Octavio Paz, el arquitecto del instante

“Cuerpos como ríos poderosos, o como montañas pacíficas, imágenes de una naturaleza al fin satisfecha, sorprendida en ese momento de acuerdo con el mundo y con nosotros mismos que sigue al goce sexual. Dicha solar. El mundo sonríe, pero ¿por cuánto tiempo? El tiempo de un suspiro, la eternidad. Sí, el erotismo se desprende de la sexualidad, la transforma y la desvía de su fin, la reproducción. Pero ese desprendimiento es también un regreso: la pareja vuelve al mar sexual y se mece en su oleaje infinito y apacible”. 

La llama doble’, Octavio Paz

He tomado con palabras la medida de los últimos días, con la misma métrica que utilizaba Octavio Paz para explicarse el mundo, el erotismo, el instante, la poesía, la muerte…Un aniversario siempre es una oportunidad. Cada escritor que forma parte de nuestra biblioteca perfecta, ésa cuyas paredes sostienen todos los libros que nos alimentan, tiene un espacio en nuestra memoria, y el tiempo de las celebraciones siempre ofrece la excusa para acceder a ella y comprobar la frescura de sus frases, la manera en la que resisten los años, lo que su significado ha ido cambiando al tiempo que lo hemos hecho nosotros.

Un aniversario nos empuja a escapar hacia esas páginas unos días, a esconderse entre líneas para robar frases y guardarlas en el cofre de tesoros que sabemos que nos gustará volver a abrir cuando el futuro nos encuentre. Con Octavio Paz, que hoy cumpliría cien años, las posibilidades son infinitas porque infinitos fueron sus intereses y su manera de abordarlos. Sus ensayos, sus poemas, su prosa o ese territorio que ya inventara Cernuda a medio camino entre ambas, cuyos márgenes supo ampliar Paz…en todos ellos, las palabras tienen la misma fuerza que si hubieran sido escritas hoy, la fuerza de ese instante que trató de atrapar siempre para que trascendiera y que llega ahora hasta nosotros, intacto. Paz peleó por ese presente en el que la velocidad de hoy nos hace sentir tan incómodos, siempre pendientes de lo que vendrá mañana o del pasado que ¿fue mejor?. EnConjunciones y disyunciones, por ejemplo, escrito en 1969, hablaba de “tiempo carnal, tiempo mortal: el presente no es inalcanzable, el presente no es un territorio prohibido. ¿Cómo tocarlo, cómo penetrar en su corazón transparente? No lo sé y creo que nadie lo sabe…Tal vez la alianza de poesía y rebelión nos dará la visión”.

Al final, nos regala ese presente de muchas maneras mientras nos obliga a mirarnos, mientras habitamos sus frases, mientras, inevitablemente, nos dejamos conducir hacia las de otros, mientras construye, en definitiva, una tupida red de conocimiento que él disfrutaba tanto y cuyos hilos no tenemos más que seguir.

Desde sus páginas podemos saltar a las de Platón y ‘El banquete’, hacia Montaigne y sus ‘Ensayos filosóficos’, hacia Bataille, Breton o Stendhal… Pero no sólo nos lleva en volandas hacia sus fuentes directas de inspiración,  también es posible buscar las nuestras en ellas, viajar desde sus paisajes sonoros a los táctiles de Pla, por ejemplo. De su abril, éste que podría empezar ahora mismo, en el que “el día abre los ojos y penetra / en una primavera anticipada./Todo lo que mis manos tocan, vuela. / Está lleno de pájaros el mundo”, al abril del ampurdanés, en el que “a ciertas horas del día, a media tarde, por ejemplo, el perfume de las acacias que ahora empiezan a florecer en la calle del Sol, es de una dulzura literalmente embriagadora, quizá un punto demasiado dulzona, un olor de postal, excesivamente pegajosos, viscoso, triste”.

El conocimiento, la cultura, al final, como una red sobre la que es posible caminar seguro. Así lo entendió también Cortázar, que definía tan bien a Paz en ‘Homenaje a una estrella de mar’, el prólogo maravilloso deLos signos en rotación’, un ensayo escrito en 1965 con el que podemos seguir caminando mientras dirigimos nuestros pies, uno detrás de otro, hacia otro instante precioso…

Abandonada por una ola en pleno mediodía, cuando cada grano de arena se enfurece y brilla con todas sus facetas, la estrella de mar propone una síntesis de la naturaleza que el ojo distraído recorre a lo largo de las dunas y del horizonte cabalgado por la interminable tropilla de la espuma. Sumido en ese movimiento incesante, en ese derroche de espacio y de color, todo aquel cuya inteligencia busca las claves se detendrá maravillado ante esa forma perfecta que resuelve y domina el gran desorden de las cosas y las imágenes. Hablo de maravillarse, porque frente a esa coagulación de lo múltiple en unidad, la mirada presiente ya el nuevo punto de partida que insinúa esa húmeda brújula en la que cada punta marca rumbos jamás balizados en nuestras cartas de viaje.

A lo largo de treinta años la obra de Octavio Paz ha sido para mí esta estrella de mar que condensa las razones de nuestra presencia en la Tierra. Poeta ante todo, es decir, cazador de ser, Paz posee esa rara cualidad que sólo se encuentra en un Valéry o en un T. S. Eliot: el poder de hacer coexistir paralelamente y sin choques (puesto que a partir de Einstein hemos aprendido que las paralelas acaban por encontrarse) el canto poético y la reflexión analítica. En este siglo de especializaciones suele suceder que incluso las «ciencias diagonales», esos esfuerzos por descompartimentar la fría colmena de miel sintética que constituye nuestro alimento forzoso, desembocan finalmente en una nueva especialización disfrazada.

Lo mismo puede decirse de las «ciencias humanas», o de algunas indagaciones que acaban por girar en el vacío. Quizá para luchar contra eso, el pensamiento de Octavio Paz, inseparable de su correlación sensual con el sol que cae sobre su máquina de escribir, con todo lo que lo rodea, se ha aplicado en estos últimos años a temas aparentemente tan distantes entre sí como el método de Claude Lévi-Strauss o el de Marcel Duchamp. Existe en Paz algo como una profunda necesidad de situar en una nueva perspectiva tantas instancias mentales, artísticas, políticas y morales que otros pretenden mostrarnos aisladas y con etiquetas diferentes. Así, como lo sabían ya un Antonin Artaud y un Gaston Bachelard, suele ocurrir que esta perspectiva heterodoxa acaba por revelar los lazos profundos que unen dominios aparentemente estancos; así también, negándose a las fáciles analogías en cuyas trampas cayó muchas veces el surrealismo, Paz descubre los ritmos subyacentes que enlazan ciertas realidades tenidas por alógenas”.

Julio Cortázar

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