Se puede alabar a David Fincher por muchos motivos para encumbrarlo como el mejor narrador clásico norteamericano de nuestros tiempos (su correspondiente moderno es Paul Thomas Anderson), pero uno de los más fuertes es su probada capacidad para entregar relatos universales (esto es, que no caducan) centrados en temas de candente (y cambiante) actualidad en el momento de estreno de la película: aquí y ahora.
Así, en 1999, a las puertas del entonces nuevo milenio, Fincher sumaba El club de la lucha al grupo de films (Matrix, Magnolia, Cómo ser John Malkovich, entre otros) que aventuraban una negrura futura propiciada por la deriva de una sociedad cada vez más paranoica e informatizada. La fallida adaptación de la novela de Chuck Palahniuk tuvo un enorme impacto debido en gran parte a esta intención de enfrentar a la sociedad de entonces a los miedos de entonces, miedos que cristalizaron dos años más tarde con el 11-S. En 2010 nos llegaba La Red Social, basada en principio en el invento más revolucionario de la última década: Facebook. Fincher, con la inestimable ayuda del guionazo de Aaron Sorkin, sorteó centrar la cinta en el modo en que esta plataforma ha cambiado nuestro modo de relacionarnos (algo que quedaba reflejado en segundo plano) y a cambio entregó un rabioso mazazo a otro grave problema de nuestros días: la competitividad desmedida, el ansia de quedar permanentemente por encima, de ganar más que nadie, sea cual sea el precio a pagar.
Llegados a 2014, vuelve a colocarnos frente a un hedor que nos llega cada día, el de la obsesión de la dócil opinión pública por el morbo sensacionalista, producto de una sobreinformación que cuando no puede indagar más en aspectos de cualquier hecho que esté sucediendo (quizás porque de veras no hay más donde rascar), lo tergiversa sin miramientos para mantenernos enganchados, buscando continuamente víctimas y culpables en el juego, un juego donde cada uno tiene una versión, y todas pueden llegar a distar muchísimo de la realidad.
Perdida arranca cuando en el día de su quinto aniversario de bodas, Amy (Rosamund Pike), una talentosa escritora neoyorkina felizmente casada con Nick Dunne (Ben Affleck), también escritor; desaparece con evidentes signos de violencia en su casa. La forma de gestionar la desaparición que tanto Nick como la familia de Amy eligen, hace que ésta salte a los medios de comunicación e implique a un nutrido grupo ciudadanos dispuestos a colaborar…y alimentar el cotilleo. Y a partir de ahí todo deviene en comedia grotesca que parecería pasada de rosca sino fuera porque cada día encontramos historias en el periódico más rocambolescas que ésta. De hecho, el retorcimiento argumental se hace necesario en tanto que refleja el mismo retorcimiento al que sometemos toda clase de juicios y situaciones (muchas veces ajenas) en nuestras vidas.
Basada en la novela homónima de Gillian Flynn (también guionista de la cinta), Perdida no se queda en esta diatriba al caos absurdo de los linchamientos y canonizaciones públicas, por así decir, su cara de puertas para fuera, sino que alcanza una dimensión terrorífica cuando se mete en sus personajes, de puertas para dentro, en los entresijos de la relación perversa que mantiene el matrimonio, preocupado por dar una imagen de perfecto esnobismo a su entorno, pero donde no existe nada más que un malsano juego de dominación. Ella, con dos títulos de Harvard y sobrada de inteligencia y poder, palia su aburrimiento maquinando la forma de hacer daño a los hombres, con tal grado de obsesión que se constituye en toda una Cersei Lannister 2.0, o en el contrapunto exacto del mismísimo Walter White. Él, con un punto fanfarrón y macarra, acepta el juego. En una trama donde se catalogan toda clase de trastornos y maltratos físicos y psicológicos y se sugieren otros tantos (los heladores padres de ella), sólo Margo (la hermana melliza de Nick, interpretada por Carrie Cunn) y la detective Rhonda Boney (Kin Dickens) parecen mantener un punto de cordura. El resto es una apasionante red que cruza a Woody Allen con Roman Polanski.
Todo ello servido por un Fincher que de nuevo lleva las riendas del cotarro con pulso maestro, con un montaje preciso, sin subrayados y sin un solo plano fuera de sitio, haciendo un magnífico uso de la banda sonora, que firman de nuevo Trent Reznor y Atticus Ross, y que, en la mejor tradición del Hollywood de los 70, no escatima en un amargor final consecuente con todo lo que nos ha contado. Perdida se hace disfrutar tanto como nos destroza.
La vi ayer: me gustó y es tal como indicas.