Portrait of Marx as a Young Man

Un fantasma recorre Europa, el mundo;

Nosotros lo llamamos “camarada”…

Rafael Alberti

 

 

Hace unos pocos años murió un pariente político mío poco antes de jubilarse, seguramente a causa de la frecuentación del tabaco. Había sido, toda su vida, profesor de filosofía. Su hermana, es decir, mi suegra, en las conversaciones de hospital donde todavía cabía alguna esperanza, le preguntó, como de pasada, cual era, en balance final, la doctrina filosófica que más verdadera le parecía en su larga experiencia de lector pensante. Según me han contado, y para mi sorpresa, respondió que el marxismo. Una confesión extraña para alguien cercano a la muerte, alguien que siempre había llevado una vida tranquila y alejada de extremismos. Tal es la fuerza, todavía en el siglo XXI, del pensamiento de un autor que murió hace más de 130 años. Marx, sin duda, fue un coloso de la filosofía y de la historia occidental, un hombre cuya larga sombra se ha proyectado sobre el entero siglo XX y que ha terminado por influir incluso en sus propios detractores, sea en los economistas neoliberales o sea en los pensadores posmodernos. Espectros de Marx, como lo concibió Jacques Derrida… El mundo sigue lleno de espectros de Marx, y a Marx se vuelve en cada ocasión en que hay recurrir a una explicación, o fijar un proyecto, que trate de escapar de las crisis cíclicas del Capital para ofrecer un halito de justicia social a nivel planetario (véase, por ejemplo, este reciente y muy disparatado, a mi juicio, manifiesto aceleracionista. 

 

Raoul Peck

 

No obstante, pese al indudable peso de Karl Marx en el mundo contemporáneo, nunca, que yo sepa, se había hecho una película sobre su vida, hasta ahora. Como dice una amiga, estaba demasiado divinizado, por parte de la Unión Soviética, o demasiado demonizado, por parte los países de la OTAN, como para tomarle como un simple humano y hacerle el biopic correspondiente. En el film del director haitiano Raoul Peck, que se estrenó en la pasada Berlinale, el propio personaje de Marx hay un momento en que se encarga de decirlo, para que quede claro como punto de partida: “sólo soy un ser humano”. Pero el propio transcurso de la película desmiente este aserto, pues aunque Marx es afectivamente un simple ser humano que se emborracha, fornica, fuma puros y hasta descansa, no por ello se deja de mostrar como el exclusivo poseedor de un saber que trasciende su propia finitud y que vale objetivamente para todos los hombres. Esta idea, la de que tiene que existir un determinado saber que nos salva, y por tanto aquel que no soporta la miseria de las clases desposeídas que le rodean lo que debe hacer es escribir uno o muchos libros que sirvan de clave ontológica de desciframiento de la realidad imperante, es totalmente típica del gesto occidental ante el mundo, y no tiene un paralelo claro en la mentalidad oriental. Gandhi, por ejemplo, sólo escribía lo justo y necesario, para el resto de las cuestiones que le preocupaban lo que hacía era actuar, a su peculiar manera. La película se confirma en esta visión tradicional de la misión de la filosofía en el mundo, y toda ella se articula entre el periodo de la producción de los Manuscritos económicos y filosóficos (que no se publicaron, como se sabe, hasta bien entrado el siglo XX) y el Manifiesto Comunista, 1844 y 1848 respectivamente, poco antes de la treintena de Marx.

 

 

Pero la película es graciosa, también, en muchos puntos, aunque esa no sea su intención. La palabra “revolución”, creo, no se menciona en todo el metraje. La Undécima Tesis sobre Feuerbach es concebida por Marx en el film justo después de haber vomitado, borracho como una cuba y en compañía de Engels. Jenny Marx, su mujer, resulta una esposa perfecta, comprensiva, intelectual y sexualmente activa. Toda la narración de la película gira en torno a la diferencia teórica que Marx implica respecto del socialismo utópico y sentimental o moral de la época, y, sin embargo, presenciamos una disputa verbal con un patrón desalmado en la que éste es quien proporciona la visión sociológica, estructural, mientras que Marx se limita a replicar razones sentimentales (es muy característico, esto, por otro lado, no hay que llamarse a engaño: el marxista es alguien que alternativamente apelará a razones absolutas o a razones sentimentales, dependiendo del humor y del contexto). El actor que hace de Marx se pasa toda la película con expresión de arrogancia y sonrisa desdeñosa, mientras que Friedrich Engels es un joven indignado y entusiasta… En conjunto, este retrato del joven Marx resulta un poco tebeo para informar a adolescentes legos, pero esa era una tentación difícil de soslayar. Lo mismo ocurría, me parece a mí, con Marx en el Soho, el monólogo teatral escrito con las mejores intenciones por el afamado historiador Howard Zinn. Si el genuino Marx levantara la cabeza en su tumba en Highgate, Londres, lo primero que vería tal vez serían las cámaras de los móviles que le hacen fotos, y lo segundo, pongamos que el ruido del motor de un avión comercial volando sobre él. Seguramente no entendiera lo que pasaba: o bien el comunismo se habría realizado, y dado lugar a innovaciones tecnológicas asombrosas, o bien el Capital seguía ahí, triunfante, alienando como nunca a las masas, y entonces habría de revisar exhaustivamente sus categorías. En cualquier caso, yo creo que no se hubiera sorprendido de tanta atención recibida, en forma de nostalgia y en forma de retrospectivas: él se sabía profeta, aunque profeta científico, y esperaba para sí in pectore un gran futuro, coincidente con el gran futuro que aguardaba en general para toda la humanidad.

 

De modo que cada uno use la película de Peck como quiera o pueda, pero que la vea y use, aunque sólo sea como mera curiosidad histórica: espectadores concienciados del mundo, uníos…

 

 

 

La filosofía de Karl Marx desde Hegel (Geistphilosophie y II)

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