Que se mueran los feos

Saliendo de la plaza del Ayuntamiento y girando a mano izquierda encontrarán una calle que desemboca en una especie de avenida-cinturón rural improvisado, donde la acera, los edificios históricos y la calzada comparten un mismo tramo junto a los campos de labranza. Para poder salir del pueblo (o volver a entrar en él, según se mire), hay que volver a girar a la izquierda por la avenida y es inevitable fijarse en la estación eléctrica. Hay escrita una sola frase, inclinada con premeditación sobre la pared impecablemente encalada y que recuerdo muy bien desde mi más tierna infancia: “La mierda flota”.

No sé si seguirá todavía ahí, pero si sigue estando, hagan el favor de visitarla. La Almunia de Doña Godina posee la más directa, elocuente y sencilla sentencia que la humanidad ha tenido en su haber y que describe a la perfección todas nuestras miserias desde la más inocente hasta la más visceral y profunda.

Todo se basa en una cuestión principal: cuanto más nos empeñamos en vivir en el lodazal y cuanta más mierda añadimos a él, antes nos ahogaremos. Es fácil. A cualquiera se le ocurriría, una vez cometido el error y viendo el peligro, analizarlo, comprenderlo, salir del estanque, retirar la mierda y evitar que caiga más. Pero hay algo en nosotros, algo osado, valiente y muy idiota que nos lleva a abrir el grifo mientras aún estamos sumergidos, y dejamos que la mierda nos inunde hasta que no podamos respirar. Porque la mierda flota, no se hunde en el fondo; nuestros errores no nos sacarán del atolladero de los anteriores, sólo su solución, y si seguimos encadenando uno tras otro de una manera cada vez más enrevesada, acabaremos sepultados en el lodazal.

La prensa está inmersa en un lodazal demasiado profundo, y como todo atrapado en un lodazal, acusa a alguien por su infortunio. Por ejemplo, internet. Lo más cercano y gratificante a la vista. Una gran red, sin dueño aparente, con un flujo de datos casi inmensurable y mucho menos, controlable, capaz de desbordar los tiempos de la prensa tradicional con su sofocante inmediatez e impresionantemente más directa y atractiva que la gran mayoría de los medios de comunicación vigentes. Internet es un rival potencial demasiado capaz como para desperdiciarlo. Así que internet nos vale como supervillano que nos quita la parroquia además de que, mientras caemos, lo hacemos con honor, derrotados por una gran cosa, desfasados, antañones. Casi se podría decir que la prensa busca jubilarse ante internet. O sin el casi.

Pero las jubilaciones llegan por méritos de edad. Si el trabajador se pasa los últimos quince años de empleo haciendo el holgazán, probablemente sus jefes le proporcionen la jubilación anticipada como salida digna y al obrero se le hinche el pecho ante el logro, pero si los jefes se han hecho cargo de semejante honor es únicamente por motivos de reestructuración. En el puesto antes ocupado por un empleado de mediana edad ahora puede trabajar un becario recién salido de la facultad, que cobra una cuarta parte del sueldo del anterior y trabaja el doble de horas antes de que la plaza quede definitivamente amortizada, que es el objeto último de la empresa. Sin embargo, el becario, pese a ser más joven, más capaz y más preparado que su antecesor es incapaz de realizar con la misma pulcritud y esmero el trabajo que le ha sido encomendado, y la calidad se resiente hasta el punto en que ya no es necesario seguir manteniendo el empleo y termina por desaparecer.

La prensa lleva forzando la jubilación anticipada desde mucho tiempo antes de que existiera internet, incrementando sus esfuerzos en aparentar inutilidad e incapacidad cuando se ha enterado de que hay un becario aparentemente mucho más capaz que podría ocuparse del puesto.

Internet nunca podrá ocupar el lugar de la prensa por mucho que intente realizar su labor debido a que no posee el espíritu del periodismo, que es lo que verdaderamente está en juego en estos momentos. Lo que puede desaparecer no es el empleado, sino la plaza de trabajo. E internet, el aparente sustituto perfecto, el camino que todos los mesías prometen e imponen como condición de supervivencia a la prensa moderna, es justamente lo inverso a la buena práctica periodística. El periodismo necesita tiempo, dedicación y, por supuesto, esfuerzo, mucho esfuerzo. Un buen periodista debe mojarse en sus artículos y mimar su redacción. Debe saber cómo llegar al público y no esperar a que éste llegue hasta él. Todo lo contrario a internet, que no es otra cosa que un enorme tablón de anuncios donde cada cual publica su pequeña parcela informativa y espera a que alguien la encuentre.

El gran error de la prensa ha sido dejar de hacer periodismo en favor de un público facilón, que ya no es público, sino consumidor, una especie de cerdo incapaz de reconocer si las sobras que le han echado son fecales o no. El modelo del cerdo agradecido funciona muy bien cuando la sociedad que lo enmarca es miserablemente irreflexiva y desprovista de comprensión y sentimiento de la realidad que le permitan reconocer entre una patata debidamente cocida y unos pimientos podridos desde hace tres meses. La prensa decidió mucho tiempo antes de que apareciera internet que sale más rentable económicamente los pimientos podridos que mantener unas redacciones capaces de amar todavía las virtudes y los sacrificios del oficio que han escogido. Dicho en otras palabras: sale más barato limitar la presencia y actividad de periodistas que se toman en serio su oficio y rellenar las redacciones de plumillas cuya labor consiste en buscar las notas que le lleguen o asistir a ruedas de prensa y publicarlas según la opinión de los redactores jefes. En el momento en que se han dejado de generar contenidos propios e irrepetibles para copiar y pegar notas de prensa se han convertido en simples tablones de anuncios donde el interesado envía los contenidos que le interesan y el medio en cuestión únicamente se limita a colgarlos sin revisarlos ni corregirlos.

¿Cómo no va a aparentar inutilidad la prensa tradicional si ha dejado de ser prensa? Y aún más, ¿cómo no va a perfilarse como un mejor partido el joven y caótico becario-internet si el periodismo está tratando de convertirse en un corcho colgado de la pared? La prensa lo tenía todo: capacidad, rigurosidad, diversidad y calidad suficiente para apalear a la gigantona red de comunicaciones. Internet era un púgil incapaz de asestar un sólo golpe bueno. No tiene nada que le permita ejercer periodismo de verdad. Las páginas capaces de hacer sombra a los medios de comunicación son escasas y están completamente cubiertas por un una gran masa de usuarios que colapsan de porquería la red. Y las que triunfan no disponen de la diversidad de contenidos que sí posee, en cambio, la prensa. Un blog puede hablar de cine, o de código de sistemas, o de política, pero un periódico puede tenerlo todo de un golpe, e incluso mucho mejor redactado y presentado. El público se reparte ante la calidad y diferenciación de ambas ágoras, o incluso converge en ellas.

Era muy sencillo. Tan solo hacía falta ser. Nos olvidamos que en la vida siempre hay lugar para todos.

Pero la prensa ha dejado de ser prensa para convertirse en internet, y contra eso nada puede competir contra el propio internet. El público que disfrutaba del periodismo ya no lo encuentra entre las páginas de un periódico o en la parrilla de su televisor. Los profesionales incisivos que practicaban periodismo literario o que aprovechaban las ruedas de prensa para ahondar en cuestiones políticas peliagudas se dedican ahora a escribir según los cánones aprendidos en la facultad o a enviar a sus redactores jefes los apuntes del gabinete de prensa del ministerio en cuestión. Los contenidos de cultura se reducen y se resienten porque ya no hay nada de qué hablar. No porque no haya eventos de sobra, sino por el hecho de que ya nadie se interesa por ellos, ya no existe o apenas existen periodistas que se preocupen por el devenir de esos eventos y prepare los contenidos inéditos oportunos. Ya no hay competencia por las primicias porque toda primicia ha perdido su sentido, salvo que trate de desglosar el mayor número de detalles insignificantes de una masacre o de un informe político. Todos dicen lo mismo, de la misma forma, y a la misma hora. A veces, sin ni siquiera corregir erratas. Casi siempre.

Y afirman: un periódico, cuya tirada sale a la luz cada veinticuatro horas, no puede competir contra la inmediatez informativa de internet. Y alegan: internet es gratis y es un mejor partido. El becario gana, contrátele a él y prejubíleme a mí dignamente.

Efectivamente, la prensa no puede ganar a internet porque no es internet. No puede ser ese becario porque no es ese becario. Pero si perdemos la prensa, perdemos su alma. Está mucho más en juego que puestos de trabajo o una forma de llegar a las cosas. Es el periodismo el que muere lentamente, según la prensa se hunde en la ciénaga que se ha construido. Y sin periodismo, en una sociedad miserable, completamente colapsada de mentira e intereses, nos quedamos muy huérfanos, sin un frente de batalla capaz de hacer frente a las acometidas relativistas que nos amenazan con la confusión. Ante ello nació el periodismo y por ello debemos evitar perderlo.

Sin periodismo, o con un periodismo de cafetín y pasquín subversivo, el devenir de las cosas queda en manos de cuatro intelectuales capaces de eludir la mentira y la irreflexión.

Internet no es el verdugo de la prensa tradicional, la prensa es su propio verdugo. Que se mueran los feos, si no son capaces de aceptar su fealdad, pero que no se lleven con ellos el periodismo. Ahora, más que nunca, no podemos permitirnos su pérdida.

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