Lo bellos que son los tiempos cuando han pasado, cuando ya se pueden mirar a salvo, habiendo sobrevivido, como una película antigua, con el color algo desvaído y más encantador todavía.

Lo legendaria que fue esa vida tan bohemia de los sesenta, tan gozosamente libre, tan amenazada, tan frágil, tan llena de trampas, de búsquedas que nacían de lo más profundo del cuerpo porque equivalían a una huida, o manaban directamente de una herida muy antigua que daba tanto miedo que traspasaba el miedo y hacía cabalgar en un caballo desbocado, glorioso quizá un momento, algunos momentos.

Dicen que se encontraron en el ascensor del “Chelsea hotel”, aquel refugio de artistas de todos los colores. Él debía tener cerca de 34 años, ella casi 25 e iban buscando a otros. Janis Joplin a Kris Kristofferson, Leonard Cohen a Brigitte Bardot. Parece que bromearon un poco y terminaron en la habitación 1010, haciendo algo parecido al amor que no era exactamente el amor, pero que era algo significativo de lo que no era, o de lo que se buscaba sin decirlo y que, pasado el tiempo, mereció una canción que resulta, ahora, memorable.

Cohen habla de fama y de soledad, de contradicciones difíciles de sostener, de una necesidad que nunca puede ser cubierta porque no habita en este mundo, a pesar de toda la música y de todo el talento y de los abrazos que inundan de soledad, una y otra vez, pero no pueden dejar de buscarse, como otra droga.

Lo que no se tuvo, el amor que no se encontró a tiempo, la belleza que se cree no poseer y que no puede dejarse de perseguir. Lo que se perdió para siempre a pesar del cisne blanco que luego emergió, a pesar de esa voz que iluminó Monterrey como un torrente de luz maravillosa, de la adoración de tantos que la amaban como una diosa y luego la dejaban tan sola, aunque la abrazaran en camas redondas, antes de irse para siempre, quizá solo por un error, por un estúpido azar.

Lo bellos que son los tiempos cuando han pasado, cuando puede pensarse en ellos como ajenos a la banalidad. Cuando la banalidad es el aroma de una canción que sin embargo resulta tan significativa, tan reveladora de la fragilidad humana, de lo que a veces terminamos siendo, a pesar de lo que pretendemos perseguir….

Te recuerdo claramente en el Chelsea hotel

hablabas tan segura y tan dulcemente

mamándomela sobre una cama deshecha

mientras en la calle te esperaba la limusina

Esas eran las razones y esa fue Nueva York,

nos movíamos por el dinero y la carne

y a eso lo llamaban amor, los del oficio,

probablemente, aún lo es para los que quedan.

Pero te fuiste, ¿verdad, nena?

Solo le diste la espalda a la gente

y te alejaste, ya nunca volví a oírte decir:

“Te necesito, no te necesito; te necesito, no te necesito”,

mientras todos te bailaban alrededor.

Te recuerdo claramente en el Chelsea hotel.

Ya eras famosa, tu corazón era una leyenda.

Volviste a decirme que preferías hombres bien parecidos

pero que por mí harías una excepción.

Y cerrando el puño por los que como nosotros

están oprimidos por los cánones de belleza,

te arreglaste un poco y dijiste; “no importa,

somos feos, pero tenemos la música”

Y entonces te fuiste, ¿no es así, tía?.

Simplemente, diste la espalda a la gente

y te alejaste, ya nunca volvía a oirte decir:

“Te necesito, no te necesito; te necesito, no te necesito”

coreándote todos alrededor.

Y no pretendo sugerir que yo te amara mejor

no puedo llevar la cuenta de cada pájaro que cazaste.

Te recuerdo claramente en el Chelsea hotel.

Eso es todo, no pienso en ti muy a menudo.

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