Toda la vida en las sociedades donde rigen las condiciones modernas de producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una representación.
El último hombre -o mujer, se entiende- sobre La Tierra en caso de hecatombe nuclear podría disponer de Internet en su bunker aunque no quedase ya ningún semejante con el que comunicarse, siempre y cuando hubiese quedado algún servidor perdido (y para eso fue diseñada originariamente la red: para sobrevivir a los ataques de misiles) intacto por ahí. Lo que restase de su absurda y triste vida podría titularse algo así como “El Mundo como Soledad y Representación”, puesto que no haría otra cosa que comer, dormir y hartarse de imágenes previas al arrasamiento del orbe, esas imágenes que en gran medida habrían conducido a la locura. Apuesto a que muchas de ellas, más de las que imaginamos, tendrían como referencia el imaginario de George Lucas y su emporio galáctico, que estos días estrena con gran secretismo y expectación universal su séptima entrega. Puede que nuestro hombre -o mujer, o andrógino, pero pongamos que es adulto- buscase preferentemente navegar entre paisajes de playas exóticas o multitudes danzantes por pura nostalgia, pero tarde o temprano se tropezaría con ítems de merchandising, videojuegos, cómics o directamente de las películas de la saga de Star Wars. Quizá pensase, entonces, que la humanidad de los últimos tiempos había vivido más en la evasión que en la realidad, o, si en vez de reflexivo deviniese loco, que el fin de La Tierra no es más que un episodio no contado de las Guerras Clon. En cualquier caso, rebuscando por matar el tiempo en el universo de la franquicia hallaría que él no ha sido el primero, que ya muchos otros habían vivido como si su planeta fuera una decepcionante bola sin importancia en una colosal aventura galáctica, encerrados en el bunker de su habitación y fingiendo ser un rubio y serio Luke, o un acosador de princesas Han, o, en sus delirios más solipsistas, el propio y trágico Vader…
Darth Vader, de hecho, ha sido el protagonista absoluto de los seis episodios que conocemos, y en esto, y sólo en esto, radica una cierta originalidad. Primero porque es el malo-malote puesto en primer plano, como en el Ricardo II de Shakespeare, aunque, en detrimento del drama psicológico correspondiente que hubiera sido interesante explorar, nunca le vemos desde su propio interior. Y luego porque Vader, siendo como es un pez gordo del Imperio, sin embargo se presta a tener duelos privados de esgrima incluso con su mismísimo hijo, y ya nos gustaría a nosotros que los malévolos poderosos reales diesen la cara de esta manera… Desde luego, el cuento de hadas (que lo es lo demuestra bien a las claras esa escena de la primera entrega en la que Luke salva un abismo balanceándose de una cuerda y aferrando a la princesa) futurista que es la saga de Star Wars no pretende ser una lección de vida, ni siquiera una lección de cine, sólo un espectáculo entretenido, incluso un espectáculo total. Pero incluso como espectáculo hay mucho ruido y pocas nueces, en mi opinión, como para justificar la enorme repercusión que representa. Porque, menos la acción y los efectos especiales que la hacen posible, lo encuentro todo muy desaprovechado. La famosa “Fuerza”, por ejemplo, siendo la energía mística que cohesiona y sustenta ese universo, realmente no sirve para nada más que para proporcionar telequinesia y presentir presencias a pocos metros de distancia. Para ser una Fuerza es más bien poco fuerte, en verdad. Pero hasta Ronald Reagan, un presidente que nunca leía pero que veía cientos de películas (es célebre aquella vez que invitó a Sylvester Stallone a ver una de las peores películas de la historia, Rambo III, a la Casa Blanca, cinta, por cierto, en la que se ensalzaba a los muyahidines de los que saldría Osama Bin Laden), mencionó la conocida fórmula, “que la fuerza (nos) acompañe”, en la presentación pública de su proyecto de plataforma espacial antimisiles, llamada popularmente, no por casualidad, “guerra de las galaxias”.
También está sumamente desaprovechada la casta Jedi como tal, por ejemplo. ¿Cómo es que el Imperio no ha erigido una religión propia, ominosa, en desafío de esa especie de templarios que fueron los Jedis? Aquí podría haber existido una trama sugestiva de enfrentamiento de temperamentos espirituales que fuese más allá de la lucha de sables-láser. En cambio, no tenemos más que a los Sith, que son malos porque sí, porque odian, y los Jedis, por su parte, se limitan a llevar barba y vestir con túnica como los sabios griegos, o, al menos, como los romanos recordaban a los sabios griegos (y de ahí que la iconografía de Cristo que hemos heredado sea la que es). Y es que este es el secreto profundo de, cuanto poco, la primera cronológicamente de las películas: Star Wars, rebautizada como A New Hope, no es más que una de esas pelis de romanos que tanto gustaron rodar en el viejo Hollywood, como oí decir una vez. En efecto, y pensándolo bien: el Imperio es el Imperio romano, que ha traicionado a la República y se extiende por toda la galaxia conocida; los rebeldes son los cristianos, que están en minoría pero también en posesión de un poder espiritual superior, la Fuerza; y los jedis… los jedis son los sacerdotes guerreros, que buscan un Mesías Jedi. Asimismo, los escenarios de aquella entrega inaugural eran desérticos, como en el Oriente Próximo, y en esta nueva cinta que se estrena ahora parece, por lo que hemos visto en el trailer, que los desiertos iniciaticos vuelven. Y, por último, tenemos incluso a toda clase de robots y androides, que constituyen la esclavitud antigua. Sin embargo, otros análisis pseudos-semiológicos perciben otras influencias cinematográficas más remotas, como éste, exageradísimo y algo interesado, pero informativo y apologético, y que es el que más me ha gustado dentro de sus pequeñas dimensiones.
Por supuesto, es un delirio imaginar que la saga de Star Wars pudiera ser no ya la mejor, sino rozar siquiera un puesto entre las películas “más importantes” de la historia del cine. Lo que podría ser, siguiendo a Román Gubern, es la serie de películas que han abierto el espectáculo cinematográfico a toda la familia en un sentido actual. Yo vi la primera con siete años y quede impresionado, claro, pero luego vi la tercera con catorce y ya estaba un poco aburrido. Las precuelas me cogieron mayor y criticón, hasta el punto de que no pude creerme nada del argumento, ni Anakin de bello y soso Romeo que se corrompe, ni, por ejemplo, Yoda pegando ridículos saltos acrobáticos. Pero es cierto que con tan poca chicha, y millones de dólares, Star Wars ha configurado una precaria mitología contemporánea, junto con los consabidos superhéroes. Se han hecho sitio por encima de cosas como Matrix, Harry Potter, los Juegos del Hambre, los Divergentes, Star Trek e incluso de la saga del Anillo; en general, podríamos decir que por encima de todo el que se pusiera por delante con propuestas mucho más complejas y matizadas. Quizá en todo ello no haya más que un fenómeno generacional, pero Star Wars parece aspirar firmemente a durar triunfante varias generaciones más. En el corazón de la historia, la típica novela familiar freudiana, igual que en Harry Potter: el chico que descubre, como siempre intuyó, que sus padres no son sus verdaderos padres sino que su origen y su destino son superiores. Para que ese destino no fuese un destino de fatalidad, anagnórisis y muerte, Darth Vader tenía que ser finalmente redimido (lo cual es fácil, porque Vader nunca comete ningún crimen realmente grave, se limita a infundir miedo…) Y eso, creo, es lo más significativo del relato, su símbolo más permanente, algo que, como se ve, es común a montones de cuentos de la tradición. En tal medida la relación filial Vader-Luke vertebra la narración que esa matriz proyecta su sombra sobre las tres cintas de la precuela (hay que recordar que la idea de las precuelas procede de El Padrino 2, ahora que hablamos de las películas más importantes de la historia…), que sin ella se quedarían en birria. Así que la “novela familiar” freudiana sigue funcionando a plena potencia en el siglo XXI y dando lugar a éxitos absolutos para públicos de todas las edades…
Dos días después del esperado estreno tenemos elecciones generales en España, y esta vez se trata de algo más que de rutina política. Quitémosle la razón a Debord, no actuemos como el último hombre (mujer, wookiee, androide, lo que sea) post-apocalíptico y vivamos la aventura galáctica.
Este otro análisis pseudo-semiótico también está muy bien, aunque discrepo:
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/12/14/actualidad/1450106816_695353.html
Buena semblanza, Óscar.
Ciertamente, ningún otro universo cinematográfico puede presumir de haber trascendido el medio de semejante forma, de haberse erigido en acontecimiento cultural de finales del S.XX, y por la pinta que trae la nueva, principios del S.XXI.
A las películas de ‘Star Wars’ (por lo menos, las antiguas) se las quiere por sus grandezas y sus defectos, por haber conseguido reformular, puede que sin pretenderlo, un ingente número de referencias y mitologías históricas y tener ese aire de seminal e incomparable frente al cine espectáculo posterior.
Tú lo has dicho, pero yo añadiría que nada de eso hubiese sido posible sin la sorpresa de sus primeros efectos especiales y sin el hecho de que esas referencias son más bien básicas y estaban muy a mano… (Por eso se equivoca el especialista que publica en El País: me juego el cuello a que Lucas y compañía no tienen ni idea, por ejemplo, de Sigfrido, y yo, desde luego, no soy jungiano).
Bueno Óscar, casi, casi, me fastidias mi salida familiar freudiana a ver la película.
Yo la primera la vi con mis amigos gafapasta de COU y como éramos muy pedantes no nos atrevíamos a decir lo que nos había gustado porque, efectivamente, era un cuento sin más.
No resistía ningún análisis intelectual. Pero ¡nos había fascinado y entretenido tanto!
A veces hay que ver las cosas así. Pura evasión, aún a sabiendas que no hay ingenuidad posible
Salid, salid a verla, pero ahorrad fuerzas que el domingo hay que atizar el VOTAZO contra el lado oscuro…
“Vader nunca comete ningún crimen realmente grave”…. ¿No viste la película?, papafrita!!!!. Vader es un genocida, un asesino frio, cruel y despiadado y nunca se redimió…. Es el falso cristiano Constantino, que cree que en su lecho de muerte obtiene milagrosamente la salvación. La película es herencia de una Babilonia que cree en la vida en el más allá, y el falso arrepentimiento, !!si la pelicula es un trofeo al reino de la Bestia, que refuerza a las religiones pero desconoce al verdadero todopoderoso, Elohim. Es un espejo de la sociedad decadente y que ama la mentira. De allí su éxito, los cruzados han vuelto, revestidos como angeles de luz, a matar, robar y destruir, que es en parte lo que la gente ama.
Están las cabezas mu malas…
https://es.wikipedia.org/wiki/Jediismo