Quizá ahora que parecen estar en crisis tantas cosas y tantos sueños es el momento de releer a Popper, del que tanta gente quiere apropiarse, directamente, sin prejuicios, como conversando con un viejo amigo con el que revisan algunos conceptos fundamentales y con el que se comentan algunas experiencias históricas no demasiado diferentes, con una saludable distancia.
En épocas de crisis siempre se sueñan salvadores que inevitablemente se postulan en nombre de la historia o de la voluntad popular o de la patria para refundar el sistema político y crear el estado de la auténtica justicia con soluciones aparentemente muy simples. Sin embargo la experiencia histórica suele mostrar que esas esperanzas suelen tornar fácilmente en pesadillas y que los salvadores se convierten fácilmente en tiranos, porque habitualmente no suelen ser superiores en nada salvo quizá en ese carácter psicopático que facilita utilizar la astucia para conseguir el poder.
“(…) me inclino a creer que rara vez se han mostrado los gobernantes por encima del término medio, ya sea moral o intelectualmente, y sí, frecuentemente, por debajo de éste. Y también me parece razonable adoptar en política el principio de que debemos siempre prepararnos para lo peor aunque tratemos, al mismo tiempo, de obtener lo mejor. Me parece simplemente rayano en la locura basar todos nuestros esfuerzos políticos en la frágil esperanza de que habremos de contar con gobernantes excelentes o siquiera capaces. Sin embargo, pese a la fuerza de mi convicción en este sentido, debo insistir en que mi crítica a la teoría de la soberanía no depende de esas opiniones de carácter personal (…)”.
Sorprende imaginar que Popper escribiera este libro en plena guerra, en el exilio de Nueva Zelanda, con dificultad para encontrar bibliografía, sólo, sin saber cómo iba a terminar todo aquello o si sus ideas iban a ser siquiera escuchadas. Lo consideró su contribución a la guerra, quizá su forma de preservar una civilización que amaba …
EL PROBLEMA DE LA POLÍTICA
“A mi juicio, Platón promovió una seria y duradera confusión en la filosofía política al expresar el problema de la política bajo la forma “¿Quién debe gobernar?, o bien “¿La voluntad de quién ha de ser suprema?”, etc. Esta confusión es análoga a la que creó en el campo de la filosofía moral con su identificación –analizada en el capítulo anterior– del colectivismo y el altruismo. Es evidente que una vez formulada la pregunta “¿quién debe gobernar?”, resulta difícil evitar las respuestas de este tipo: “el mejor”, “el más sabio”, “el gobernante nato”, “aquel que domina el arte de gobernar” (o también, quizá, “La Voluntad General”, “La Raza Superior”, “Los Obreros Industriales”, o “El Pueblo”). Pero cualquiera de estas respuestas, por convincente que pueda parecer –pues ¿quién habría de sostener el principio opuesto, es decir, el gobierno del “peor”, o “el más ignorante” o “el esclavo nato?” –es, como trataré de demostrar, completamente inútil.
En primer término, estas respuestas tienden a convencernos de que entrañan la resolución de algún problema fundamental de la teoría política. Pero si a ésta la enfocamos desde otro ángulo, hallamos que, lejos de resolver alguno de los problemas fundamentales, lo único que hemos hecho es saltar por encima de ellos, al atribuirle una importancia fundamental al problema de “¿Quién debe gobernar?” En efecto, aun aquellos que comparten este supuesto de Platón, admiten que los gobernantes políticos no siempre son lo bastante “buenos” o “sabios” (es innecesario detenernos a precisar el significado exacto de estos términos)y que no es nada fácil establecer un gobierno en cuya bondad y sabiduría pueda confiarse sin temor. Si aceptamos esto debemos preguntarnos, entonces, ¿por qué el pensamiento político no encara desde el comienzo la posibilidad de un gobierno malo y la conveniencia de prepararnos para soportar a los malos gobernantes, en el caso de que falten los mejores? Pero esto nos conduce a un nuevo enfoque del problema de la política, pues no obliga a reemplazar la pregunta: “¿Quién debe gobernar? con la nueva pregunta: ¿En qué forma podemos organizar las instituciones políticas a fin de que los gobernantes malos o incapaces no pueda ocasionar demasiado daño (…)”.
Karl Popper. “La sociedad abierta y sus enemigos” , 1945
El problema es que esa reflexión ya existe, expresamente, desde tiempos de Montesquieu, como poco. Y lo que Popper ofrece de nuevo es poco, tan sólo cierta cobertura ideológica del liberalismo rampante. Un profesor mío me contó que habló con él en su casa. Cuando mi profesor le interrogo acerca de la miseria del Tercer Mundo, por lo visto Popper, ya muy viejo, respondió, señalando a su jardín: “¿de qué miseria me habla? yo vivo en un paraíso…”
Espero que, como parece probable, mi profesor exagerase…
Y la crítica a Platón debe ser matizada. La respuesta a quién debe gobernar el filósofo la responde con “el saber”. Después, ya le importa poco si son uno o varios, mujeres u hombres, los sapientes. Todo un sistema educativo es diseñado por Platón para que cualquiera pueda alcanzar ese estadio, eliminándose, por cierto (y por única vez en la antigüedad) la esclavitud. Otra cosa es, y esto es cierto, que a Platón la libertad individual le parezca fuente de males como los que acabaron con el esplendor de la democracia de Pericles. En este exclusivo sentido, es totalitario, pese a que el término resulte anacrónico, lo cual se manifiesta todavía más en Las Leyes.
Óscar
Creo que te has cargado a Popper con una frase cuestionable y una anécdota malévola cuando quizá no hubieras hecho lo mismo (perdona el golpe bajo, jajajaja) con otros pensadores que probablemente te gusten más y que también pueden ser controvertidos o han sido reivindicados en algún momento por gente dudosa o que tuvieron en su tiempo unos compromisos políticos oscuros. Y, sin duda, llevas parte de razón en esos casos, porque las vidas son muy largas y los pensamientos complejos, con cosas que se pueden sacar de contexto y la mayoría de las veces contradictorios con las vidas que se viven en la realidad y no es bueno perder la perspectiva, ni dejarse llevar del todo por los prejuicios, ni mirar el pasado con los ojos del presente. Además ya sabes que el mundo está lleno de comentarios desafortunados más frecuentes en gente que está muy harta de que le pregunten siempre lo mismo y tiene ya muchos años.
No sé demasiado de filosofía pero creo que Popper no ha sido alguien menor y también creo que sus opiniones políticas son muy pertinentes en este momento, aunque no se compartan del todo, porque son anti totalitarias, lo que no es poco cuando se están desempolvando viejas ideas y estrategias que sí lo son y se venden como liberadoras o prometen jardines muy verdes para todos, cuando esos paraísos fueron más bien pesadillas cuando se concretaron en algún momento y se justificaron tanto por los intelectuales cargados de “buenas intenciones”.
Popper escribió muchas cosas en su larga vida y estuvo en muchos debates con bastante elocuencia. Desde luego también representa la defensa del pensamiento científico, de la búsqueda continúa de la verdad basada en hechos, de la racionalidad práctica que permita una convivencia razonable en sociedades abiertas que siempre será imperfecta y mejorable. Sé que pasó mucho tiempo defendiendo ideas socialdemócratas y que luego no vio mal las reformas de Thatcher o que ahora es reivindicado por gente ultra liberal que a mí tampoco me gusta nada. Pero no sólo por ellos y no creo que merezca ser estigmatizado como el filósofo “que dio cobertura al ultra liberalismo rampante”.
Tengo delante una conferencia suya (“La sociedad abierta hoy”, 1991 que puede leerse en el libro “Después de la sociedad abierta, escritos políticos y sociales y políticos”. Ed. Magnun, 2013) donde pone sus cartas boca arriba y dice explícitamente: “Soy un defensor y un admirador de lo que se que denomina mercado libre. Pero el libre mercado sólo puede existir si está protegido por un sistema jurídico, por un Estado de derecho. No obstante, existe una poderosa ideología del libre mercado que preconiza que el Estado no debe intervenir en la libertad de mercado, y critica la opinión contraria tildándola de proteccionista o intervencionista”.
Y sigue criticando esa segunda opción que es lo que creo que habitualmente se entiende por “ultra liberalismo” (Popper lo llama “Ideología de Libre Mercado”) y con la que él no parecía estar muy de acuerdo. Su postura en defensa de lo que considera “sociedades abiertas” está claramente explicada en ese texto y no creo que pueda ser fácilmente descalificada.
Sobre lo que dices de Platón no puedo opinar con consistencia, aunque los argumentos de Popper me parecen muy poderosos cuando los leo.
Yo no escribí “ultra-“…