Antonio Machado, un refugio sólido para tiempos sombríos

Tengo la sensación de que Antonio Machado representa para mucha gente un refugio sólido para tiempos sombríos. Lo es en la adolescencia cuando se descubre, quizá en el colegio, y llena esas tardes interminables en las que parece que la soledad lo asfixia todo y la vida vaga por algún otro sitio. También quizá en la vejez cuando sólo queda lamer heridas y se presume la última derrota. Colliure es un símbolo de muchas cosas: de una tragedia familiar, personal y de un país que pudo ser posible y que se hundió muchos años en la oscuridad. Quizá por todo eso, después de haberlo leído con intensidad se abandona mucho tiempo, porque es como un olor o una estética que evoca cosas que también quisiéramos espantar, dejar de pensar en ellas, como cuando los niños se tapan los ojos para no ver algo o para poder pensar que a ellos no les van a pasar ciertas cosas. Antonio Machado con el corazón helado por las dos españas, oculto por su torpe aliño indumentario cuando fue mucho más, el intelectual moderno y profundo que podría haber disfrutado mucho más de la vida, en otro país, en otro tiempo, con mucha más suerte…

‘La primavera besaba…’

La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.

Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil…
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.

Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
-recordé-, yo he maldecido
mi juventud sin amor.

Hoy en mitad de la vida,
me he parado a meditar…
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!

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