Hoy vamos a hablar del vino y las mujeres, pero no se equivoquen: quienes beben son ellas. Al caer la noche, en el calor del hogar, frente a sus hijos, y esté o no el hombre de la casa. Hoy vamos a hablar de tres madres de familia que sostienen una copa de vino con más poderío que sus maridos la espada o la chequera. Hoy vamos a hablar de Betty Draper Francis, Skyler White y Cersei Lannister.

Cada una proviene de un mundo distinto. En Mad Men, Betty Draper es una hija de los 50 en Norteamérica, fina y acerada, ama de casa por imperativo categórico y mujer trofeo vocacional. El cuento de hadas se funde con el sueño americano: instintivamente, Betty Draper se acerca al hombre que puede hacerla una princesa. Los que han visto la serie sabrán que Don Draper no aguanta mucho en el papel de príncipe azul y que en Betty la humillación del engaño vence a los bien aprendidos ejercicios de la disciplina calvinista y modestia femenina. Betty Draper puede tolerar una querida, pero no un vacío institucional del pater familias, una situación que en su imaginación es muy parecida a la insoportable insuficiencia de ser divorciada. Durante la segunda temporada, Betty espera a su marido con la botella abierta, bebiendo sin prisa – al fin y al cabo es una dama – pero sin pausa – al fin y al cabo es una esposa traicionada –. Cuando Don le afea paternalmente su conducta, “Estás bebiendo demasiado, ¿no crees?” Betty sí se atreve a replicarle, porque es un descaro por parte del marido mujeriego y estafador hacer juicios morales. Con sus deslices, Don le está arrebatando la única dignidad que ella se concede, la de mujer deseada; en el fondo de la botella, Betty busca rescatar la sombra de ese poder.

Cuarenta años después en Nuevo México, Skyler White se estrena en Breaking Bad masturbando a su marido Walter para conseguir unas cortinas nuevas, que viene a ser un resumen resultón de lo que ha sido el matrimonio tradicional. Tengo que reconocer que nunca he entendido la inquina hacia Skyler. Walter, ese héroe antisistema, no parece a disgusto con el funcionamiento de su matrimonio sino con su propio devenir personal en general, del que Skyler sin duda se ha beneficiado… En un sentido muy amplio, entendiendo como beneficio el desarrollo de una vida familiar. Desde aquella escena en la cama, Skyler ha temido infidelidades y abusos de drogas, pero también ha apoyado a Walter blanqueando el dinero, ha mentido a su hermana para encubrirle y ha intentado detener la espiral de violencia de Heisenberg. Los White discuten mucho, pero ni las armas de ella son “de mujer” ni es sólo su orgullo lo que está en juego. Skyler se protege a sí misma protegiendo a los niños, hasta el punto de que es capaz de separarse de ellos para tratar a solas con su marido. Al principio de la quinta temporada, el matrimonio White vive sin sus hijos. Skyler odia a su marido, quien está disfrutando de su ascendiente carrera como “hombre de negocios” y del que Skyler no puede escapar– “Yo soy el que llama a la puerta”, dice él con una pistola en la mano –. Ella piensa incluso en matarle, y no lo hace: la moralidad de Skyler aparece inesperada y visceral. Impotente, atrapada entre la amenaza de su marido y la ingenuidad inútil de sus hijos, Skyler se da al clarete. Más que ahogar las penas, con cada trago la señora White empieza a expresar con fluidez su odio y su desprecio. Juzguen ustedes mismos.

Mientras tanto, en Poniente, la hija mayor de Tywin Lannister se pasea por las estancias reales cáliz en mano. Cersei ha sido educada para ser reina; al tiempo que mueren los hombres a su alrededor, la regencia cae una y otra vez en sus manos. Sin embargo, creo que los seguidores de Juego de Tronos estarán de acuerdo conmigo si digo que la especialidad de Cersei Lannister no es la alta política. Lo suyo es el melodrama familiar. No me refiero sólo al incesto original que prende la guerra en los Siete Reinos; a lo largo de cuatro temporadas, Cersei ha luchado por tres cosas: destruir a su hermano Tyrion, quedarse viuda y conservar a sus hijos, objetivo éste último que implica enfrentarse al padre Lannister todopoderoso. En las dos últimas ha tenido éxito, y en la primera no ha fracasado del todo. La cosa es que Cersei gana en distancias cortas, o si no que le pregunten a su hermano mellizo, pero su fuerza en el regate corto se disipa cuando el campo de juego es mayor.  Ella apunta maneras como trágica matriarca Lannister, cuya esfera de poder es diminuta e inmensa al mismo tiempo. Por ser mujer, se le ha enseñado a practicar la estrategia doméstica, y también por ser mujer Tywin la ha utilizado como moneda de cambio. A Cersei, con un marido bruto y un hijo psicópata, no le han dado el reino prometido. Su amante es su hermano Jaime,  cuya aura dorada ha envejecido irremediablemente después de haber sido prisionero; de su hijo Joffrey, que no se puede estar quieto, siempre habría que temer a la futura esposa. No es suficiente. Cersei no necesita un príncipe azul, sino una cohorte de oficiales que le rinda pleitesía; sin embargo, ese mismo deseo que la aviva de ser siempre la figura suprema – la única hermana, la única esposa, la única reina – también la pierde. Sus (malas) inversiones políticas suelen estar lastradas por un egoísmo ciego, y Tywin la ningunea sistemáticamente. Dividida entre la innata ansia de poder y los deberes de una reina, a lo largo de los años Cersei ha acumulado violencia en su interior, cada vez más ácida, corrosiva. Durante el asedio a Desembarco del Rey, Cersei empieza a beber y trata de emborrachar a Sansa Stark, la prometida de su hijo, pero en lugar de sacar información Cersei vuelca toda su violencia y frustración con frases despiadadas marca de la Casa, tan grandiosa y miserable como la reina que es.

Aunque no se pueda decir que a ninguna de las tres les falten razones para apoyarse en la botella, no es porque sean especialmente desdichadas. La suerte no se ha ensañado con ellas y el público, por lo general, prefiere insultarlas a compadecerlas. Las tres comparten, además del gusto por la gotica, el haber sido blanco de la injuria femenina por excelencia, “zorra” o “zorrón”, por combinar astucia y canalillo. En mayor o menor medida, en el pecado llevan la penitencia: por ejemplo, Betty Draper nunca será tratada como una igual por ningún hombre, por mil veces que se divorcie, porque la posición que ella anhela tiene como sólida contrapartida la absoluta inferioridad de la mujer respecto al varón. Entre ser una compañera y una princesa, Betty escoge la segunda; bien es cierto, no lo olvidemos, que la sociedad no le ofreció otras opciones. Es un esquema parecido al de Poniente, aunque sin embargo Cersei es consciente de que nunca será una princesa. Sí puede ser reina madre; para su desgracia, la mayor de los Lannister no se atreve a picar más alto, preocupándose más de sus hijos que del equilibrio entre los Siete Reinos. Ella sólo quiere el poder para manejar la corte como si fuera una familia de aristócratas, sin querer comprender nada más allá de la autoridad, la dependencia y la sumisión. Betty bebía para resolver la contradicción entre ser una buena esposa y una esposa digna, mientras que a Cersei la asfixian sus limitadas competencias femeninas y la ambición heredada. No ha sabido ser una reina y una Lannister al mismo tiempo, quizá por un prejuicio tonto sobre lo que debe hacer una mujer. Pero al beber vino, Cersei se suelta: habla como su padre, se bate en duelo como un espadachín y folla con media corte, como un rey.

Lejos de evadirse de sí mismas, Betty y Cersei ganan con el alcohol en coraje, y por el coraje, honestidad. El pretexto de la embriaguez sirve para saltarse el modelo de mujer discreta y hacer aquello que en principio no se debe hacer, sea pedir cuentas a un marido o conducirse con la franca agresividad supuesta sólo en los hombres. Antes de levantarse de la mesa, Skyler mira a Walter fijamente, con desprecio, incluso con asco; una repugnancia sedimentada a lo largo de meses. Skyler le mira con pura repulsión mientras sostiene la copa de vino como coartada. Ella sabe que, le delate o no, le mate o no, el desastre ya ha ocurrido, y que expresiones como “buena esposa” o “buena madre” han perdido todo el sentido, si es que alguna vez lo tuvieron, en el mundo de Heisenberg. Skyler, como Cersei, exhibe el acto de beber porque así demuestra sus reglas: el odio en un caso, su voluntad en otro. Durante unas horas no sienten que la realidad las supera del todo. El alcohol pone en marcha la imaginación, pero ésta no tiene por qué llevarnos lejos del mundo real. Las tres mujeres, cada una dentro de su ficción,  no huyen de sus problemas sino de la impotencia que sienten frente a ellos, como si la copa llena fuera un arma suplementaria, una pócima de valor o el suero de la verdad: el instrumento para hacer de noche lo que sueñan de día. Uno diría que ni Cersei, ni Skyler ni Betty se sorprenden de sí mismas; a diferencia del borracho universitario, ellas no se arrepienten de nada, porque durante unas horas han hecho lo que realmente querían hacer. ¿Era necesario el vino? ¿Es preciso emborracharse para tener el arrojo de ser uno mismo? Creo que no, pero qué quieren que les diga, no lo sé. No todo el mundo nace varón en una familia patricia y puede permitirse cultivar el arte de la prudencia.

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    En la vieja Dallas Sue Ellen le pegaba a la botella sin ninguna sutileza y era despreciada por el monstruo de su marido, a quien, en el fondo, seguía queriendo precisamente por, si no recuerdo mal, ese mismo poder que a ella la tenía como puta por rastrojo…

  2. Una estupenda indagación en el trístemente difícil rol de la esposa, que como demuestras, poco cambia con el paso de los años por más que vistamos la mona de seda.

    Y muy bien la salida en defensa de estas mujeres que tienen ganado el desprecio de gran parte de la audiencia, defensa no radical sino concienzuda, con el punto justo de socarronería, porque estas tres son de todo menos buenecitas.

    Qué fascinantes son los recovecos de la mente de Betty, que tan pronto como se cree derribando sus barreras vuelve a levantarlas, no vaya a ser que tenga que adquirir un mayor grado de autonomía.
    Y esa Cersei maquinando con maldad sibilina para mantener una sensación de control que probablemente ni siquiera desea. Me encanta la definición de su hijo Joffrey (‘no se puede estar quieto’)
    Y en cuanto a Skyler, es su su rígida perspectiva de la vida la que no permite que absolutamente nada alrededor perturbe lo perfecto, hasta tal punto que cuando Walter-Heisenberg (no anti-héroe sino puro villano) lo pone todo patas arriba, su resistencia cabezona es lo que mina en primera estancia los planes de su marido hasta desencadenar el desastre total, que ella bandea como puede entre su incapacidad para convertirse en tirana (aunque llegue a comportarse como tal) y la lealtad que se obliga a guardar a Walter.

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