En 1981, Tom Wolfe, publicaba su alegato antimoderno en Arquitectura[i], que prolongaba el no menos moderno, verificado años antes en torno a la pintura[ii]. Cerrando, tal vez, un ciclo y un proyecto de Neoconservadurismo cultural, en paralelo al Neoconservadurismo político que, entre 1979 y 1990 lideró Margaret Tatcher en el Reino Unido; y entre 1981 y 1989, se acopla Ronald Reagan, al mismo proyecto en Estados Unidos.
Es decir la propuesta cultural de Wolfe iniciada en 1975 de forma visible, representa la antesala de las revisiones políticas conservadoras venideras. Por más que se nos haya querido presentar al autor como un líder laico del Nuevo Periodismo, que lucha contra cierta impostura contemporánea, desde las armas del juego satírico e irónico.
La obra de Tom Wolfe ha pasado por varias etapas, marcada en los primeros años sesenta por una defensa de la llamada Cultura Pop, y en las décadas siguientes por radicales polémicas contra el narcisismo (¿…?) cultural de los años 80. Atacando por ello, a los liberales, que en los USA son la izquierda del Partido Demócrata; así como cuestionando al mainstream intelectual estadounidense en cuestiones como la arquitectura, el arte moderno o la propia literatura.
El mismo, se ha definido políticamente como “un demócrata a lo Jefferson”, sin saber que pretende decir con tal afirmación; cuando lo correcto habría sido identificarse con los valores del Republicanismo más duro y conservador, tipo del actual Tea Party. Por mucho que se reivindique Wolfe, como un ateo y un liberal (¿…?) moderno. De igual forma, que ha expresado su interés en reclamar a Balzac para sí mismo, desde un punto de vista cultural y estilístico; lo que le ha llevado a ser calificado como “El Balzac de Park Avenue”. Cuando le encajaría, más y mejor, el apodo de “El Petronio de Park Avenue”; merced a su obsesiva tendencia al acicalamiento más retro y cursi que se pueda imaginar. Pero no es hora de hablar de estas cuestiones, sino del torpedeo de la Arquitectura en su conjunto, que realiza un Pope del Nuevo Periodismo, desde planteamientos harto discutibles.
La tarascada contra la Arquitectura Moderna de Wolfe, tiene dosis singulares de oportunismo y de coyuntura crítica. Baste observar que en 1981, año de su publicación, ya había tenido lugar la polémica de la Bienal de Venecia celebrada el año anterior, comisariada por el arquitecto italiano Paolo Portoghesi, y organizada bajo la denominación enfática de ‘La presencia del pasado’. Y en cuyo Consejo Asesor se encontraban nombres como el de Robert Stern, Vicent Scully y Charles Jencks; quien presentaba un texto ‘Verso l`eclettismo radicale’ como compendio de sus trabajos anteriores En la citada Bienal se había producido, además, la puesta de largo de la llamada Arquitectura Postmoderna, tanto en la Muestra misma como en sus publicaciones y documentos; y sobre todo se había visualizado el ‘tsunami’ antimoderno en la llamada pomposamente, ‘Strada Nuovisima’. En la que colaboraron un grupo de arquitectos unidos por el furor Postomdoern’: desde Bofill a Graves, pasando por Venturi y Stern.
Anteriormente en 1977, el citado Charles Jencks había publicado ‘El lenguaje de la Arquitectura Postmoderna’, cuya traducción en España se produjo en 1980. Operación antimoderna la de Jencks, que remataría en 1980 con la vuelta de tuerca, de su ‘Late modern architecture’, traducida entre nosotros como ‘Arquitectura tardomoderna’ y que apareció en 1982. Es decir la asunción de argumentos antimodernos en el campo de la Arquitectura, la realiza Wolfe aprovechando el reflujo Postmoderno y Tardomoderno capitaneado por Charles Jencks, cuando ya se había levantado la veda anti Movimiento Moderno.
Justo sería decir que la revisión de cierta dogmática del Movimiento Moderno, se había iniciado con anterioridad, tanto en Estados Unidos, como en Italia. En ambos caos, la publicación de las obras de Robert Venturi y de Aldo Rossi, ‘Complejidad y contradicción en arquitectura’ (1966) y ‘La arquitectura de la ciudad’[iii] (1966), respectivamente, se producen con posterioridad a la muerte de Le Corbusier, acaecida en 1965. Y sobre todo, se produce con posterioridad al Congreso de Oterloo en 1959. Congreso en el que se clausura el proceso de reuniones sostenido desde 1928 en la reunión fundacional en La Sarraz y que ve el nacimiento del Team X; grupo formado en Bagnols-sur Cèze en 1960 y constituido entre otros arquitectos por Bakema, Candilis, Giancarlo de Carlo, Aldo Van Eyck, Alison y Peter Smithson y Shadrac Woods. Y especialmente atentos a revisar aquellos aspectos del Movimiento Moderno que el tiempo había hecho discutibles.
La pretensión de Wolfe, no es como pudiera parecer, una arremetida contra la Bauhaus sesenta y dos años después de su fundación en Weimar; sino un intento por desprestigiar el legado moderno en la Arquitectura de los Estados Unidos de postguerra. Y para verificar tal demolición nada mejor que dirigir los dardos contra los arquitectos alemanes emigrados y miembros activos del Bauhaus en distintos momentos del pasado. Así Walter Gropius, Ludwig Mies van der Rohe, Marcel Breuer o Josef Albers, componen los prolegómenos de la desnaturalización de la forma construida autóctona (¿…?) americana y la adopción de la forma moderna europea que tanto incomoda a “El Petronio de Park Avenue”. Forma que moteja, irónicamente, entre los ‘Glass boxes’ y el ‘Yale box’.
Bastaría una ligera revisión del texto para comprender las formas y el procedimiento narrativo y compositivo de Wolfe. Formas y procedimientos que quizás dieron juego en su etapa de periodismo de combate ‘a la páge’ con aroma ‘gauchista’, pero falto de entidad para acometer modestos ensayos culturales sobre el Expresionismo Abstracto, o sobre la Arquitectura Moderna. Formas y procedimientos que no acaban con los alemanes emigrados responsables de la deriva denunciada; a los que llama, tontamente, ‘Dioses Blancos’, sino que prosigue en su andadura y llega a empalar a otros dioses menores, como el padre de la ‘Arquitectura Pop’ Robert Venturi; para proseguir incluso, con los ‘Five Architects’, a los que tilda de ‘Blancos plateados’ para contraponerlos al primer grupo de posmodernos como los ‘Grises argentinos’, donde se ubican sus preferencias visuales e iconológicas. De igual forma que en el intento desestabilizador por la Arquitectura Moderna, la toma con las Escuelas de Arquitectura de Harvard, Yale y la ‘Cooper Union’ de New York; con las revistas de esos centros y con el MOMA mismo.
En ese intento descalificador y juguetón, Walter Gropius recibe el apodo de ‘El Príncipe de Plata’: Mies Van der Rohe el de ‘Dios Blanco número 2’; y alguien ajeno, tanto al Bauhaus como a la migración americana, como fuera Le Corbusier, aparece imputado como ‘Don Purismo’.
El fundamento de Wolfe para tales críticas es sencillo. ¿Cómo la boyante y pujante sociedad americana, puede participar de los valores europeos de entreguerras? Valores tipo Bauhaus, tipo ‘Weissenhofe siedlungen’ o tipo ‘L´Esprti Nouvaeu’, quedaban fuera de lugar en las victoriosas praderas de los USA esplendorosos. Desde este sinsentido y desde esta contrariedad estética y formal, la imposición del ‘Glass boxes’ blanco, elemental, socialdemócrata y atufado de olor a ajo, no dejaba de expresar los valores de una Europa obrera y empobrecida. Y muy lejana. Valores visuales de austeridad y simplicidad, esquematismo y rigor geométrico, que a juicio del esteta ondulante Wolfe, no servían para una sociedad colorista, pizpireta, abigarrada, consumista y hedonista. Una sociedad que se expresaba y recibía sus gozos arquitectónicos, de referentes como los Hoteles y Resorts, de Morris Lapidus y de John Portman. Hoteles que como el imaginario cinematográfico de Hollywood, como el Paisaje prometido de Las Vegas, incluso como el universo ‘Playboy’[iv] se acoplaban más mejor a su demanda de felicidad fácil y de alegría barata. En palabras del mismo Wolfe “el escalofrío camp” del principio del gusto norteamericano, no era compatible con la frialdad conceptual europea. Frente a la pretensión intelectual del Viejo Continente, que se refleja en sus películas neorrealistas, en su pintura abstracta, en su arquitectura funcional, y en su música atonal; Wolfe opone la vitalidad y sensorialidad del Nuevo Mundo y sus valores simples y multicolores a lo Walt Disney. Por ello los predicadores de las ‘Tendencias sociales’ como el mismo Wolfe, se defienden como lobo panza arriba: a dentelladas.
[i] WOLFE T. ¿Quién teme al Bauhaus feroz? Anagrama, Barcelona, 1981
[ii] WOLFE T. La palabra pintada. El arte moderno alcanza su punto de fuga. Anagrama, Barcelona, 1976.
[iii] Aldo Rossi había participado en el debate sostenido entre ‘The Architectural review’ y ‘Casabella’ a lo largo de 1958 y 1960, en torno al problema del ‘Neoliberty’ y el agotamiento de ciertas formas propias del Movimiento Moderno.
[iv] Así la exposición actual (del 29 de Septiembre del 2012, al 9 de Febrero de 2013) ‘Arquitectura y Playboy, 1953-1979’. Exposición organizada por la Universidad de Princeton y comisariada por Beatriz Colomina.
Se ve que interpretaba “postmodernidad” como un estilo definido que sigue al moderno, compuesto de vulgaridad y gusto pop. Pero otra versión, que yo prefiero, del significado de postmodernidad no excluye lo moderno, sino que únicamente critica su pretensión de ser el modelo único, proponiendo a cambio la elección libre de estilos sin referencias al tiempo en que fueron creados. Es decir, que para esta otra postmodernidad lo moderno es también una opción.
No tanto el debate en sí sino los términos del debate. Eso es lo que me llama la atención con todo lo que ha llovido tras las vanguardias. Y lo agotador que han sido las posiciones ideológicas en torno a ellas.Las vanguardias no sólo fueron movimientos artísticos sino que en muchos casos incluían sistemas de creencias muy cerrados, excluyentes, muy militantes, con criterios muy estrictos y llenos de obligaciones personales sobre lo que se podía hacer o podía gustar. Como si fueran también discursos morales. Creo que la reacción postmoderna fue también o sobre todo, contra eso y no solo en arquitectura..
Por lo que creo saber, el funcionalismo de la Bauhaus y la arquitectura moderna cuestionó, en su momento, la tradición previa de decoración y estilo, y trató de construir desde otros planteamientos, quizá para dar respuesta a nuevos problemas que habían surgido con el desarrollo industrial. Lo que generó una estética tremendamente influyente en la arquitectura del siglo XX, que ha sido muy afortunada en algunos casos y mucho menos en otros, por mucho que se la justifique con argumentos provenientes de fuera de la propia arquitectura.
Por eso no es extraño y resulta lógico, dada la dinámica histórica en el arte, que en un momento determinado algunos arquitectos se rebelaran contra sus premisas y decidieran volver a tradiciones de decoración y confort que habían sido abandonadas y casi proscritas, aunque imagino que incluyendo también elementos provenientes del estilo moderno. Esos recursos forman parte de la mejor tradición clásica de la arquitectura e incluso del movimiento “art deco”, que fue previo al movimiento moderno. Los resultados de ese intento probablemente hayan sido también variables. Seguro que hay edificios de cierto valor y arquitectura hortera estilo Walt Disney o centros comerciales y Resorts de estilo más o menos barato.
Pero creo que el problema es establecer unos parámetros de juicio que no sean demasiado moralistas, que no se conviertan en ideologías cerradas (o de la sospecha) de lo que hay que ser, si se es “autenticamente” algo, o lo que tiene que gustar por imperativos ideológicos y siempre debatido con argumentos descalificadores muy personalizados o muy dicotómicos.
Sino más bien en basarse en criterios estéticos o funcionales o sociales. Con lo que volvemos a una cierta idea de belleza, quizá premoderna. Un planteamiento que, en mi opinión, nunca debe desaparecer del todo. Quizá al final todo sea un problema de oficio y buen gusto o de talento. Y pienso que desde este punto de vista pueden apreciarse las mejores aportaciones tanto de la estética moderna como la postmoderna, Como de lo que vendrá después o ha existido antes.
El Proyecto Moderno enArquitectura, siempre ha sido un Proyecto Moral y Político. Las pretensiones de esas vanguardias que citáis eran ernormemente didácticas. Existía una voluntad de transformación social evidente. Peor por otra parte, eso había ocurrido ciento veinte años antes con Voltaire, Diderot y La Enciclopedia. Es díficil promover un cambio formal, sin arrastrar otras consecuencias. Pero junto a ello, tenemos el descrédito de Las Vanguardias, de cualquier tipo. Por ello creo que El Posmoderno, no es lo que sucede al Moderno, sino la negativa a Proyectos de Emancipación Social. Hoy más evidente que niunca. Toda vez que el Posmoderno estilístico y moral ha provocado la desregulación de los mercados, tan querida por el Liberalismo Duro. Aunque en tiempos de crisis el fundamentalismo purista y la sobriedad, puedan volver a llamar a la puerta. No todo está dicho.
Desde luego que la postmodernidad se declara también post-humanista, pero no por despreocupación o indiferencia hacia la moral, sino por entender que la descolonización ha liberado muchas voces locales de distintas partes del mundo que ya no pueden ser unificadas por el proyecto ilustrado moderno que sojuzgó el planeta en nombre de su propia emancipación. Es, pues, ese humanismo el criticado, no todo humanismo. De manera que el fenómeno de la desregulación nada tiene que ver, creo yo, sino al contrario: Reagan, desde luego, pretendía o repetía el imperialismo, no la pluralidad. Pero la pluralidad en el marco de la globalización ya no se reivindica desde el programa ilustrado moderno, o no únicamente. Por eso decía antes que la modernidad no queda excluida, sino que representa una opción (otra cosa es que Wolfe lo confunda todo y equivoque reemplazar el modernismo por la horterada, lo cual no sería más que un gesto típicamente moderno, etimologicamente hablando, y en el que no cabe pluralidad alguna).