Un escritor es también otro. Otro que tira de él y trata de llevarlo a otros sitios, a otras vidas que quizá nunca soñó vivir, a otras emociones, y a otros dilemas. Otro que trata de abrir otros huecos en el mundo, para que la vida no se termine en lo que puede vivirse o se resuma en lo que se puede experimentar, que muchas veces se reduce demasiado. Otro para no tener edad y poder ser muchos otros que viven en países muy lejanos o universos muy distintos o quizá en otro tiempo o con otro sexo. Otro para salvarse de la desesperación o del tedio o para mantener esa actividad hacia afuera que forma parte de la esencia de la vida. Otro que se alimenta del uno pero que también lo sostiene y le da vida, aunque su vida sea ficticia porque puede desaparecer en cualquier momento.
El otro que está aquí y vive aquí pero no se sabe por cuanto tiempo, ni si ha llegado todavía.
¿Me amarías igual si yo fuera otro?
“Al otro Borges es al que le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en la terna de profesores. O en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, el sabor del café, la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo trate de librarme de el y pase de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora, y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No se cuál de los dos escribe esta página”.
Jorge Luis Borges. “El Hacedor”