Algunos objetos atraviesan el tiempo, saltan de una época a otra, de puntillas, atrapando las rutinas, metiéndose de lleno en las vidas de quienes los usan, que no pueden renunciar a ellos con facilidad. Otros, simplemente se olvidan o bien no encajan, no encuentran su espacio entre nosotros o son superados por aquellos que hacen su labor más rápido, de una manera más sencilla o más eficaz.
Esa sensación se acentúa al mirar imágenes como ésta, en las que el blanco y negro añade años y encanto a una realidad que podría tener varias décadas, pero que, sin embargo, ha podido ser congelada hace unos minutos en el Marché aux Puces parisino. Sea así o no, tanto da. Veo en ella un viejo texto bíblico (el Paralipomenos) cuyas páginas están marcadas por una cinta de casete. Un objeto que lleva ahí desde el año 1500 (antes, si no contamos con la imprenta), prestándole su regazo a otro que ha pasado por aquí durante algo más de cuarenta años y ha desaparecido, después de darnos muchas cosas en su vida tan corta.
Pero en esta foto tan evocadora de Hugo González Granda podemos ver más cosas. La cinta está guardada dentro de un libro, ese objeto que tanto placer nos proporciona y que muchos se empeñan en predecir que desaparecerá. Aunque tal vez no. No mientras todos los que nos hemos educado acariciando páginas, doblando sus esquinas, subrayándolos, sigamos cuidando de ellos, visitemos bibliotecas, compremos en librerías y le seamos infieles al kindle con ellos: es una vieja pasión, pero al contrario que otras, no se extinguirá fácilmente.
Me hace gracia encontrar en Pla -siempre está ahí-, una cita al hilo de aquello en lo que andan perdidos mis pensamientos mientras escribo estas líneas: ¿de qué manera influyen algunos objetos en nuestra vida? ¿En qué sentidos la cambian? Me contesta en su ‘La huida del tiempo’: «En la mitad de la vida me pareció que el mundo avanzaba, pero que no progresaba en ningún sentido. En aquella triste edad en la que se descubre que todas las ingeniosidades mecánicas del hombre no afectan para nada a su naturaleza íntima y que las pasiones y los instintos del hombre – y sus sombras, las ideas,- no cambian jamás porque son constantes, fijas. Asimismo, se descubre que lo que nos da una sensación de avance es la labor incesante de destrucción que, de una manera ciega e implacable realiza la Naturaleza. Es la muerte de lo que nos circunda lo que nos da la ilusión de la vida – quizás-«.
Así es el escritor de Palafrugell, tan luminoso en sus descripciones de lo que le rodea, y cáustico y oscuro cuando delimita su posición en el mundo. Sea como fuere, me desmarco un poco de él. Trataré de evitar aquello que escribió Shakespeare: “Malgasté el tiempo, ahora el tiempo me malgasta a mí”.
*Todas las imágenes que acompañan el texto son del fotógrafo Hugo González Granda.
Probablemente la cinta de cassette sea uno de mis objetos favoritos, y todavía de moda en mi coche 🙂 Son entrañables, se pueden rotular, se pueden (bueno, se podían) regalar y, aunque el orden de las canciones es siempre predecible, se supone que es una selección musical genuina donde cabe justo lo que te apetece escuchar.
Exacto, y eran perfectas para amigos y parejas, porque además se podía meter la propia voz y decorar la caja…
+1, Oscar