Conducir bien tiene sus reglas. En la carretera, un conductor con pericia está acostumbrado a huir de los baches, a elegir la mejor zona de la calzada para rodar; a esquivar los charcos o, por contra, pasar por ellos a toda velocidad, como diversión; circular marcha atrás si ha perdido algo; salir el primero en los semáforos, adelantar con viveza… En la vida, nunca se tienen suficientes conocimientos para llevarla por caminos exentos de obstáculos. Tampoco siempre es posible ir a la velocidad que nos marcan los acontecimientos, aunque lo intentemos. Tenemos una enorme “L” en la espalda que no acabamos de retirarnos nunca, en aprendizaje permanente. Siempre en prácticas.
En Drive, película dirigida en 2011 por Nicolas Winding Refn, su protagonista -Ryan Gosling- es un conductor extremadamente capaz, alguien que parece haber crecido frente a un volante y que intenta aplicar las reglas de la conducción solitaria a la existencia. Aunque parezca que arriesga, que está en el límite, sabe lo que hace. Se muestra seguro cuando rueda escenas complicadas, como doble cinematográfico; mientras disfruta de la carretera en buena compañía o en aquellos momentos en los que otros requieren su pericia al volante para huir rápido del lugar del crimen. Un pasatiempo que supone dinero y un buen subidón de adrenalina.
Mientras vivimos, sin embargo, todos somos capaces de lo mejor y de hundirnos en lo más oscuro, incluso de colocarnos nuestra peor máscara justo cuando sería necesario mostrar lo mejor que podemos ofrecer, cuando querríamos proteger lo que creemos más importante y está en peligro. La torpeza en el momento más inoportuno.
En Drive hay buenos y malos; buenos que parecen malos; malos que, en realidad, son buenos; un niño, amor, miradas que hablan, un sólo beso de verdad -¡pero qué beso!-, sangre, mucha sangre que casi nos salpica en la cara…Sin desmenuzar el argumento, cuyo camino nos muestra el director tanto con el exquisito tratamiento de la luz como con la fuerza de las canciones que atraviesan la acción y sus letras, en esta historia queda claro que todos podemos vernos obligados ser héroes, aunque sólo sea por un día, como cantaba David Bowie en el 77.
No he visto la película, Conchi, pero sí que me he leído el libro. Si se transmite esa sensación de que el protagonista puede explotar en cualquier momento en la pantalla como en las letras, esa tensión que no se va, desde luego es un peliculón 😉
Esa sensación de explosión inminente está ahí, durante toda la película. Es una gran historia Nacho.