El otro nombre de Black

Conocí a Benjamín Black porque un tipo al que le gustaba el jazz y decía ser mi amigo o al menos aparentaba pretenderlo, me regaló “El otro nombre de Laura” con una dedicatoria que decía así: “Todos tenemos otro nombre. Todos somos Laura”.

Luego ese tipo desapareció de repente y se hizo amigo de otros tipos que no me gustaban demasiado, lo que no quiere decir que no me apreciara cuando me regaló el libro, ni que ahora si lo viera, dejara de echar unas parrafadas con él, aunque ya sepa, como sabía entonces, que la gente no es del todo confiable por muchos motivos, la mayoría de ellos misteriosos. O quizá todo fuera un malentendido, quien sabe. De todas formas lo pasamos bien aquellos días en Granada y una noche terminamos en casa de un suizo con perilla que decía haber conocido al asesino de Rasputín en París. Lo que no deja de ser deliciosamente literario.

Cuento este detalle porque le veo un paralelismo con los personajes que aparecen en las novelas de Black. Esa ambigüedad;  esos demonios interiores, esa calidez fría de gente que se desprecia pero a la vez se necesita; esa imposibilidad de comunicar lo que se siente por miedo a acercarse a emociones muy espesas que se prefieren obviar pero que queman el pecho como “un árbol pequeño que arde”, justo lo que sentía Quircke cuando bebía un vaso de whisky sin querer beberlo, después de intentar desintoxicarse una vez más y no estar seguro de poder soportar la vida sin el alcohol, los días sin brillo, la soledad sin un cuerpo que abrazar.

 

 

“En busca de April”,  Quirke se ve metido en un armario de esos que guardan los cadáveres de las familias bien de sitios como Dublín, donde hay mucha niebla y el aire es tan espeso como el humo de un inciensario. Hay un gran padre heroico al que su temperamento le provee de gustos perversos. Hay una madre beata que se tapa los ojos. Hay dinero que solo procura silencio. Hay hijos que rozan la locura e incluso la traspasan, agarrados a un delirio que les procure una realidad más habitable. Hay un cadáver que no aparecerá nunca. Hay un negro noble que es el único que paga el precio más doloroso.

Y también hay seres heridos que se necesitan y se cruzan a veces, pero no del todo. Seres que no saben hablar de amor y les cuesta mucho convivir con las pesadillas de la noche. Gente con infancias rotas que no saben expresar lo que sienten y ni siquiera pedir ayuda, pero que sólo buscan un poco de seguridad, la familia soñada que no tuvieron nunca.

Y seres que no tienen nada que ver, con muy pocas afinidades, pero que sin embargo tienen una amistad sólida por la que podrían perder la vida, gente que a veces gana, pero nunca suficientemente, nunca para resolverse la vida, como esa lotería que toca en la casa del pobre pero no demasiado, solo para un pequeño capricho que rápidamente transparenta una indigencia que no ha desaparecido del todo.

Así es Black, así es John Banville. Un maestro de las descripciones, alguien que capta el aire que flota y lo convierte en una emoción que hiela la sangre y a la vez la calienta. Todo es muy raro, como lo de mi amigo que no era exactamente mi amigo, pero me regaló el primer libro de Black, al que no conocía. Observen…

 

 

Dejar el alcohol había sido fácil; lo difícil era la confrontación diaria y nítida, sin que nada se desdibujase, con un yo que de todo corazón preferiría ahorrarse. El doctor Whitty, el psiquiatra del centro, se lo había explicado así: ” En algunos casos, como es el suyo, no es tanto el alcohol lo que resulta adictivo, sino la posibilidad de huida que ofrece. Es algo que contradice toda razón. Huir de uno mismo, quiero decir.” ………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………… “Los Quirque y los Harkness de este mundo formaban una fraternidad cerrada y arisca, cuyo secreto apretón de manos delataba no la confianza, no la camaradería, sino el recelo, el miedo, la frialdad, la tristeza rememorada, el rencor inagotable. La camaradería y la confianza se encontraban entre las cosas buenas que se amontonaban tras el frío cristal  del gran escaparate contra el cual apretaban la nariz a medias con anhelo, a medias con colérico desdén. Lo suyo era ocultar los daños a toda costa. Eso era lo que esperaban el uno del otro, lo que se pedían el uno al otro los perjudicados; esa era la prueba de honor. ¿Qué era lo que le había dicho Rose Crawford un vez tiempo atrás?  “El corazón frío y el alma caliente: así somos tu y yo Quirke”. A pesar de lo cual era innegable que sentía aprecio por Hackett  ¿cómo podía ser posible? BENJAMIN BLACK. “EN BUSCA DE APRIL”

 

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