Táctil: perteneciente o relativo al tacto

Hay una cierta naturalidad en las cosas que podemos tocar y, por tanto, sentir. La experimentación de las cosas a través del tacto y el gusto es nuestra forma primordial de aprehender el entorno. Pero, para conseguir este tipo de interacción de un modo “artificial”, la tecnología ha tenido que avanzar mucho. Pensadores como Michael Focault, Luce Irigaray o Roland Barthes han estado de acuerdo en considerar que la cultura occidental es fundamentalmente “ocularcentrista”, lo que provoca la hegemonía del cuerpo que observa, dejando de lado otros sentidos, entre ellos el del tacto. El sentido del tacto engloba el conjunto de procesos a través de los que recibimos y procesamos datos como la temperatura, nuestra posición o el dolor. Los dispositivos táctiles funcionan de manera análoga al sentido mismo del tacto: una serie de receptores situados en la piel captan la información (lo que sería la pantalla) y ésta es enviada al sistema nervioso central, nuestro particular disco duro.

En el campo arquitectónico, este tema no ha pasado desapercibido. Juhani Pallasmaa es uno de los que más ha teorizado acerca de la materia. Pallasmaa critica las posturas contra la superioridad del sentido de la vista, insistiendo en la importancia de la postura y la localización del cuerpo. Éste último se convierte así en el elemento intermedio entre los espacios y las superficies de las cosas a través las sensaciones: pulsar, tocar, acariciar, tirar. En el campo de las tecnologías táctiles, no podemos hablar de sensaciones o texturas, sino, más bien, de la percepción “posterior”, que es la información elaborada procedente del entorno en nuestro cerebro.

 

 

En relación a la conexión del hombre con las cosas, el cuerpo sería una especie de intermediario que siente, percibe y procesa. Y los aparatos, elementos extraños a la vida, aunque intenten facilitar todas las funciones de ésta. Para bien o para mal, nuestra existencia está cada vez más ligada a ellos; y, además, gracias a las redes de telecomunicaciones, también aparece ligada a elementos inmateriales: música, películas, correo, información, etc. Estos recursos son tan importantes como los gadgets que nos permiten acceder a ellos. Siempre ha habido una barrera entre el mundo generado digitalmente y la realidad humana, rota quizás mediante los videojuegos y los experimentos de realidad aumentada. Sin embargo, ahora podemos decir casi con certeza que, con la revolución táctil, se acercan los límites entre lo material y lo digital. Un ejemplo muy claro es el de los ordenadores. Hace veinte años, los ordenadores eran máquinas destinadas al trabajo, y su software una herramienta de efectividad, pero, hoy en día, han pasado a formar parte de todos los ámbitos de nuestra vida en alguna de sus formas (tabletas, móviles, portátiles…). Y así, del teléfono al microondas, pasando por los libros o el gimnasio; todo es informática, todo es mundo digital.

 

 

Cuando las máquinas eran mecánicas, la interacción con ellas era fácil: marcar un dial, girar una rueda, apagar un interruptor. Las máquinas controladas por chips son distintas, y nuestra interacción con ellas también. A su vez, la forma en que éstas se relacionan con nosotros es compleja, pues requiere que naveguemos en sus menús y modos. Y es que, el aumento de la cantidad de dispositivos tecnológicos (technologization) en nuestro entorno, ha dado lugar a que también los usuarios mismos se hayan “tecnificado”. Desde un punto de vista sociológico, se puede comprobar en la aparición de nuevas actividades y patrones de comportamiento, así como en los cambios en nuestro sistema de valores. Se establece así una interacción muy particular entre las personas, los productos tecnológicos y el contexto (físico, histórico, cultural…). Este proceso de “universalización de la tecnología” es palpable ya en lo que se refiere al entorno inmediato, pero la aún va más allá en ejemplos del campo de la bio-adaptación, la wearable technology. El eje alrededor del cual giran todos estos avances es el de la percepción. La percepción es la manera en que comprendemos el mundo, y que hace posible que podamos re-construir la realidad. Pero también el cine, la televisión, los ordenadores, internet, así como las interfaces interactivas, pueden competir con nuestra inmediata percepción de la realidad. Y es probable que hoy experimentemos más por esta vía de lo interactivo que a través de la realidad misma.

 

 

Los dispositivos tecnológicos han cambiado nuestra forma de pensar, percibir y comportarnos. También es lo que ha sucedido con la arquitectura controlada por la tecnología: estos edificios se convierten en “mundos completos”, cerrados en lo que a funcionamiento se refiere, y, sin embargo, con una gran capacidad de comunicación e intercambio con el resto de la sociedad. El sueño cinematográfico del edificio gobernado desde el despacho o el dormitorio ya es posible. Entre las diversas maneras de abordar la incorporación de la tecnología a la arquitectura, quería centrar este artículo en las que tienen que ver con las superficies (táctiles), como elemento esencial de la configuración de los espacios.

 

Antes de analizar los sistemas táctiles, hay que anotar la diferencia fundamental entre un edificio “inteligente” y uno domótico. La domótica, de la que tanto se ha hablado, no es más que la automatización de los procesos de funcionamiento de un edificio, tales como temperatura, humedad, subida de persianas, alarma, luz, etc. En este sentido, esta disciplina no ha aportado un control del espacio, sino del uso, tanto si se está dentro como fuera. Dicho de un modo simplificado, aporta facilidades o comodidad en la forma de habitar, pero está centrado sólo en las condiciones del entorno –gasto energético, confort climático, gestión-.

Otra aproximación muy distinta al control del espacio ha sido la arquitectura interactiva o responsive architecture. Esto sí que es arquitectura “inteligente”. Se trata de los sistemas que permiten que el edificio “aprenda”, anticipándose a las necesidades de sus usuarios. El hogar inteligente siempre ha sido más exitoso en la teoría que en la práctica. En general, sus sistemas están basados en la conexión a internet con el fin de intercambiar voz, datos y servicios. A partir de 2002, la mayoría de los hogares disponen de algún género de conexión a la red, pero aún queda mucho camino hasta integrar en ésta todos los sistemas. Sin duda, parece que los principales avances van en la dirección de la conectividad, de la interacción habitante-edificio. Este enfoque prioriza la comunicación de los usuarios entre sí, y con los objetos que poseen. Es lo que se ha dado en llamar “internet en los objetos”. El mismo Steve Jobs ya lo anunció en la presentación del iPad: “Holding the Internet in your hands”. La idea es simple, pero de aplicación muy difícil si se extiende a todos y cada uno de los objetos de un edificio, incluidos los alimentos envasados. Por ejemplo, los códigos QR, que ya podemos ver en la mayor parte de las etiquetas, son un germen de este planteamiento. Hace algunos años, LG Electronics lanzó una aplicación para hogares llamada Home Net, basada en un panel desde el que se podía regular todos los electrodomésticos, sistemas eléctricos, televisión y aire acondicionado. Permitía incluso realizar videoconferencias con los vecinos. Sharp, Toshiba e Hitachi, en Japón, también hicieron sus propuestas en este campo, pero aún es un mercado que está por explotar.

 

 

Los cambios y avances en lo que al control del espacio se refiere, nos hacen plantearnos nuevas vertientes para el trabajo del arquitecto, que, si no, se quedará fuera de la fiesta de artistas interactivos, diseñadores gráficos y expertos en tecnologías de lo más variopinto. En los 80 y 90, el impacto de los ordenadores en la disciplina arquitectónica fue principalmente en forma de ayudas al diseño. Pero, en las próximas décadas, los ordenadores formarán parte de la arquitectura misma, permitiendo sistemas de configuración del espacio centrados en el usuario.

Aparte de los sistemas informáticos o electrónicos, otro tema de interés son los materiales en sí, cuya superficie es el límite que encierra la sustancia de las cosas. Las superficies han sido y serán la pieza angular para el desarrollo de las tecnologías táctiles en todos los ámbitos. Los denominados smart materials o materiales inteligentes tienen propiedades cambiantes en respuesta a influencias físicas o químicas. Se denominan “inteligentes” de un modo coloquial, ya que este adjetivo hace referencia a la informática, y estos materiales, a fecha de hoy, no se han empleado en ese campo. Son capaces de verse influenciados por la luz, los rayos U.V., la temperatura, la presión, los campos eléctricos, los campos magnéticos o la presencia de elementos químicos. El uso de materiales inteligentes nada tiene que ver con que el edificio en sí esté automatizado. La cuestión radica en si los elementos arquitectónicos son capaces de recibir y procesar información o no; y lo mismo sucede con los objetos de la casa. Aun así, no hay todavía una respuesta convincente acerca de cómo se define una superficie inteligente. Lo que sí que está claro es el propósito de diseño: la información. Aunque parezca increíble, la información está muy relacionada con el espacio, ya que su sentido primordial es la conexión de lugares que están separados entre sí en términos físicos (espaciales) y de tiempo. Pero la unión y sincronización de lugares puede realizarse de las más variadas maneras: a través del tacto, la voz, una pantalla o un teclado.

La idea de “información” es comparable a la de “comunicación”. Internet –y su inmaterial infraestructura- domina este campo sin ninguna discusión. En el campo de la arquitectura y el diseño, la información adopta dos formas: la información activa que aparece escrita o representada en superficies, y la información que se controla a través de los sistemas electrónicos y hace “reaccionar” a los edificios. La combinación de ambas, es lo que produce las llamadas media façades, un tipo de superficies inteligentes.

En la Arquitectura, siempre hay una experiencia sensorial y emocional, es como si el espacio arquitectónico fuera capaz de encuadrar nuestros pensamientos y fortalecerlos. Necesitamos de la geometría de las habitaciones para realizar determinadas actividades, para pensar con claridad. Quizás el lugar por antonomasia del que tenemos una “vivencia” física es la casa. Cada superficie del hogar nos es familiar, las distancias entre los objetos son conocidas, así como la forma del espacio. Como dice Barchelard, con mucho acierto, “la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz”. El carácter íntimo de la casa está determinado por una serie de hábitos físicos, y esto ha de tenerse en cuenta en los diseños tecnológicos. Instalar dispositivos táctiles en la vivienda, ampliaría considerablemente esa experiencia que nos liga al espacio y a los objetos, más allá de su materialidad. Frente a la hegemonía del ojo y la memoria visual –que, al final, es una escena visible pero no una imagen-, el tacto tiene que aprender más.

 

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