Lo definitivos que se vuelven los detalles para reconstruir cualquier mañana. Un banco húmedo; el periódico del día en la barra de un bar; el tapón rojo de una botella de agua que cae al suelo mientras tomamos café; la espera en un sillón Wassily leyendo sobre Monticello, aquella casa memorable que se construyó Jefferson; la cerveza al sol en una plazuela tranquila donde se jugó de niño y donde ahora se pierde en el pasado una mujer muy mayor; el futuro en fantasías de colores que quizá no sucedan o quizá sí, si se tienen las lentes adecuadas y un poco de suerte…

«Guillermo se quedó un momento callado, mientras levantaba hacia la luz la lente que estaba tallando. Después la bajó hacia la mesa y me mostró, a través de dicha lente, un instrumento que había en ella:

– Mira -me dijo-. ¿Qué ves?
– Veo el instrumento un poco más grande.
– Pues bien, eso es lo máximo que se puede hacer: mirar mejor.
– ¡Pero el instrumento es siempre el mismo!
– También el manuscrito de Venancio seguirá siendo el mismo una vez que haya podido leerlo gracias a esta lente. Pero quizá cuando lo haya leído conozca yo mejor una parte de la verdad. Y quizá podamos mejorar en parte la vida en el monasterio.»
UMBERTO ECO. «EL NOMBRE DE LA ROSA»
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