El Golem del rabino León. Praga 1583

 

Jorge Luis Borges escribió en 1958 un largo y divertido poema sobre la leyenda del Golem, el muñeco formado de lodo que, por medio de unas palabras mágicas, cobra vida y obedece a su creador. El rabino Judá León de Praga (en su lengua, Judah Löew ben Bezalel) sería el hacedor de este prodigio, que se paseaba por las calles de la ciudad como servidor suyo y protector del ghetto. Obedecía a su amo ciegamente pero sin raciocinio (no sabía hablar) mientras estuviera controlado. En cierta ocasión, el rabino se distrajo y el monstruo causó grandes estragos en las calles de Praga, hasta que aquél lo desactivó y la ciudad  pudo descansar tranquila. Según concluye el poema con una sonrisa de simpatía,

“El rabí lo miraba con ternura

y con algún horror. ¿Cómo (se dijo)

Pude engendrar este penoso hijo

Y la inacción dejé, que es la cordura?”

 

 

Borges se había interesado por la tradición filosófica judía y había leído con gran admiración una novela fantástica publicada en 1915 por el vienés Gustav Meyrink, que alude a la presencia del Golem desde antiguo en los callejones laberínticos y opresivos de la judería de Praga. Es lógico preguntarse por qué este rabino en concreto y por qué precisamente en Praga. Sabemos ahora que en realidad no fue el llamado Judá León, una figura histórica, quien protagonizó estos extraordinarios sucesos, pues ni siquiera menciona en sus numerosas obras teológicas y filosóficas la leyenda del Golem, aunque sí la idea de un ser imperfecto o en embrión, que aparece ya mencionado en la Biblia (Salmos 139.16). Es claro que para la tradición oral del mundo judío praguense el rabino Judá León, docto y respetado, era la persona ideal para atribuirle este mito tradicional, con oscuro significado místico. Nacido en 1520 en Worms, Alemania, llegó a ser rabino de Polonia y de Moravia antes de conseguir ser elegido para la importante sede de Praga, donde vivió hasta su muerte en 1609. Lo había intentado antes, pero sus sermones habían despertado recelos entre los fieles porque defendía una concepción casi fundamentalista de la lectura y enseñanza de la Torá y del Talmud. Finalmente pudo cumplir en la judería praguense una importante misión científica y política, con acceso directo al Castillo y al Emperador, protegiendo a la comunidad judía de las frecuentes persecuciones. Habían sido expulsados de la ciudad poco antes, cuando en 1541 se les acusó de un gran incendio. Más tarde, las autoridades no tuvieron más remedio que re-admitirlos, necesitado como estaba el Imperio de fondos para la guerra contra “el turco”, que amenazaba a Hungría y a la misma Viena.

 

Emperador Habsburgo Rodolfo II,

 

¿Y por qué tenía que ser Praga el escenario de la leyenda del Golem? No es difícil imaginarlo, ya que la Praga post-renacentista era el lugar y el momento ideal para recrear esta tradición mágica. La gran ciudad en el centro de Bohemia y en el centro de Europa había sido ya capital del Sacro Imperio Romano Germánico, cuando en 1355 el Emperador Carlos IV de Luxemburgo trasladó su corte aI famoso Castillo, la dotó de todo lo necesario para una gran urbe de la época y construyó el puente sobre el Moldava que lleva su nombre. Volvía a serlo en 1583 de la mano del Emperador Habsburgo Rodolfo II, un curioso personaje.

 

Emperatriz María de Austria. Óleo de Antonio Moro. Museo del Prado (Madrid)

 

Dotado de un carácter conflictivo e inseguro, maníaco-depresivo según algunos, llevó la capital del imperio a Praga probablemente para marcar distancia con la sede de los Habsburgo en Viena y especialmente con su madre, la poderosa y posesiva María de Austria y Portugal, hermana de Felipe II. LLevó consigo a la nueva sede imperial una gran curiosidad intelectual y artística y la convirtió en el centro cultural más brillante de Europa. Atrajo a los mejores científicos de la época, entre ellos los astrónomos  Johannes Kepler y Tycho Brahe y la embelleció con magníficos edificios y monumentos. Enriqueció especialmente su residencia en el Castillo de Praga amontonando en él, como coleccionista compulsivo que era,  objetos de todas clases, muñecos mecánicos, animales exóticos  y una colección de arte de no menos de 500 estatuas y 1500 cuadros, entre ellos algunos de Rafael, Tiziano y Durero (se hizo llevar hasta el Castillo el enorme cuadro La fiesta del Rosario a pie desde Alemania). Al calor de este despilfarro llegaron a Praga numerosos charlatanes, practicantes de ciencias ocultas y alquimistas, una “ciencia” que atraía la curiosidad del Emperador  desde los años de su educación en Madrid y El Escorial. Se arracimaron en casas diminutas en torno al Castillo buscando la piedra filosofal y, sobre todo, oro. Se sospecha que la afición del Emperador a la alquimia pudo tener también una finalidad más prosaica, pues necesitaba abundantes ingresos para poder pagar sus guerras y tantos lujos y caprichos.

 

Fiesta del Rosario. Durero

 

Rodolfo acabó mal, como era de esperar. Durante su reinado se agravaron las relaciones con los nobles protestantes de Bohemia y Hungría, pues era un católico ferviente y quiso re-catolizar a Bohemia de acuerdo con la Contrarreforma que la Iglesia había lanzado en el concilio de Trento. Y recordemos que durante esos años llegó también al punto de máxima tensión la pugna entre la concepción medieval del mundo, basada en la centralidad de la religión y los progresos de la ciencia moderna, que supuso una nueva concepción del papel del individuo. El Emperador  favorecía confusamente ambas fuerzas contradictorias. En sus últimos años, Rodolfo se recluyó en el Castillo y abandonó prácticamente el gobierno hasta que en 1612 fue depuesto por su hermano Matías. Poco después se desencadenó la Guerra de los 30 Años entre católicos y protestantes.

 

 

La ocurrencia de atribuir la leyenda del Golem al rabino León se fue transmitiendo primero por tradición oral y acabó aflorando abundantemente en la literatura del siglo XIX. Ya había atraído la atención de uno de los grandes, Wolfgang von Goethe, quien en 1797 había compuesto un poema basado en una de las versiones más populares del cuento, que tituló El aprendiz de brujo. En él, el servidor de un mago cuenta atemorizado su extraña aventura. Imitando las palabras del maestro, ha conseguido crear un Golem para que le haga los trabajos más duros. Lo convierte en escoba para que transporte agua pero acaba perdiendo control sobre el: no sabe pararlo e inunda la casa y las calles cercanas, hasta que el maestro pone fin al desaguisado. En 1897, esta historia fue convertida por el compositor francés Paul Dukas en un brillante poema sinfónico, al que Walt Disney tuvo el valor de dar animación en su conocida película Fantasía de 1940, con el ratón Mickey como protagonista.

 

 

Es divertida pero también profunda. Su moraleja, según Goethe, es que no se debe obrar atolondradamente, sin tener en cuenta las consecuencias de los propios actos. En la versión del poeta griego Luciano de Samosata, que la escribió por primera vez en el siglo II, el mensaje es que no hay que creer en supercherías mágicas ni en poderes extraordinarios. La leyenda tiene raíces aún más antiguas pues, según el Génesis (Cap. 2,7), cuando  Dios creó al hombre lo “formó del lodo de la tierra” y lo llamó Adam (tierra en hebreo). También se le fue de las manos: primero cometiendo el error que lo expulsó del paraíso y, más tarde, usando su limitada inteligencia para crear los medios de su propia destrucción.

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1 Comment

  1. says: Óscar S.

    Yo creo (porque así me lo dijeron una vez) que el simbolismo del Gólem reside en que el hombre crea algo que termina por ser más fuerte que él y le destruye. El referente, para un judío, es Dios, pero para nosotros, en la actualidad, podría ser la tecnología…

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