Encuentros en Oxford.

Oxford Magdalen College

                                                                                                            

Hubo un tiempo- no muy lejano- en que la lectura en voz alta era una actividad cotidiana y familiar. Los bienaventurados que gozamos de infancias pobladas de relatos comprendimos más tarde que aquello nos empapó de magia la mente y el corazón y nos brindó una disciplina intelectual insospechada. Y es que contar historias, escuchar historias, no sólo encendía la imaginación : era también un ejercicio verbal riguroso que exigía el léxico, ritmo y entonación adecuados. En otras palabras, los grandes recursos de la retórica tejían aquellos cuentos que nos leían o nos contaban de niños y que tanto marcarían nuestro desarrollo personal. Hoy en día las redes sociales y los Pokémon de turno han invadido  el espacio y el tiempo, pero  todavía hay escuelas que requieren la presencia de abuelos  jubilados para que sigan contando o leyendo historias con la palabra precisa, la pausa necesaria, el tono de voz que va modulando el relato. Porque contar historias es un arte con algunas reglas no escritas que los elegidos siempre parecen conocer.

 

J R R Tolkien

 

Sería un error pensar que la riqueza de la tradición oral  pertenece al mundo de la infancia y es exclusiva de nuestros primeros años. Somos muchos los que deploramos que esta práctica se abandone en cuanto llega la adolescencia y somos muchos también los que la incluiríamos como asignatura en las titulaciones universitarias. Quizá nos sorprenda saber que grandes escritores que fueron también profesores – J.R.R. Tolkien entre ellos- practicaron la lectura en voz alta como pieza clave en su proceso creativo. Tolkien llegó a Oxford en 1926 para tomar posesión de su Cátedra de Lengua y Literatura Anglosajonas y allí coincidió con C.S. Lewis( el autor de Las Crónicas de Narnia), también profesor de literatura en el Magdalen College. Oxford era entonces, en palabras de Lewis, “un club de campo para los indolentes que venían de Eton llenos de arrogancia, extravagancia y perversión sexual”, en clara alusión a la conducta díscola y escandalosa de una parte del exclusivo alumnado. Pero Oxford era sobre todo un vivero de grandes talentos y mentes privilegiadas que fomentaban el debate como método educativo y creativo. Precisamente una de las grandes discusiones en aquel tiempo era el temario de una disciplina tan crucial como la Literatura: algunos, como Tolkien, pensaban que sólo debían estudiarse los clásicos y la literatura inglesa antigua y medieval, con un enfoque eminentemente lingüístico. Otros, como Lewis, pensaban que lo esencial era la literatura moderna con un enfoque eminentemente literario. Estas y otras discrepancias agrupaban a los académicos en numerosos clubs o sociedades, tan típicas de las universidades anglosajonas, auténticos foros de la argumentación y la discusión.

 

C. S. Lewis

 

J.R.R. Tolkien y C.S. Lewis pronto encontraron razones para establecer encuentros periódicos junto con otros académicos. La primera  iniciativa fue crear en 1926  un club de lectores de sagas islandesas, algo que los dos habían conocido y disfrutado  en su infancia y juventud. El nombre del club, The Coalbiters ( algo así como “ los mordedores de carbón” ) describía , según el propio Lewis a “ hombres que pasan las horas tan cerca del fuego en invierno que llegan a morder el carbón”. En realidad se refería a las muchas horas del grupo en torno a la chimenea de las habitaciones de los colleges , entregados a  la lectura de las sagas en voz alta y en lengua original. Eran sesiones dedicadas a deleitarse con el ritmo, la cadencia, la musicalidad del lenguaje, además de los fascinantes mitos que tanto habrían de influir en la obra de los dos. Pronto se añadieron otras actividades, como las marchas a pie a través de la hermosa campiña de Oxford, en las Tolkien y Lewis compartían imaginación, erudición y amor a la palabra. Esta devoción filológica les llevaría una tarde a leer durante horas, siempre en voz alta y en versión original, el libreto de Die Walkure  de Wagner, y en otras ocasiones La Ilíada y La Odisea o La divina comedia.

 

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El club de las sagas islandesas daría paso en 1933 a otra sociedad de mucho mayor calado, The Inklings, que se reuniría durante 16 años todos los Jueves por la noche en las habitaciones  de Lewis en Magdalen College. El nombre del nuevo grupo, de muy difícil traducción, sería algo así como “ las ideas vagas”o “las corazonadas”, (además del juego de palabras con “ink”, los que escriben con tinta), en referencia a la creatividad en ciernes de sus miembros  que solo con el tiempo- y con el respaldo de las lecturas conjuntas- se convertirían en grandes escritores. Tolkien se refería a él como “nuestro club de poetas practicantes” y en una de sus obras publicada póstumamente, Los papeles del Notion Club, crea un club ficticio con numerosos guiños al grupo.

 

Crónicas de Narnia

 

The Inklings se reunían largas horas después de cenar para escuchar escritos inéditos, dar su opinión sobre los mismos y hablar de todo lo divino y lo humano sin normas, leyes o jerarquías. La lectura en voz alta era suficiente para avivar mentes y encender argumentos, encadenando  debates interminables . Fue alrededor de esa chimenea donde Tolkien leyó fragmentos de The Hobbit y de El Señor de Los Anillos y ha quedado constancia de las correcciones o sugerencias que se le hicieron, sobre todo por parte de Lewis. La relación y la confianza entre ambos iba más allá de estas reuniones, compartiendo asombrosos universos fantásticos en gran medida inspirados por su faceta de estudiosos y académicos. Antes de escribir El señor de los anillos , Tolkien bebió de las fuentes del gran poema anglosajón Beowulf, que él mismo tradujo y editó de forma admirable y que había de brindarle, no solo un mundo de dragones, tesoros y luchas de guerreros y monstruos, sino también la belleza majestuosa de un ritmo basado en los acentos y la aliteración. Hoy en día, que todo depende de la inmediatez y la celeridad virtuales, resulta difícil imaginar que  fraguó sus obras durante largos años de estudio entre los manuscritos de las bibliotecas  y que convirtió un trabajo de investigación filológica  en una obra cumbre de la literatura fantástica.

 

Richard Attenborough

 

Los miembros de The Inklings también tenían por costumbre juntarse los Martes a mediodía en el pub Eagle and Child, al que coloquialmente se referían como The Bird and Baby o simplemente como The Bird. Una visita al pub nos mostraría  numerosos recuerdos  de aquel tiempo y aquellas reuniones donde sucedieron muchas cosas, además de gestarse grandes obras: Lewis se convirtió al catolicismo y más tarde se casaría con la también escritora Joy Gresham , como se cuenta en la película  de Richard Attenborough ; estalló la segunda guerra mundial pero las reuniones de los Jueves siguieron, muchas veces con el racionamiento habitual en aquella época ; el grupo- y en concreto J.R.R. Tolkien, a pesar de que tenía esposa e hijos-  fue tildado de misógino en numerosas ocasiones y nunca permitió la asistencia de ninguna mujer a las sesiones porque, explicita e implícitamente, las consideraban seres inferiores…….  Tantas y tantas anécdotas que bastarían para ilustrar el tiempo y el espacio de casi dos décadas.

 

El señor de los anillos

 

Pero lo que aquí queremos celebrar es el ritual de la lectura en voz alta que presidía los encuentros y que sin duda contribuyó a la grandeza de las obras literarias entonces en curso. Tolkien decía que los textos tenían que sonar, tenían que ser oídos antes que leídos, como gran conocedor de la eufonía y la dimensión litúrgica de la palabra en la literatura anglosajona. Sabemos de su carácter extraordinariamente puntilloso que le llevaba a contrastar cualquier dato,vocablo, topónimo, etimología……. Sabemos también que Lewis caía rendido de admiración ante los escritos de Tolkien pero que este, muy por el contrario, le solía afear la rapidez y el descuido con  que ( según él) escribía, como sucedió cuando comenzó a leerle El león, la bruja y el armario, entre otros textos. Y no ocultamos  que  existieron  críticas negativas y desalentadoras: por ejemplo uno de los miembros del club, Hugo Dyson, profesor  de Literatura en Merton College, aborreció todas y cada una de las lecturas de El señor de los anillos y hay quien supone que esto hizo que Tolkien no leyera para el grupo los últimos capítulos.

 

 

El libro se terminó de escribir en 1949 y en el mismo año tuvo lugar la última reunión de The Inklings, que se disolvieron sin que mediara ninguna razón concreta. Nunca sabremos cómo hubiera sido la obra de Tolkien y Lewis sin estos encuentros, pero cabe suponer que aquellos debates forjaron la versión definitiva que ha maravillado a tantas generaciones. Tras su desaparición, el espíritu y la letra del grupo se refundieron en otras sociedades con distintos nombres que incluso hoy en día perviven, aunque sin alcanzar el renombre y el influjo del original. Pero su gran legado va más allá de clubs y sociedades porque se encuentra inscrito en nuestro ADN, aunque los distintos planes de educación y otros atropellos académicos hayan intentado borrarlo: el arte y el placer de compartir historias y descubrir con ello los recursos prodigiosos del lenguaje.

 

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