El compromiso del escritor

La necesidad de escribir probablemente surge de un impulso interno, de la necesidad personal de explicarse algunos motivos por los que vivir o no tener miedo; de describir el mundo de alguna forma inteligible o de cerrar heridas antiguas que duelen demasiado; de construir mundos donde pueda habitar alguna forma de belleza, de alegría, de esperanza o de orden.

Pero luego está el tiempo que se vive y los otros ahí fuera, que son el público al que el escritor se dirige y de los que busca una aprobación que inevitablemente lo expone a la crítica, más ácida cuanto mayor sea su influencia. Están sus intereses y lo que el tiempo le exige si quiere seguir teniéndose por un hombre libre. Está el riesgo de escribir lo que realmente desea y el precio que está dispuesto a pagar por hacerlo. Está el cansancio de llevar el mundo entero encima de forma constante si ha decidido participar en el debate público con una voz moral, que siempre lo puede sumir en contradicciones y en la incertidumbre más angustiosa porque pronto se da cuenta que no puede tener respuestas para todo.

“Los escritores no pueden ignorar los tiempos que viven, pero tienen también que mantener, o recobrar, cierta distancia si quieren permanecer fieles a sí mismos”, escribió Camus cuando ya estaba muy cansado de ir a contrapelo sobre todo de los que habían sido sus amigos y ahora lo denostaban por haberse apartado del rebaño. Cuando ya estaba muy seguro que el único compromiso con los demás no podía estar al margen del compromiso radical con la propia forma de ver y vivir la vida.

“El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdadero artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Nadie es lo bastante grande para semejante vocación. Sin embargo, en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre para poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad, y el servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a la servidumbre porque, donde reinan, crece el aislamiento. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión. ”

Albert Camus. “Discurso del Nobel”. Estocolmo 10 de diciembre de 1957.

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1 Comentarios

  1. says: Rosa

    Hay otra cuestión aparte: el escritor que escribe con el fin de lucro y reconocimiento (no voy a dar nombres porque todos conocemos muchos) o el escritor que lo hace por una necesidad elemental de expresarse (ej. Emily Dickinson) sin esperar nada a cambio, ni tan siquiera le preocupa la aprobación o ser siquiera leído.

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