“En aquellos días decía yo a menudo que no soportaba la vida y que deseaba morir por encima de cualquier otra cosa. “En el fondo, un truco para evitar la humillación de aceptar que, después de la muerte de Dios, ya no eras nadie”, me comentó años después, desde Montevideo (la ciudad de Lautréamont) el amigo inteligente, el amigo Raúl Escari. Fue la primera vez que advertí que tal vez lo elegante podía ser algo distinto de lo que había siempre pensado, tal vez lo elegante era vivir en la alegría del presente, que es una forma de sentirnos inmortales.

 Nadie nos pide que vivamos la vida en rosa, pero tampoco la desesperación en negro. Como dice el proverbio chino, ningún hombre puede impedir que el pájaro oscuro de la tristeza vuele sobre la cabeza, pero lo que sí puede impedir es que anide sobre la cabellera, decía Montaigne. Al comienzo de El Antiedipo hallamos está gran frase de Foucault: No creas que porque eres revolucionario debes sentirte triste”.

Y desde entonces la elegancia la encuentro en la alegría.” (…)

Enrique Vila Matas. “París no se acaba nunca”. Editorial Anagrama, 2003

 

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