Vivir o no vivir la vida. Seguir el rastro del deseo o renunciar a lo que queremos, a lo que íntimamente preferimos. Buscar la autenticidad o divagar entre máscaras y silencios. Atreverse a ser lo que se quiere ser o resignarse a ser un impostor. Soltarse el pelo o mantener las formas. Dilemas humanos que suelen plantearse así , con subyugadora elocuencia y gran carga emocional. Pero, ¿hasta qué punto es válida esa dicotomía?: ¿no hay grises?, ¿hay más de una manera “auténtica” de vivir?, ¿existe algo parecido al “auténtico yo mismo”?, ¿son las emociones las que nos condicionan o es lo que pensamos de la realidad o de nosotros mismos lo que produce nuestras emociones?, ¿o ambas cosas a la vez?, ¿existe la realidad más allá de lo que interpretamos de ella?.
Dos citas para pensar con una cierta distancia:
La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir
Carl Jung
Madurar no consiste en renunciar a nuestros anhelos, sino en admitir que el mundo no está obligado a colmarlos
Nicolás Gomez Dávila