Decadencia y melancolía

La grandeza de una historia de amor estriba en la facilidad con la que ocurren cosas maravillosas. Por eso molesta tanto el tono grandilocuente en la narración de un romance, que no necesita énfasis alguno. El narrador tiene que hacernos creer en la naturalidad de la historia como los amantes creen, de hecho, en lo necesario de su amor. Éste es el fatum en un cuento romántico: si el amor entre los protagonistas no parece inevitable, el fatum no tiene potencia; en consecuencia, no nos creemos la historia y el relato se queda en hipócrita o cursi.

La grandeza de una historia de amor estriba en la facilidad con la que ocurren cosas maravillosas. Por eso molesta tanto el tono grandilocuente en la narración de un romance, que no necesita énfasis alguno. El narrador tiene que hacernos creer en la naturalidad de la historia como los amantes creen, de hecho, en lo necesario de su amor. Éste es el fatum en un cuento romántico: si el amor entre los protagonistas no parece inevitable, el fatum no tiene potencia; en consecuencia, no nos creemos la historia y el relato se queda en hipócrita o cursi.

Es también la razón por la que los protagonistas de las historias de amor suelen tener que enfrentarse a grandes obstáculos. Pertenecen a familia distintas, a clases sociales diferentes, o tienen personalidades contrapuestas. La realidad exterior se opone a la realización de sus sentimientos. Sin embargo, su amor – tan esencial – crea una realidad que les es propia, en la que los acontecimientos maravillosos obedecen a la ley natural de su mundo. Lo que a todos nos parece extraordinario, que logren estar juntos, es para ellos el orden natural de las cosas. Si ese orden se perpetúa, es que la historia tiene final feliz. Si, por el contrario, la realidad externa penetra e invade su mundo privado, el amor se convertirá en algo difícil, incluso incomprensible, como si los amantes vieran su relación con ojos ajenos a ella. Porque ya están fuera, ya no comparten la misma visión de unas cosas que han resultado ser distintas a como las habían descrito entre ellos. Como dicta el cliché, “abren los ojos”: antes sólo estaban soñando. Desde el s. XIX se mira al amor como experiencia suprema del alma, una demostración de la naturaleza semidivina del ser humano. Por otro lado, la vida es – aquí, ahora, siempre – una frustración de nuestros deseos, la demostración de nuestra profunda naturaleza mortal. Dados estos dos postulados, es lógico que las historias de amor más conmovedoras sean las que terminan mal.

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O, mejor dicho, las que no pueden ser. Sally Bowles (Liza Minnelli en la retina de todo cinéfilo) es la chica alocada y tierna, imprevisible, escandalosa., insegura y confiada al mismo tiempo. Trabaja en un cabaret de poca monta, el Kit-Kat Club, y lleva las uñas pintadas de verde. Clifford Bradshaw (en Adiós a Berlín es el propio autor, Christopher Isherwood; en la película, Brian Roberts) es novelista, un joven tranquilo con muchos propósitos de escribir, un chico muy guapo que se sabe probablemente homosexual. Espinoso asunto que libro, película y musical dejan acertadamente en la penumbra: lo más que llegamos a saber es que Christopher/Clifford ha intentado acostarse con una mujer tres veces, sin conseguirlo. Estamos en Berlín, 1931, y, de repente, la cosa funciona. Sally Bowles ya no se deja hacer en los brazos de cualquier chulo, y el novelista, aunque escribe poco, desea a esa mujer. El caos de Sally envuelve el sencillo anhelo de poder confiar en alguien, y el orden de Clifford necesita una buena sacudida. Se encantan, se comprenden, se necesitan. El idilio es bello y, cuando Sally – la pizpireta, sexy, chiquilla Sally – se queda embarazada, Clifford la convence para no abortar. Y tiene sentido. En un mundo ideal, los niños crecerían en la libertad con la que se aman ellos dos. Fuera, las camisas pardas rompen cristales, pero ellos están a salvo en un cuarto alquilado porque se tienen el uno al otro.

Otras parejas sí que han visto romperse los cristales de sus ventanas. En el libro de Isherwood, la pareja gay formada por Peter y Otto sufre la presión homófoba, al igual que en el musical Frau Schneider y Herr Schultz se ven acosados por el antisemitismo. Ambas relaciones se acaban cuando uno de los amantes no puede soportar el rechazo social. La conquista del ámbito privado – y, concretamente, del sentimental – por parte de las consideraciones sociales – y, concretamente, de la realidad política y social – está representada de modo cabal y terrible en el número Tomorrow Belongs to Me (“El mañana me pertenece”). De repente, en la fiesta de compromiso de Frau Schneider y Herr Schulz, una de las invitadas entona esa canción en honor a otro invitado, afiliado al NSDP. Todos, salvo Schneider y Schultz y Cliff y Sally, alzan el brazo y corean:

Patria, Patria, danos una señal

tus hijos han esperado para ver

la mañana que vendrá

cuando el mundo sea mío.

El mañana me pertenece,

El mañana me pertenece

El mañana me pertenece

El mañana me pertenece

Hoy sabemos que ya no podían pararlos. Frau Schneider recapacita: no, no se casará con Schultz. Hubiera sido bonito, pero no es sensato, una mujer de su edad… Cliff ve con claridad qué significa el ascenso de los nazis, y decide entonces regresar a casa. Con Sally, por supuesto. Sin embargo, Sally no quiere abandonar Berlín, su hogar, por un lugar extraño como es Estados Unidos. Al mirar hacia el futuro se derrumba su mundo común.

¿Hubiera ocurrido de otro modo en un Berlín sin nazis? Honestamente, creo que no. Circunstancias tan críticas como las de la Alemania de 1933 sólo aceleran procesos ya latentes. Sally no hubiera seguido a Cliff en ningún mundo posible, y Cliff no se hubiera enamorado jamás de otra mujer que Sally. Se enamoraron al reconocerse como seres desubicados, anticonvencionales. En algún punto de la formación de sus caracteres ambos renunciaron a formar una familia. Cliff se había enamorado de una mujer y Sally se había enamorado de la seguridad. Cuando descubren con visiones distintas de futuro, descubren también que aquello de lo que se habían enamorado no existe, o tal vez descubren que ninguno de los dos es capaz de ceder. No es posible elucidar qué fue primero. Sally aborta, finalmente, y se queda en el Kit-Kat Club; Cliff hace las maletas y se va.

Hay algo genuinamente melancólico en esta historia de amor, y es que la realidad que se impone sobre la relación es demasiado tangible, es lo que va a perdurar. El romance entre Cliff y Sally tiene una cualidad onírica más intensa que otros, como si supiéramos que se están amando en estado de excepción. Su amor les evade de la realidad en una prolongación del cabaret, pero, contrariamente a lo que enuncia el Maestro de Ceremonias, la vida no es un cabaret y continúa mucho después de que nos cierren el bar a las tres de la mañana. En ese sentido, es mucho más cómodo pensar que acabada la función, finalizado el sueño, se termina el mundo. No: después de Sally vendrán los hombres; después de Cliff… Después de Cliff, es probable que Sally tenga que enfrentarse a las camisas pardas en cualquier altercado nocturno, y nuestra chica ya ha demostrado estar del lado de los perdedores.

Pues sí, la vida sigue después de una crisis, incluso de una sentimental. Por mucho que jugueteemos con la idea del Apocalipsis, ya sea en el formato de profecía maya, ya sea en formato de película de arte y ensayo o de agorero radiofónico, no hay día que sea el Último. Lo que no tiene por qué redundar en optimismo. Ahora que el Estado del bienestar que arropó a mi generación adelgaza cual manta apolillada y nos achuchan las señales del Juicio Final, recordemos que es improbable que tal cosa suceda. Es agradable pensar que no hay nada más allá de los tiempos felices que comprobar cómo se vuelven mediocres o desgraciados, o cómo se vuelven flacas las vacas que un día fueron gordas. Ningún choque planetario nos va a salvar de la decadencia. Y me lo digo a mí, que vivo hecha una pequeñoburguesa y todavía no he despertado del sueño del crecimiento. Es difícil creer que puedan suceder cosas maravillosas, aunque probablemente necesite hacerlo. Pero ésa es otra historia.

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2 replies on “Decadencia y melancolía”
  1. says: Óscar S.

    Lo mismo digo. Pero eso no quita el “durante tres años recibí flores” del V de Vendetta… (yo me entiendo)

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