Olvidar los ojos que nos miran

Lo peor son esos ojos fijos que nos miran desde algún sitio dispuestos a demostrar que no tenemos nada nuevo o bueno o, simplemente, algo que contar. Y que eso es un indicio de alguna insuficiencia personal, de la que de alguna forma somos culpables, que nos acompañará siempre y nos hará desgraciados, porque nos impedirá conseguir lo que más nos gusta. Todo tiene que salir a la primera y además “ser bueno”, al menos como lo que hemos leído la noche anterior, Anna Karenina, por ejemplo o “Rayuela”. Es en ese momento cuando comienzan los sudores y es fácil descarrilar antes de terminar el primer folio.

Sin embargo quizá haya otras formas más indirectas de acercarse a acariciar un tigre. Quizá haya en algún sitio gente que desde el principio disfruta y escribe como suponemos que lo hacían Cervantes o Shakespeare. Igual que hay chicos africanos que corren los cien metros en diez segundos sin haber entrenado todavía. Pero la mayoría de la gente no sabe hasta dónde llegan realmente sus capacidades. Se parte de un deseo o de una intuición pero no saben mucho más que eso. Y tienen que darse tiempo y, sobre todo, ponerse en una situación en que sea posible avanzar y sorprenderse con la experiencia de escribir. Por ejemplo relatar una historia o al menos un capítulo o un cuento enteros, sin cortapisas, como si se contara a un amigo benigno, dándose la posibilidad de errar, de explorar cualquier territorio, sin pensar demasiado en las palabras todavía, aprendiendo a gozar de ese proceso. Olvidando todos los ojos que puedan mirarnos, sólo atendiendo a nuestra mirada…


“Escribe libremente y tan rápido como sea posible, echando todo en el libro. Las correcciones hechas durante el principio de la creación son, por lo general excusas para no seguir adelante. Además influyen en el flujo y el ritmo, que sólo puede ser fruto de una especie de asociación inconsciente del tema. “

John Steinbeck

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