Quizá todo esta ya contado de alguna manera, pero asombrósamente siempre hay nuevas formas de contarlo todo. Encontrar ese matiz, esa idea que suponga que una historia se abra paso, arrastre las palabras adecuadas y cobre vida es lo que persigue cualquiera que pretenda escribir. El problema es cómo conseguirlo, porque no hay ninguna fórmula fija. A veces aparece a la primera, por casualidad, mientras se piensa en otra cosa o se pasea por la calle con las manos en los bolsillos. Otras se resiste mucho tiempo y deja muchos textos empantanados, llenos de palabras que no van a ninguna parte y que se vuelven espesas hasta petrificarse en un cajón que da miedo abrir.
Cuando esa idea se tiene, por ejemplo “Dos personas acuerdan asesinar a sus enemigos mutuos, lo que les proporcionará una coartada perfecta”, parece tan evidente, tan sencilla que se sueña con repetir el proceso muchas veces, con facilidad, como quien coge fruta de un árbol. Pero las cosas no suelen ser así.
Leo con mucho agrado el artículo que describe las maneras en que Patricia Highsmith intentaba conseguirlo. Sus trucos, sus manías, lo que hacía y no hacia. Un libro que trataré de conseguir cuanto antes…
“¿En qué consiste el germen de una idea? Probablemente en todo hay el germen de una idea: en un niño que cae sobre la acera y derrama el helado que lleva en la mano; en un señor de aspecto respetable que está en una verdulería y, furtivamente, pero como si no pudiera evitarlo, se mete una pera en el bolsillo sin pagarla; o puede estar en una breve secuencia de acción que se nos ocurre inesperadamente, sin que hayamos visto u oído nada que nos la inspire. La mayoría de mis ideas germinales pertenecen al segundo tipo. Por ejemplo, el germen del argumento de Extraños en un tren fue: «Dos personas acuerdan asesinar a sus enemigos mutuos, lo que les proporcionará una coartada perfecta». La idea germinal de otro libro, El cuchillo, fue menos prometedora, más difícil de desarrollar, pero la llevé metida en la cabeza durante más de un año y me estuvo importunando hasta que encontré la forma de escribirla. Era la siguiente: «Dos crímenes presentan un parecido sorprendente, aunque las personas que los han cometido no se conocen». Creo que a muchos escritores no les interesaría esta idea. Es muy sencilla. Necesita que la adornen y la compliquen. En el libro que nació de ella hice que el primer crimen lo cometiera un asesino más o menos frío y que el segundo fuera obra de un aficionado que intenta imitar al primero, porque cree que este ha quedado impune. De hecho, así habría sido si el segundo hombre no hubiese actuado chapuceramente al imitarle. Y el segundo hombre ni siquiera llega hasta el final, sólo hasta cierto punto en el que el parecido es lo bastante notable como para llamar la atención de un inspector de policía.
Así pues, una idea sencilla puede tener sus variaciones. Algunas ideas no se desarrollan por sí solas, sino que necesitan la ayuda de una segunda idea. Así ocurrió con la idea original de “Ese dulce mal”. «Un hombre quiere beneficiarse con el viejo truco del seguro. Primero se hará un seguro de vida, luego aparentará morir o desaparecer y finalmente cobrará el seguro». Me dije a mí misma que tenía que haber alguna manera de dar a esta idea un sesgo nuevo, haciendo que resultase original y fascinante en un relato poco corriente. Durante varias semanas estuve dándole vueltas. Quería que mi héroe-delincuente se instalase en una casa distinta, bajo un nombre diferente, una casa en la que pudiera vivir permanentemente después de la supuesta muerte de su verdadero ser. Pero la idea no cobraba vida. Un día apareció la segunda idea: en este caso, un móvil mucho mejor que el que yo había imaginado hasta entonces, un móvil amoroso. El hombre estaba creando su segunda casa para la muchacha a la que amaba pero que nunca sería suya. Al hombre no le interesaban el seguro y el dinero, porque dinero ya tenía. Era un hombre obsesionado por su emoción. En mi cuaderno de apuntes, después de todas las notas infructuosas, escribí: «Todo lo que he escrito hasta ahora es una porquería»; y me puse a trabajar de acuerdo con la nueva idea que se me había ocurrido. De pronto todo cobró vida. Fue una sensación espléndida.”
PATRICIA HIGHSMITH “Sus… pense. Cómo se escribe una novela de misterio.”