) médulas que gloriosamente han ardido!”; glorioso desde el punto de vista de fuego y del pirómano, por supuesto-, pero en esa orbita de los desafíos estéticos y de exhibición venérea hay que reconocer que España se espabiló enseguida tras la muerte de Voldemort. Un brindis, pues, en nombre de Eusebio Poncela.

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