Hay canciones que han estado sumergidas mucho tiempo y aparecen de pronto, trayendo recuerdos muy antiguos: una pista de baile con orquesta de chaquetas azules y sonrisas engominadas, mujeres tintineando copas en bares al aire libre con reflejos verdes, la sugestión de la vida de noche tan fascinante para un niño que sólo la vislumbra a través de una rendija por la que se filtra el humo de los cigarrillos americanos.
Las canciones antiguas dejan un sabor del que es difícil desprenderse cuando aparecen de nuevo, aunque no se haya sabido nada de ellas en muchos años, sólo un sonido en el aire alguna vez, que casi se aparta como una molestia con la mano, y la emoción de aquellos días, de otra edad, quizá de una versión blanda que las devaluó en la memoria y ya no es congruente con lo que ahora nos gusta.
Sin embargo, algunas melodías dejan crecer otra oportunidad y de pronto Miles Davis levanta Smoke gets in your eyes muy por encima de de la versión almibarada de The Platters y es como si virara el color de la que evoca, como si le aportara otra intensidad, otras posibilidades mas allá de los sueños de aquellas parejas que intentaban bailar juntos con los ojos cerrados y tenían la vida tan limitada. Aunque nunca se sabe…