Primavera, Otoño, Verano. Del 32 al 39

 

Leopoldo de Luis por esos andurriales pardos, rugosos y ocres de la comarca de Almadén y de los bajonazos de Agudo y Alamillo. Leopoldo de Luis a la deriva de un ejército que se agolpa y agoniza en los tramos finales de la contienda, igual que agoniza su  noviazgo de guerra y días sin estela. Y que va, también, a la deriva de sus encuentros y batallas; soportando el frente del Sur, estabilizado durante largos meses, desde la captura de Pozoblanco. Llegando a Fontanosas por la carretera sinuosa y lenta o escapando una tarde a Almadenejos, atravesando los charcales de la Rivera, fumando en el Bar Correo y mirando las trazas húmedas del Guadálmez. Revistando con prismáticos de campaña la Mestanza serrana, en la que Miguel Hernández, como un montero más, desplegó años antes sus ‘Misiones pedagógicas’.

Un Miguel Hernández, aún juvenil y sobrado de lunas y aceitunas, que se hospedó en el Hostal Castilla durante algunas jornadas y que escribió a Josefina desde la soledad húmeda de un cuarto del Hostal  modesto de Puertollano. Un Miguel Hernández del cual supimos sus movimientos provinciales años antes, en 1932. Particularmente la carta dirigida a su hermano (sic) Ramón Sijé desde Alcázar de San Juan, donde se encuentra detenido por un confuso asunto, al ser sorprendido viajando con un billete de caridad a nombre de otra persona, Alfredo Serna y con cédula de identidad a favor de Augusto Pescador. Lo que da motivo a su retención primero y a su estancia carcelaria después. La carta dirigida a Ramón Sijé con membrete  del Café- Bar La Alegría y propiedad de Ambrosio García Sierra en el alcazareño Paseo de la Estación 25, está expedida el 18 de mayo, y en ella reclama el dinero necesario para poder continuar el viaje hasta Orihuela. Unas setenta pesetas que reclama con insistencia, primero telegráfica y luego postal, Viaje que se ha visto súbitamente detenido y parado, merced al conflicto de identidades viajeras entre Hernández, Serna y Pescador.

Carta que deja ver una escritura, aún titubeante y hasta confusa; tal vez impropia del que llegaría en años sucesivos a una decantación formal de enorme expresividad y de fuerza atemperada. Como si aún en esos años centrales en la biografía de Hernández y en la centralidad misma de estas tierras mesetarias, la expresión vacilara y titubeara como el traqueteo movedizo del tren, en el que es sorprendido viajando con nombre supuesto. O como si el poeta se empequeñeciera a ojos de Sijé, igual que lo hace un niño sorprendido en un mal paso dado ante su hermano mayor. Como da cuenta la despedida del que necesita reconocimiento y perdón. “Abrázame. Perdóname, hermano”; o como repite líneas más arriba de forma repetida. “¡Soy un necio!…¡un grandísimo necio!”.

 

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La otra perla relativa a la estancia de Miguel Hernández en Puertollano, por mí desconocida y que ahora uno a otras capturas del viento de la memoria y de la desmemoria. Estancia no signada -pero situable entre 1934 y 1935- y conocida a través de una bella carta que Miguel, recién llegado a Puertollano, escribe a Josefina. “Estoy muy cerca de Andalucía, pero no paso a ella. Me ha impedido escribirte ayer mismo no saber si me podías escribir a un punto fijo. Hoy viernes ya lo sé y te pido me escribas a la dirección esta: M.H. Hotel Castilla. Puertollano. Ciudad Real. Voy a vivir en este hotel el tiempo que haya de estar por aquí y aunque todos los días saldré para algunos pueblos vendré a dormir a él”. Ese trabajo de va-y-ven de Miguel Hernández por la comarca de Puertollano ¿era ubicable en su cometido de las ‘Misiones Pedagógicas’ de la República, visitando pueblos menores y aldeas y volviendo a dormir a la quietud amalgamada de frío y del grisú del Hotel Castilla?, ¿estuvo solo Hernández en Puertollano, o viajaba en compañía de alguien más que no cita y por ello desconocemos? No sabemos casi nada, sólo su enorme amor por Josefina y algunas pinceladas traviesas sobre la ciudad y sobre la limpieza de los cuerpos. Incluso un retrato de ella dedicado e interrogado -“dime si se parece a tí”-, con un corazón herido de amor que sangra sobre su nombre.

 

Pero sigamos con las notas de Hernández sobre Puertollano. “El pueblo este se parece mucho a Orihuela, aunque es más frío y más triste. En general casi todos los pueblos españoles se parecen un poco, y tienen poco que ver que no sea alguna iglesia vieja y valiosa. Aquí lo que hay son muchas minas  de carbón”. Y poco más. Que Miguel Hernández escribe un viernes frío, día después de su partida de Madrid a Puertollano. Pero ¿por qué Puertollano? Saber más, es lo que anhelamos, aún sabiendo que habría más, que debería haber más. Sabiendo, que la observación de Hernández no se quedaría en esas solas notas sueltas. Con toda seguridad haya un cuadernillo escolar garabateado y ya perdido, con otras notas que hablan del frío húmedo del valle del Ojailén que sube hasta la habitación, mal caldeada y húmeda, del hotel Castilla donde Miguel contempla la foto quieta de Josefina, mientras el cristal de la ventana se empaña de un vaho misterioso, que asemeja el esbozo de una lágrima contenida.

También algunas notas rápidas sobre un minero encorvado, o sobre las aguas derretidas de la Fuente Agria, que caen y gotean sin parar dejando un rastro de óxido nítido y viejo de orín, en la noche de la memoria. Y ¿porque no?, notas de sus viajes e impresiones a Mestanza, a San Lorenzo de Calatrava (donde los ciervos y jabalíes) y a Almodóvar del Campo. Notas que hoy parecen perdidas, pero que sí fueron escritas en días de luces fugaces de la otoñada que se enfría en los cerros y trasmontes. Una soledad húmeda, incluso en la habitación del Hostal, que no se disipa con la timidez del sol pacato de mediodía y con la intuición presentida de la proximidad del Sur. Un Sur provincial donde se estabilizaría el frente de Guerra años más tarde. Un Sur provinciano que se esconde y agazapa tras las crestas crecidas  de Puerto Niefla, y los sueños puntiagudos de Puerto Pulido y Valderepisa. Para caer luego , como un sueño ebrio, ya sobre el valle del Guadalquivir en llegando a Montoro.

 

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Leopoldo De Luís, incorporado prontamente al Quinto Regimiento, cae herido el 17 de noviembre de 1936, en el Frente de Madrid. Es trasladado al Hospital de Sangre instalado en el Hotel Palace, y luego, enviado al Hospital de Alicante, donde coincide en los pasillos mentolados y fríos, con otro poeta convaleciente de las garras de la guerra, Miguel Hernández, el de lo altos de Mestanza de años atrás. De esa convalecencia hospitalaria, saldrían sus versos publicado por las Ediciones Soldados del Pueblo en 1937 bajo la rúbrica ‘Romances de un combatiente’. Y ya en 1938, con el mismo Miguel Hernández y con Gabriel Baldrich, vuelve a dar a la imprenta difícil  de guerra y del papel racionado y amarillento, otro volumen con los llamados ‘Versos en la guerra’. Unos versos que publica el Comité Provincial del Socorro Rojo Internacional de Alicante. Una edición para el Socorro Rojo Internacional, que prepara y anota en la brevedad de los días de guerra, Alejandro Urrutia, padre del poeta que aún firma como Urrutia y no todavía como De Luís.

Poemas de Hernández y de Baldrich, obsesionados por la aviación fascista que surca los cielos y por los bombardeos aéreos de Barcelona y de Málaga. Bombardeos sobre objetivos civiles, faltos de la lógica precedente del combate frente a objetivos militares ciertos; bombardeos que desprenden todo un aroma a pólvora, a queroseno, a tierra removida y a sangre. Y que apuntan y señalan a la internacionalización de los nacionales en el poema de Hernández ‘Llamada a la juventud’.

Al mirar lo que de España

Los alemanes pretenden

Los italianos procuran

Los moros, los portugueses

Que han grabado en nuestro cielo

Constelaciones crueles

De crímenes empapados”.

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Poemas los de Leopoldo Urrutia De Luis, trazados y trenzados entre marzo y abril de 1938 y signados en el ‘Frente de Extremadura’. Una escritura desgarrada como la batalla misma, alumbrada desde el puesto de Estado Mayor de ese Ejército de Extremadura, o desde la proximidad de un frente estable, el del Sur, que se activa a finales de 1938 y principios de 1939, con diferentes operaciones sobre Castuera y Don Benito, sobre Campanario y  Azuaga. También De Luis, poeta en sazón, con sus ‘Versos de guerra’ o con sus ‘Romances de un combatiente’, y herido tempranamente en el frente de Usera, como integrante del Quinto Regimiento; apuntando ya más tarde un encuentro con el poeta valdepeñero Juan Alcalde, combatiente también con las unidades  del ejército republicano establecido en Almadén, donde De Luis conoce el amor herido en la persona de P.T. y que durará mientras dure la guerra y el primer cautiverio del poeta.

En paralelo, De Luis había realizado los cursos de oficiales en Paterna,  y sale ya de teniente con destino al Frente Sur del Tajo. Poco tiempo después realiza otro curso de Estado Mayor, para ser enviado al Ejército de Extremadura, a las órdenes del general Escobar. De Luis se ve convertido y nombrado como oficial de Estado Mayor, en el Ejército de Extremadura que dirige el General Escobar. Ejercito de Extremadura que ha sido coordinado en sus acciones y movimientos, por los generales Miaja y Rojo en reuniones sostenidas en el clausurado Parador de Turismo de Manzanares. Cerrado ya a los viajeros y denominado, según Antonio Bermúdez, en su nombre clave como ‘Posición Pekín’. Llamar a un enclave en plena Mancha como  ‘Posición Pekín’ no deja de ser un excentricidad, por mucho cosmopolitismo que desprendiera el  elitista y clasista Parador de Turismo, levantado en 1929 por Carlos Arniches y Martín Domínguez. Del cual llega a circular una foto llamativa y cursiosa, un grupo de milicianos improvisados y desigualmente ataviados, sentados entre el mobiliario ‘Art decó’ que diseñaron los arquitectos modernos y los murales simplificados, de pintura al duco, que trazan y abocetan la red turística de la España de 1930.

Aunque aquí se susciten de nuevos las dudas con otra ‘Posición Pekín’,  la de la Sede Central del Estado Mayor del Ejército de Levante, ubicada en el municipio valenciano de Torrent. No resulta creíble, ni tácticamente razonable la superposición del mismo ‘nombre  clave’ de posiciones defensivas del Alto Mando Militar republicano; por más que haya quien entienda que de la confusión producida con ese laberinto de nombres repetidos, a veces se deriva un beneficio. Así llamar ‘Posición Jaca’ al enclave del Cuartel General del Ejército del Centro en Madrid, ubicado en el Parque El Capricho, de la Alameda de Osuna y en donde Miaja resuelve y programa movimientos , despliegues y resistencias. Porque Jaca al mismo tiempo que así se denomina al búnker fortificado, es una localidad aragonesa.

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Justamente el general Antonio Escobar, proveniente de la Guardia Civil, que dio pie para que Leizaola trazara su novela organizada como una autobiografía con algunos altibajos, ‘La guerra del general Escobar’. Aunque se le escaparan algunos datos como esos que nos señala y cuenta Julián Creis Córdoba, en una reciente rememoración dedicada al poeta autor de ‘Cuaderno de San Bernardo’. Leizaola omite a esos otros personajes que rescata Creis: ya De Luis, ya alcalde, las huellas de Hernández y las marcas de un Machado lejano y muy envejecido en estas horas finales. Leizaola prefiere el perfil público de Azaña, Companys, Yagüe – a quien se rinde Escobar y entrega su Ejército, ya en marzo de 1939 – o García Valiño que verifica la toma de Ciudad Real el 27 de marzo, a donde se había dirigido Escobar y De Luís en retirada desde Almadén.

Según los datos manejados por Creis Córdoba, De Luis es testigo mudo y privilegiado de la conversación telefónica sostenida entre Yagüe y Escobar, junto al coronel Ruíz Fornell. Una conversación extemporánea que algunos observadores han querido ubicar en unos pagos próximos al Camino de Sancho Rey, a las afueras de Ciudad Real y en el camino del Oeste que se vierte hacia el Guadiana. Una conversación entre conmilitones que anticipa una rendición y  precisa las condiciones pactadas para la entrega del Ejército de Extremadura que comanda Escobar.  Desde estos datos conocidos, Escobar le brinda a De Luis la posibilidad de un escape o una marcha, hacia Madrid o hacia Francia incluso; un trato o un arreglo último que el poeta vencido y desazonado rechaza.

Aunque luego no todo fuera como lo contado por Leizaola. A Ciudad Real no comparece Yagüe el de la charla de Sancho Rey, sino que lo hace el presuntuoso García Valiño, duro y poco dotado para la negociación. Como si el destino de Yagüe, como ya vimos en Toledo, fuera el de no comparecer en los momentos finales. Ya lo hizo en Toledo en septiembre de 1936, y lo repite ahora en marzo de 1939 en Ciudad Real. Un García Valiño, duro y seco, y poco negociador, que viene de las campañas del Norte y del Mediterráneo y que llega en los estertores de la batalla, para sofocar las últimas resistencias de Toledo y de Ciudad Real; donde hace días apenas, se sostuvo la última batalla de la guerra entre casaditas y comunistas, que se acuartelan en el Palacio Episcopal de la calle de Caballeros.

Y con ese eco de fratría republicana y de sangre derramada, García Valiño  sólo acepta, ya con la victoria a las espaldas, la rendición incondicional de todos ellos: Escobar, Ruíz Fornell, De Luís, Massips y hasta del conductor Bermúdez. Y en Ciudad Real – trasladado Escobar primero a Madrid y luego a Barcelona para ser fusilado en Montjuich – De Luis sufrió prisión en el ‘campo de concentración’ en que se había transformado la Plaza de Toros; otro más se instaló con las premuras de los finales, en los terrenos de la Granja Agrícola de los predios disponibles en Los Terreros.

 

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Poemas lúgubres, todos ellos los de ‘Versos en la guerra’, con todos los presagios finales, con todos los pesares de las postrimerías. Como señala el verso de ‘A un voluntario’:

Al doblar las esquinas

Respiramos el aire de la muerte”.

Años más tarde de todos los acontecimientos, alguien llevó a la pantalla la novela de Leizaola y decidió filmar algunos planos en Ciudad Real, para hacer justicia a Escobar, a quien el juicio barcelonés degradó primero a coronel y luego a sargento. Para lo cual, aprovechando el buen estado original del mobiliario del Gran Casino, optaron por situar algunas escenas en los salones de juego, de café y de tertulias. Por fuera hicieron ondear una bandera tricolor en la fachada del Gran Casino, que algún vecino interpretó de forma equívoca. Aunque sólo fuera un decorado para revisar la historia.

 

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