Cien años de Sinatra

Aquel día, cuando vino Sinatra a Madrid, yo no fui a presentarle mis respetos. Era 1986 y, en aquellos tiempos, era difícil que entre gente de menos de treinta años Sinatra no fuera considerado un mafioso o un machista o un facha en general, que apoyaba a Reagan y a toda su revolución neoconservadora. Era alguien como de otros tiempos, que parecía venir a ser festejado por todos esos ricos franquistas que estaban dispuestos a pagar el altísimo precio de las entradas y a sentarse en las primeras filas con sus señoras enjoyadas con el visón en el cuello. Leo ahora la crónica de la época y veo que los organizadores perdieron muchísimo dinero, que tuvieron que regalar muchas entradas para llegar a 30.000 espectadores cuando pretendían llenar el Bernabéu con 65.000, pero que Frank salió airoso del evento, que para él seguramente era sólo una anécdota, un “bolo” más en un país lejano que sin embargo, quizá, le traía antiguos recuerdos.

Porque en España vivió Ava cuando todavía seguían muy vinculados, cuando ella tenía amoríos con Luis Miguel Dominguin y una” vida de vino y rosas” que quizá le llenaba de celos, que eran mutuos y violentos.  En España se rodó “Orgullo y pasión” en 1957,  aquella película en la que, como recordó en el concierto, trabajaba una Sofía Loren muy joven que fascinó a un Cary Grant crepuscular, otro de los protagonistas. Sinatra entonces, en el Hotel Felipe II de El Escorial llamando a Ava por las noches, cantándole canciones por teléfono, Ava apareciendo en el hotel por sorpresa sólo con un abrigo de piel sobre su piel, llevándoselo de la mano a algún lugar cerca del paraíso.

 

 

Sin embargo Sinatra estaba en mi vida desde siempre, su música entraba en casa, mi padre me hablaba de él o compraba sus canciones en esos primeros casetes (nunca tuvimos tocadiscos) que todavía tengo por ahí. Me gustaba descubrirlo en la banda sonora de algunas noches de Madrid, cuando la madrugada aparecía friolenta y su voz era un refugio seguro, un recuerdo de que se podían conseguir muchas cosas que parecía que se habían ido de las manos para siempre. Frank, que aparecía con mucha frecuencia en un pueblo perdido donde todo lo que se soñaba quedaba tan lejos, pero donde se podía construir un mundo en un momento, con algunos libros y su música, que sustentaba cualquier escenario, que insuflaba valor o tranquilizaba y que era coherente con estéticas y emociones muy diferentes. Frank en las mañanas de niebla donde costaba tanto levantarse; Frank en las noches de desorientación e inseguridad; Frank entre las copas y las fiestas  ayudando a subir el nivel, a mantener las expectativas,  a dar significado a lo que podía convertirse en banal; el hilo que conectaba con otra generación, con aquel Hollywood que era tan turbio y, en el fondo, me gustaba tanto.

Luego supe que Sinatra no era fácilmente etiquetable. Hacia las cosas a su manera, tenía sus códigos propios, era impulsivo y contradictorio,  y aunque era verdad que apoyó a Nixon o a Reagan  también lo fue que muchos años antes había defendido públicamente el antirracismo cuando nadie lo hacía, que los del Comité de Actividades Antiamericanas lo tenían por un comunista y que siempre había sido un Demócrata muy comprometido, sobre todo en aquella campaña electoral que llevó  a JFK  a la Casa Blanca.

 

 

Aquella estética de Camelot. No sólo buenos fotógrafos y decoradores, no sólo las buenas ideas o el intenso deseo y el poder, también una banda sonora que hacia juego con todo aquello, que le daba brillo y esperanza, que llegaba directo a corazones de todo tipo: de eso de encargó Frank. De eso y de las fiestas en Palm Springs, de las chicas, de las gestiones con “Momo” Giancana que le había pedido el padre de los Kennedy para arañar votos de los sindicatos en Illinois y Virginia Occidental. También de la gran fiesta tras el triunfo, donde ya comenzaron los problemas (le impusieron que no actuara Sammy por el color de su piel y él era fiel a sus amigos) que se precipitaría cuando Bobby le declaró la guerra a Giancana  y a su gente, que se sintieron traicionados. Sinatra se fue convirtiendo en una mala compañía y se canceló una estancia del presidente en su casa de Palm Springs que llevaba tiempo preparando, incluso construyendo edificios nuevos. Fue el final.  Se dice que montó en cólera, cogió un gran martillo y se dedicó a golpearlo todo. Su código italiano se puso en marcha. Amigo de sus amigos. Devolver el golpe a los enemigos ( “Sí, mi hijo es como yo —decía con orgullo Dolly Sinatra—. Si lo molestas no lo olvida nunca.”). Fue entonces cuando decidió apoyar a Nixon.

 

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Eso lo había aprendido en su niñez, cuando tuvo que sobrevivir entre distintos grupos de emigrantes, cuando tuvo que aprender a hacer amigos  y a ser un chico malo  en un ambiente muy competitivo. Te trataba bien si eras de los suyos, te hacía regalos, te apoyaba si la fortuna te daba la espalda, te daba trabajo y te pagaba bien (400 dólares de 1966  a la semana a la señora que le cuidaba los peluquines, por ejemplo),  te protegía con sus chicos si alguien te amenazaba. Pero no toleraba que alguien lo traicionara. Aunque también sabía recoger velas y reconciliarse con el tiempo si creía que se había equivocado o si le convenía. Bajó muchas veces y sabía bien que a menudo se necesita una mano para volver a subir, cualquier mano, pero una mano, y quien la prestara era ya un amigo o al menos alguien al que se le debía algo aunque estuviera en otro sitio. Bajó pero siempre terminó subiendo. Esa era parte de la fascinación que ejercía. Sufría, tenía cicatrices, pero siempre terminaba cantando y con una parcela de poder más que suficiente para respirar..

Y es que sobre todo era un cantante, le gustaba cantar, lo necesitaba, era su manera de comunicarse o conseguir convivir con sus demonios. Canciones cuando estaba alegre, cuando estaba triste, cuando tenía miedo, cuando había perdido un amor, cuando lo había encontrado, cuando se aburría. Canciones que lo mantuvieron  en una edad indeterminada a partir de cierto momento de su vida pero todavía dentro del mundo. Canciones que no eran suyas, que arreglaban Nelson Riddle y muchos otros, pero que sabía elegir, que transformaba con su manera de cantar, con su voz, que se convertía en un instrumento determinante que les aportaba densidad, profundidad, matices, que estaban dentro de él y quizá dentro de muchos nosotros.

 

 

Sinatra llegaba, llega,  a hombres y mujeres de muy distintas procedencias, de distintos tiempos, por muy diversos motivos, porque dentro de él contenía muchas de sus emociones. Era tierno y cruel, estúpido y lúcido, fuerte y débil, pobre y rico, atormentado y valiente, atractivo y siempre amenazado por el desamor. Y con todo eso no dejaba de sentirse indefenso en el mundo,  consciente de su fragilidad, de lo rápido que pasa el tiempo y de  la muerte que siempre anda por ahí y puede, de golpe, terminar con todo. Aunque mientras tanto su vida fue bastante estimulante quizá también por todo eso.

Sinatra que tuvo un don que todavía sigue dando vueltas por el aire…

A veces comenzaba sus conciertos diciendo: ¿Alguna vez se han detenido a pensar cómo sería el mundo sin una canción? Yo añado: ¿Se han preguntado como sería el mundo sin las canciones de Sinatra?.

 

 

(…) “Otros que alcanzaban a acercarse lo suficiente para estrecharle la mano a Sinatra, no se la estrechaban; se limitaban, en cambio, a tocarlo en el hombro o la manga, o simplemente se arrimaban para que los pudiera ver; y una vez él les hacía un guiño de reconocimiento o una inclinación de cabeza o pronunciaba sus nom“nombres (tiene una memoria fabulosa para los nombres de pila), procedían a dar la vuelta y marcharse. Habían comparecido. Habían presentado sus respetos. Y al observar esta escena ritual tuve la impresión de que Frank Sinatra habitaba simultáneamente dos mundos que no eran contemporáneos.

 Por un lado él es el swinger; el hombre mundano, como cuando charla y bromea con Sammy Davis Jr., Richard Conte, Liza Minelli, Bernice Massi y demás personajes de la farándula que se pueden sentar en su mesa; por el otro, como cuando saluda con la mano o una inclinación a sus paisanos (Al Silvani, el mánager de boxeo que trabaja en la compañía cinematográfica de Sinatra; Dominic Di Bona, el encargado de su vestuario; Ed Pucci, un ex delantero de fútbol americano que pesa 135 kilos y es su edecán), Frank Sinatra es II Padrone. O, mejor aún, uno de los que en Sicilia tradicionalmente se han llamado uomini rispettati: hombres respetados, hombres que son a un tiempo majestuosos y humildes, hombres amados por todos y muy generosos por naturaleza, hombres cuyas manos son besadas mientras caminan de pueblo en pueblo, hombres que personalmente se afanarían por reparar una injusticia.

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Frank Sinatra hace las cosas personalmente. En Navidad escoge personalmente decenas de regalos para su familia y amistades más cercanas, recordando la clase de alhajas que les gustan, sus colores preferidos, las tallas de sus camisas y vestidos. Cuando la casa de un músico amigo suyo fue destruida y su esposa falleció por un derrumbe de lodo en Los Ángeles hace poco más de un año, Sinatra acudió personalmente en su ayuda: buscó otra casa para él, saldó las cuentas del hospital que no cubrió el seguro y supervisó personalmente la decoración de la nueva casa, la vajilla, la ropa blanca y el nuevo guardarropa.

 El mismo Sinatra que hizo esto puede, en el espacio de una misma hora, explotar en un violento acceso de intransigencia si alguno de sus paisanos ejecuta mal un nimio encargo suyo. Por ejemplo, cuando uno de sus hombres le trajo una salchicha untada de ketchup, que Sinatra aborrece a todas luces, llevado por la ira le arrojó la botella al tipo, salpicándolo todo. La mayoría de los hombres que trabajan junto a Sinatra son grandes. Pero esto nunca parece intimidarlo ni sofrenar su impetuoso comportamiento con ellos cuando se enfurece. Jamás le devolverían el golpe. Él es Il Padrone.

 

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(…)“Aunque cantaba casi toda la noche en el Rustic Cabin, se levantaba al día siguiente para cantar de balde en la radio de Nueva York, a fin de atraer más la atención. Más adelante se empleó como cantante de la orquesta de Harry James, y fue con ella, en agosto de 1939, con la que Sinatra grabó su primer éxito: All or Nothing at All. Se encariñó mucho con Harry James y los músicos de la banda, pero cuando recibió una oferta de Tommy Dorsey, que por esos días tenía la que quizás era la mejor orquesta del país, Sinatra la aceptó. La paga era de 125 dólares a la semana y Dorsey sabía destacar a sus vocalistas. Con todo, Sinatra se deprimió bastante al dejar la orquesta de Harry James, y tan memorable fue la última noche con ellos que, veinte años después, Sinatra podía revivir los detalles para un amigo: «El bus salió con los demás muchachos a eso de las doce y media de la noche. Yo me había despedido de todos y, recuerdo, estaba nevando. No había nadie por ahí y yo estaba de pie con mi maleta bajo la nieve, viendo perderse las luces traseras. Entonces me brotaron las lágrimas y traté de correr detrás del bus. ¡Había tanto ánimo y entusiasmo en esa orquesta! Odié dejarla».

Pero la dejó, como dejaría igualmente la calidez de otros lugares en busca de algo más, sin desperdiciar nunca el tiempo, tratando de hacerlo todo en una sola generación, batallando con su propio nombre, defendiendo a los débiles, aterrorizando a los mandones. Le lanzó un puñetazo a un músico que dijo algo antisemita, abrazó la causa de los negros dos décadas antes de que se pusiera de moda. También le arrojó una bandeja llena de vasos a Buddy Rich un día que tocó demasiado alto la batería.

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Sinatra había obsequiado encendedores de oro por un valor de 50.000 dólares antes de cumplir los treinta años, vivía el más descabellado de los sueños que sobre Norteamérica haya acariciado un inmigrante. Apareció de súbito en la escena cuando DiMaggio callaba, cuando los paisanos estaban afligidos, cuando en su propia patria adoptaban una silenciosa posición defensiva respecto a Hitler. Sinatra se convirtió, a tiempo, en una especie de Liga Antidifamación de los Italoamericanos de un solo miembro, el tipo de organización que entre ellos raramente se hubiera producido puesto que, reza la teoría, casi nunca se ponían de acuerdo en nada, siendo individualistas redomados: excelentes solistas, pero no tanto en un coro; héroes excelentes, pero no tanto en un desfile.

 

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Cuando muchos apellidos italianos fueron utilizados para distinguir a los gángsteres en una serie de televisión, Los intocables, Sinatra manifestó en voz alta su desaprobación. Sinatra y otros miles de italoamericanos también se ofendieron cuando un rufián de poca monta, Joseph Valachi, fue exaltado por Bobby Kennedy a la categoría de experto en la mafia, siendo que, por el testimonio de Valachi en la televisión, ciertamente parecía saber menos que cualquier camarero de Mulberry Street.7 Muchos italianos del círculo íntimo de Sinatra también consideran a Bobby Kennedy como una suerte de polizonte irlandés, más digno que los de los tiempos de Dolly pero no menos intimidante. Como de Peter Lawford, se dice de Bobby Kennedy que se puso «chulo» con Frank Sinatra después de la elección de John Kennedy, olvidando la contribución que había hecho Sinatra tanto en recaudación de fondos como en la tarea de influir en numerosos votantes italianos antiirlandeses. Se sospecha que Lawford y Bobby Kennedy influyeron en la decisión del difunto presidente de hospedarse en la casa de Bing Crosby y no en la de Sinatra, como se había planeado en un principio, revés social que Sinatra quizás no olvidará. Desde entonces Peter Lawford fue expulsado ignominiosamente de la «cumbre» de Sinatra en Las Vegas.

—Sí, mi hijo es como yo —dice con orgullo Dolly Sinatra—. Si lo molestas no lo olvida nunca.”

 

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(…) “Frank Jr., que tiene veintidós años, andaba de gira con una orquesta y atravesaba el país para cumplir un compromiso en Nueva York, en la calle Basin Este, con los Pied Pipers, con los cuales Sinatra había cantado cuando estuvo en la orquesta de Tommy Dorsey en la década de 1940. Actualmente Frank Sinatra Jr., que según su padre fue bautizado así por Franklin D. Roosevelt, vive sobre todo en hoteles, come todas las noches en el camerino de un night-club y canta hasta las 2 a.m., aceptando de buen grado, pues no tiene más remedio, las inevitables comparaciones. Tiene una voz suave, agradable y que mejora con la práctica; y si bien es muy respetuoso con su padre, habla de él con objetividad y en ocasiones en un tono de soterrada insolencia.

 

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(…)«Simultánea a la fama temprana de su padre, decía Frank Jr., fue la creación de un «Sinatra para la prensa», ideado para «apartarlo del hombre común, separarlo de sus realidades: de un momento a otro apareció Sinatra, el magnate eléctrico, Sinatra el supernormal, no el superhumano, sino el supernormal. Y en esto —proseguía Frank Jr.— reside la gran falacia, la gran tontería, porque Frank Sinatra es normal, es el tipo que te tropezarías en cualquier esquina. Pero esa otra cosa, la máscara de superhombre, ha afectado a Frank Sinatra tanto como a cualquiera que vea sus programas de televisión o lea un artículo de revista sobre él…».

 «La vida de Frank Sinatra al principio era tan normal —decía— que nadie en 1934 se hubiera imaginado que el chiquillo italiano del pelo rizado llegaría a ser el gigante, el monstruo, la gran leyenda viva… Conoció a mi madre un verano en la playa. Ella era Nancy Barbato, la hija de Mike Barbato, un revocador de Jersey City. Y ella conoce a Frank, el hijo del bombero, un día de verano en la playa de Long Branch, Nueva Jersey. Ambos son italianos; ambos, católicos romanos; ambos, novios de verano de clase media… es como un millón de películas malas protagonizadas por Frankie Avalon…

«Tienen tres hijos. La primogénita, Nancy, fue la más normal de los hijos de Sinatra. Nancy era animadora, iba a campamentos de verano, conducía un Chevrolet; su vida los primeros años fue la más fácil, centrada en el hogar y la familia. Después sigo yo. Mi vida de familia es muy, muy normal hasta septiembre de 1958, cuando, en contraste total con la educación de las dos niñas, me internan en una escuela preparatoria. Ahora estoy lejos del círculo familiar íntimo, y hasta el día de hoy no se ha podido rehacer mi posición en su interior… La tercera es Tina. Y para ser honestos no sabría decir cómo es su vida».”

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“(…) Su voz y su criterio artístico estuvieron pésimos en 1952, pero más culpable de su declive, dicen sus amigos, fue su cortejo de Ava Gardner. Ella era entonces la gran reina del cine, una de las mujeres más hermosas del mundo. Nancy, la hija de Sinatra, recuerda el día en que vio a Ava nadando en la piscina de su padre y luego salir del agua con ese cuerpo estupendo, caminar despacio hacia el fuego, inclinarse sobre él por unos segundos… y de un momento a otro pareció que su largo pelo negro estaba seco ya, otra vez arreglado de modo milagroso y sin ningún esfuerzo.

 Con la mayoría de las mujeres con que sale, Sinatra nunca sabe, dicen sus amigos, si lo quieren por lo que puede hacer por ellas ahora… o hará por ellas después. Con Ava Gardner fue distinto. Después no podía hacer nada por ella. Ella estaba por encima. Si algo aprendió Sinatra de su experiencia con ella, fue tal vez saber que cuando un hombre altivo ha caído, una mujer no lo puede ayudar. Especialmente una mujer que está por encima.”

 

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(…) Cuando Frank Sinatra llega al estudio, parece saltar del coche bailando para cruzar la acera y atravesar la puerta; y sin dilaciones, chasqueando los dedos, se sitúa frente a la orquesta en un cuarto íntimo, hermético, y muy pronto domina a cada hombre, cada instrumento, cada onda sonora. Algunos de los músicos lo han acompañado durante veinticinco años, han envejecido oyéndolo cantar You Make Me Feel So Young.

 “Cuando su voz se conecta, como esta noche, Sinatra entra en éxtasis, la sala se electriza, la excitación se extiende a la orquesta y se deja sentir en la cabina de control, donde una docena de hombres, amigos de Sinatra, lo saludan con la mano detrás de la ventana. Uno de ellos es el pitcher de los Dodgers, Don Drysdale («Hey, Big D. —lo saluda Sinatra—, hey baby!»); otro es el golfista profesional Bo Wininger. También hay un número de mujeres bonitas de pie en la cabina detrás de los ingenieros, mujeres que le sonríen a Sinatra y mueven suavemente sus cuerpos al son acariciante de la música.

 

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Will this be moon love

Nothing but moon love

Will you be gone when the dawn

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Cuando acaba, ponen la grabación que hay en la cinta; y Nancy Sinatra, que acaba de entrar, se une a su padre al pie de la orquesta para oír la reproducción. Escuchan en silencio, todos los ojos puestos en ellos, el rey y la princesa; y cuando la música termina, suenan aplausos en la cabina de control. Nancy sonríe y su padre chasquea los dedos y dice, sacudiendo un pie:

—¡Ooba-deeba

 

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“Entonces llama a uno de sus hombres:

—Eh, Sarge, ¿crees que me podría tomar media tacita de café?

Sarge Weiss, que estaba oyendo la música, se levanta lentamente.

—No quería despertarte, Sarge —le dice Sinatra, con una sonrisa.

Sarge regresa con el café y Sinatra lo mira, lo olfatea y anuncia:

—Pensaba que él iba a ser bueno conmigo, pero miren: ¡café de verdad!

Hay más sonrisas y ya la orquesta se prepara para el siguiente número. Y una hora después todo ha terminado.

 

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Los músicos guardan los instrumentos en los estuches, toman sus abrigos y empiezan a desfilar por la salida, dándole las buenas noches a Sinatra. Él los conoce a todos por el nombre, sabe mucho de su vida personal, desde sus días de solteros hasta sus divorcios, con todos sus altibajos, tal como ellos saben de la de él. Cuando un trompa, un italiano bajito llamado Vincent DeRosa, que ha tocado con Sinatra desde los días del Hit Parade radiofónico de los cigarrillos Lucky Strike, pasaba por un lado, Sinatra alargó el brazo y lo detuvo por un momento.

—Vicenzo —le dijo Sinatra—, ¿cómo está tu nenita?

—Está muy bien, Frank.

—Oh, ya no es una nenita —se corrigió Sinatra—: ahora debe de ser una niña grande.

—Sí, ahora va a la universidad. A la USC 15.

—Fantástico.

—También, Frank, creo yo, tiene un poquito de talento como cantante.

Sinatra calló por un instante y luego dijo:

—Sí, pero más le conviene educarse primero, Vicenzo.

Vincent DeRosa asintió:

—Sí, Frank —y agregó—: Bien, buenas noches, Frank.

—Buenas noches, Vicenzo.”

 

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“No tardó en presentarse a mi lado, con un Martini seco en la mano, uno de esos invitados. Los ojos azules estaban llenos de curiosidad, la sonrisa seguía siendo viva y audaz, y el rostro estaba más cálido y expresivo de lo que yo recordara. Oh Dios, Frank Sinatra podía ser el hombre más dulce y encantador del mundo cuando quería.

– Me alegra volver a verte –dijo-. Hacía tiempo que no nos veíamos.

– Desde luego- contesté, sintiéndome mejor por momentos.

– Supongo que quisimos correr demasiado la otra vez que nos vimos.

– Tú querías correr demasiado.

– Empecemos de nuevo – dijo Frank- ¿Qué haces ahora?

– Películas, como siempre. ¿Y tú?

– Intentando levantar el culo del suelo.

 

 

Yo sabía a qué se estaba refiriendo. Todo el mundo estaba enterado de que Frank estaba en uno de los puntos más bajos de su carrera. Su voz de oro le estaba defraudando, daba más que ocasionalmente con una nota en falso: su maravilloso fraseo estaba perdiendo fluidez. Después de muchos años en la cumbre había caído al número cinco en la lista de cantantes favoritos de la revista Downbeat, hacía tiempo que no sacaba un disco que fuere un éxito de ventas, y además, la Metro le había humillado, poniéndolo segundo en la lista de créditos después de Gene Kelly, cuando se estrenó “Un día en Nueva York”.

 

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Pero aunque yo estaba al corriente de los problemas de Frank no iba a preguntarle nada aquella noche. Y tampoco le hablé de Nancy. Aquella noche era demasiado especial para eso. Se han escrito muchas tonterías sobre lo que ocurrió entre nosotros en Palm Springs, pero la verdad es más emocionante, y  a la vez menos. Bebimos, nos reímos, hablamos y nos enamoramos. Frank me acompañó de regreso a nuestra casa alquilada. No nos besamos ni quedamos en vernos, pero lo sabíamos, y creo que nos asustó a los dos. Yo entré a despertar a Bappie, cosa que no le hizo muchas gracia: tenía que contarle a alguien cuanto me gustaba Frank Sinatra, aunque no estaba dispuesta a decirme que más que gustarme le amaba.

 

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De regreso a Hollywood, Frank me llamó. Nos encontramos para cenar en un lugar íntimo, y no bebimos mucho. Esta vez sí que le pregunté acerca de Nancy. Me dijo que la había dejado físicamente, emocional y geográficamente hacía años, y que de ninguna manera iba a volver a su lado. Pero los niños eran otra cosa; estaba comprometido con ellos para toda la vida. Con el tiempo yo iba a entender que aquella forma de lealtad profunda – no simple fidelidad sino lealtad – formaba una parte crítica de su naturaleza.

 No dijimos mucho más. El amor es una comunión muda entre dos personas. Aquella noche regresamos a la pequeña casa amarilla de Nichols Canyon e hicimos el amor. ¿Oh dios, fue mágico! Nos convertimos en amantes para siempre, eternamente. Son palabras mayores ya lo sé.  Pero es que verdaderamente sentía que pasase lo que pasase siempre estaríamos enamorados. Y sabe Dios que pasaron cosas.

 

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(…). De vuelta a casa, Frank y yo nos convertimos en una pareja estable. Volamos a las Vegas para el estreno de “The Joker is Wild”, me llevó al estreno de “Pal Joey” a la ciudad y yo era la anfitriona de todas sus reuniones. La gente nos miraba interesada. A todos – a sus amigos y a los míos – les parecía que estábamos locos el uno por el otro, que éramos una gran pareja, y que no duraría. Frank nunca podría comprometerse definitivamente, ser monógamo; aunque tal vez conmigo sí. Mis amigos estaban preocupados por mí; no era suficientemente bueno, no se podía contar con él para toda la vida. Pero mientras tanto todo iba sobre ruedas. Asistí alguna de sus grabaciones; en ese momento yo era el centro de su vida. Al menos eso era lo que yo creía. Todo parecía perfecto, no tenía por qué funcionar. Y yo era feliz, superficialmente feliz.

 

 

Realmente no puedo recordar cómo empezó; debe de haber existido siempre un sentimiento bastante especial entre los dos, desde los primeros días. Por cierto que entonces estaba en el mejor momento de su carrera de cantante, y era electrizante, enormemente atractivo. Y Frank, pese a la atmósfera de éxito que siempre le envolvía, hacía pensar que bajo esa fachada festiva había un hombre solitario y angustiado, alguien que quería una mujer y un hogar y al mismo tiempo libertad y un montón de tías.

 

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En los últimos meses de la enfermedad de Bogie cuando estaba en la ciudad venía al menos dos veces por semana. Nunca dejó de llamar cuando no venía. Hacia el final, intuitivamente, estaba presente en los momentos clave. Yo había vivido casi todo el año en un clima de enfermedad, y supongo que comencé a depender de su presencia, de su voz al otro lado del teléfono, le esperaba. Él representaba salud y fertilidad. Yo necesitaba estas cosas. Involuntariamente debía haber comenzado a sentir que todo lo que existía era enfermedad. Se había convertido en un modo de vida. Bogie siempre me había dedicado muchísima atención; atención física, pues tenía una enorme energía, era la vida misma. Y yo me había acostumbrado a esto, lo necesitaba.

 

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No sé en qué me transformé durante la enfermedad de Bogie. No advertía ningún cambio en mi conducta., solo que me volvía más protectora con él. Me dedicaba totalmente a sus cosas. Pero una parte de mí necesitaba hablar con una hombre, y Frank ocupó ese lugar.

Representaba la vida normal., la que yo no llevaba. Yo era una mujer joven y sana con una gran energía. El trabajo era una manera de canalizarla. Mi salud me pedía gente, diversión, actividad. No me sentía conscientemente privada de nada no tenía resentimientos; además, parte de ese tiempo había trabajado. ¡Quién sabe lo que hubiera sucedido si no hubiera tenido ese desahogo! Pero llegaba la hora especial de aquel día especial en que necesitaba algo normal. Y esta necesidad aumento mil veces con la muerte de Bogie. Y lo mismo mi dependencia con Frank. No fue nada premeditado. Sucedió simplemente.

 

 

LAUREN BACALL “Por mí misma” Ultramar, 1979

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Leí hace mucho en El País que Sinatra se hizo un nombre por primera vez en la Cuba de Batista, de la mano de Lucky Luciano. Supongo que así se hacían las cosas en la Norteamérica ganadora de posguerra, a que él vino a poner estilo y voz…

  2. says: José Rivero

    Excelente. Del Sinatra en España, Marcos Ordoñez ha escrito páginas en alguno de sus libros biográficos. Y había mucho estrépito entre el ruido producido por Gadner-Sinatra y el silencio de sacristía de la España cerrada.

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