Hay que ver lo fáciles que parecen las cosas cuando se han conseguido. Lo amable que se vuelve todo el mundo, lo respetuosos que parecen los que, sólo unos años antes, tronaban todo tipo de improperios, embargados por el miedo a una catástrofe moral o social que podía producirse si se aprobaba una ley que no les gustaba.
Clamaron contra los anticonceptivos que luego utilizaron con profusión y gozo. Denostaron el divorcio y enseguida corrieron a utilizarlo cuantas veces creyeron que lo necesitaban. Excomulgaron por toda una eternidad a las mujeres que abortaban pero encontraron con facilidad las excepciones a la regla cuando les tocaba muy cerca, o el perdón misericordioso en algunos confesionarios del Retiro. Profetizaron la disgregación social irreparable si los homosexuales se casaban y descubrieron con el tiempo que formaban familias más sólidas que las de algunos de sus hijos que no lo son.
A veces olvidamos lo mucho que ha cambiado este país en los últimos cuarenta años, lo imposible que parecía lo que ahora vivimos con normalidad, las vidas rotas y el sufrimiento tan cruel de tanta gente que se vio atrapada en un contexto social en el que no tenían aire para respirar. Esas adolescentes embarazadas que todo el mundo marginaba y trataba de putas. La melancolía y los reproches amargos de esos matrimonios de buena gente que sólo se había equivocado al decidir vivir juntos cuando eran incompatibles o ya no se querían demasiado. Las mujeres tratadas como seres inferiores que no podían decidir sobre sus vidas sin permiso de los hombres. El miedo y la vergüenza de los homosexuales vapuleados por la ley de vagos y maleantes que soportaban el acoso y las burlas de todos los miserables que precisaban matar el aburrimiento.
Es algo misterioso cómo cambia el aire social, cómo los sistemas de creencias, que la mayoría de las veces son tan opacos para los individuos, se transforman en ocasiones tan deprisa, arrastrando cambios políticos que parecen inevitables cuando suceden, pero que podrían no haber ocurrido nunca o haber virado hacia otra tendencia incluso contrapuesta. Cuando pasa el tiempo siempre se intentan encontrar relaciones causales: cambios económicos o sociológicos o guerras que inician otro tiempo. Pero a menudo se olvida el factor personal. Gente que decide luchar cuando nadie lo hace, que asume riesgos aunque tenga mucho miedo, que habla cuando los demás callan, que deciden salir del armario cuando hacerlo es algo muy peligroso. Que hacen lo necesario para hacer saltar las puertas cerradas.
Ví hace unos meses “Pride (orgullo)“, la magnífica película de Matthew Warchus que refleja la evolución del movimiento gay en la Inglaterra de los 80, cuando Thatcher trataba de tronzar el cuello de los sindicatos mineros y el SIDA aparecía por sorpresa, como una calamidad que podía llevarse todo por delante, amenazando la seguridad de cada encuentro. Es fascinante contemplar cómo se forjó una alianza entre gente perdedora pero tan distinta, cómo los prejuicios saltan trizados por la valentía y la calidad humana de algunos individuos, que son literalmente héroes, porque se comprometen en el momento oportuno, aún a riesgo de perder la vida, justo por que la aman tanto y quieren vivirla a su manera.
Por mucho que se traten de buscar explicaciones de todo tipo es difícil comprender la crueldad con la que se ha tratado a los homosexuales en casi todas las épocas, en la mayoría de los lugares y desde muy distintas ideologías. Es difícil entender cómo una orientación sexual, natural dentro de la especie humana, resulta tan inquietante para tanta gente que tiene simplemente otra y que no ha dudado en estigmatizarlos o aplicarles todo tipo de castigos cuando entre ellos también estaban algunos de las mejores talentos de la humanidad. Es difícil entender cómo brota la barbarie, una y otra vez, en el patio de cualquier colegio y casi nadie hace nada por impedirlo.
Por eso no conviene banalizar lo que esta sociedad ha conseguido, ni dar por supuesto que el péndulo ha dejado de oscilar para siempre. Cuando los derechos se consiguen parecen evidentes y es fácil dejar de valorarlos, como no valoramos que nuestro cuerpo siga funcionando todavía en silencio.
‘Pedro Zerolo fue un hombre que impulsó una ley que contribuyó a que mucha gente pudiera normalizar sus vidas y sus bienes, vivir libremente, según sus preferencias. Fue muy atacado por ello en su momento, aunque hoy prevalezcan los elogios, lo que es una muestra de la profundidad de su triunfo y de todo el colectivo de hombres y mujeres que representaba. In memorian.
Se han escrito muchos artículos, unos auténticos y otros con sangrante hipocresía, desde la muerte de Zerolo. Pero este ha sido el que más me ha gustado.
A veces nos olvidamos de lo que nos ha costado llegar a donde estamos.
Felicidades.
Genial tu artículo Ramón. Necesario y aclaratorio. Me ha gustado mucho.
Realmente bonito, precioso. Las cosas no suceden porque sí. Algunos construyen y otros destruyen. Los primeros son valientes, los segundos no arriesgan nada, para ellos todo es gratis. Destruir es muy fácil, lo difícil es construir. Gracias Ramón
¡Ah, si Rajoy, después de noviembre, saliese del armario y regularizase sus relaciones allí en Pontevedra, hasta empezaría a caernos bien! Estupendo texto, Ramón.