La primera vez que me acerqué a un texto de William Shakespeare fue para meterme de lleno en el personaje de Titania, la reina de las hadas. Era una adolescente, y el profesor de literatura nos presentó Sueño de una noche de verano, la obra que pondríamos en escena en la función final de curso. Aquella comedia hilarante sobre el loco amor y los avatares de unos artesanos metidos a actores, encandiló al público tanto como a nosotros mismos, neófitos comediantes, y lo más sorprendente, con un texto que había sido escrito casi cuatro siglos antes.
La casualidad hizo que poco tiempo después tuviera la ocasión de ver la misma obra representada en un teatro local, de la mano de una de las compañías más importantes de nuestro país, UR Teatro Antzerkia, con Helena Pimienta como directora artística. El mundo feérico, el de los amantes y los burdos artesanos cobraban vida de nuevo ante mí, exhibidos ahora de manera profesional. Fui seducida otra vez por aquella magia en escena, por la poesía.
Escoger un aspecto de la obra del dramaturgo inglés es casi absurdo, ya que, como si de un ser vivo se tratara, el tema, la simbología, la estética, los personajes, convergen en un todo que lo hace indivisiblemente único. Sin embargo, la aparición de esa dimensión sobrenatural es uno de los aspectos estéticos en su obra que más han llamado mi atención siempre, quizás siendo fiel a aquella primera fascinación adolescente por el mundo mágico que presentaba, y que descubriría más adelante que se imbricaba en perfecta urdimbre en muchas de sus obras, aún explorando temas profundamente humanos como la ambición, la crueldad, la venganza, la duda…
La aparición de brujas, fantasmas, visiones o duendes son recurrentes en la obra del Bardo y, curiosamente, funcionales por completo a la acción de los personajes más terrenales; unas veces, esos elementos impulsan la trama, constituyendo momentos clave o turning points, y desencadenan la tragedia, como en Macbeth, o la explican, como en Sueño de una noche de verano, o incluso la sostienen en su totalidad, como en La tempestad. En la mayoría de las ocasiones, permiten poner en escena recursos técnicos con efectos dramáticos para atractivo del espectador, ya que la esfera de lo maravilloso presenta una variada propuesta al desarrollo de la imaginación creativa- por otra parte, fuente rica e inagotable de puestas en escena que enriquecen al texto en un proceso de retroalimentación-.
La inclusión de lo fantástico en el drama no es exclusivo de este autor (cfr. Doctor Fausto de Christopher Marlowe), con ello no está haciendo más que seguir la moda del teatro de la época – heredero de Séneca y Plauto, trágico en su versión histórica más que mítica, mixtura de diversas tramas, grandemente influenciado por la commedia dell´arte italiana, entre otras características-, aunque sí lo aprovecha como ningún otro autor, otorgándole una naturalidad dentro del texto que lo hacen especial e inimitable.
El reino de lo fantástico-maravilloso en la literatura inglesa está profundamente arraigado desde sus primeros tiempos, hundiendo sus raíces en una épica de potentes imágenes y símbolos que aúnan la mitología celta y la germánico-escandinava, donde aparecen grandes guerreros que luchan contra criaturas monstruosas, o brujas perversas que tientan al héroe para distraerlo de su cometido, o apariciones fantasmagóricas en lugares tenebrosos que lo advierten de peligros inminentes o lo conducen directamente a ellos, véase en Beowulf, La batalla de Maldon...
Es verdad que la atracción por lo sobrenatural no es algo particular de una sola cultura, más aún, es un sentimiento inherente al ser humano desde el comienzo de la humanidad. Siempre ha existido la fantasía como recurso esencial en el hombre ante la necesidad de creer en un mundo oculto que subyace más allá de la realidad tangible. La mente necesita del elemento mágico para explicar hechos incomprensibles bajo la mirada racional, y la magia, lo maravilloso, es la respuesta ante las circunstancias que el hombre no puede o no sabe explicar (de hecho, el pensamiento fantástico-mágico no hace más que continuar la tradición del mito, prolongado posteriormente con la religión, que a su vez aprovecha lo oculto-incomprensible para manipular y someter a los sensibles a lo irracional). La literatura universal desde sus primeras manifestaciones, está al servicio de esta necesidad de lo maravilloso: el Poema de Gilgamesh en Asiria, la épica griega y romana, aunque después pierde su fuerza hasta que en la Europa postcarolingia aparecen los primeros poemas épicos y las sagas germánicas y nórdicas, base para los posteriores libros de caballerías y leyendas artúricas, resucitando el género para desvanecerse de nuevo con el racionalismo, aunque se retomaría en corrientes posteriores constituyendo nuevos géneros – terror, ciencia-ficción, fantástico…-.
Hasta la llegada del racionalismo hay momentos en la historia cuya cruda realidad nutre esa ficción mágica, y no hay que olvidar la época que le tocó vivir a Shakespeare alimentaba sin duda esa presencia de lo mágico. La Inglaterra de los siglos XVI y XVII es especialmente violenta, ignorante y fanáticamente religiosa; el pueblo llano, profundamente inculto y sufridor de índices de mortandad muy elevados por diversas causas –guerras, epidemias…- padecía toda clase de abusos por parte de las autoridades políticas y religiosas, lo cual era caldo de cultivo perfecto para la superstición derivada del miedo devenido de esa opresión. Una mala cosecha, un incendio natural o el nacimiento de un hijo con una deficiencia física, podían ser pretextos para justificar la existencia del Demonio encarnado en la piel de las brujas, que de entidades primitivas pasaron a ser personajes familiares sobre todo en el medio rural y que no siempre practicaban la magia negra. También la comunidad se beneficiaba de ellas, de su sabiduría aprendida del control sobre los recursos medicinales que otorgaba la naturaleza. Es el tiempo de la Contrarreforma y la Inquisición, la que esgrimiendo el Malleus Malificarum en su caza de brujas, azota salvajemente toda Europa, haciendo que el pueblo sienta una inclinación especial por lo sobrenatural, en todas sus dimensiones, acercándose a un Dios invisible, huyendo del Demonio manifiesto en casi todas las cosas, muchas a conveniencia de la propia Iglesia. (En Enrique VI Juana de Arco está presentada como una bruja que tiene contacto con espíritus demoníacos). Por tanto, la conclusión es que lo que al espectador de nuestros días pueda resultar exótico y hasta infantil por fantástico, podía ser considerado natural y hasta habitual.
Es en Sueño de una noche de verano (1594) donde explora Shakespeare por primera vez de manera profunda las posibilidades del mundo mágico como parte esencial de la trama. Aunque es una de sus obras tempranas y no alcanza la magnitud de sus grandes comedias – Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis, Medida por medida…- contiene ya algunas expresiones líricas del mejor Shakespeare cómico, que profundiza en el amor y las excentricidades que despierta en el comportamiento humano. Y a pesar de ello, esta comedia de cruces de parejas, de travesuras nocturnas, que habla de los poderes y tentaciones de la noche a la luz de la luna, fue capaz de inspirar a Mendelsohnn en el siglo XIX para su poema sinfónico homónimo, con su célebre Marcha Nupcial, a Rudyard Kipling en su libro infantil Puck de la colina de Pook, a Bergman en 1955 para su Sonrisas de una noche de verano y a Woody Allen en 1982 para su Comedia sexual de una noche de verano, entre otros.
La obra se desarrolla en el bosque, reino de las hadas, cuyos soberanos, Titania y Oberón, disputan a causa de un pequeño paje que ambos codician. Para quitárselo, Oberón planea hechizar a Titania con el jugo de unas flores que provocan el enamoramiento súbito del primer ser que vea al despertar. Para esa misión se vale de Puck, espíritu del bosque, ser aéreo, travieso, al servicio de Oberón, como lo estará su versión posterior, Ariel, al servicio de Próspero en La tempestad. Con lo que no cuenta Oberón es que esa misma noche en el bosque se dan cita dos parejas de enamorados y un grupo de artesanos que ensayan una pequeña obra de teatro para regalo de la boda de Hipólita y Teseo, duque de Atenas. El bosque es un ámbito cargado de significado mítico, espacio consagrado a las divinidades, laberinto donde el ser humano se extravía, donde suceden cosas extrañas (utilizado de la misma manera en otras comedias como en Como gustéis). El argumento es casi ridículo y confuso, pero su significado real está en la lógica metafísica de las imágenes, y, lo más importante, se plantea aquí la difícil distinción entre sueño y vigilia, fantasía y realidad convirtiendo la obra en una extraña mezcla de amor, magia, fantasía, ironía y violencia sexual contenida, transformada en alegría final.
Sin embargo, es en Macbeth (1605) donde Shakespeare aborda el tema de la magia negra, incitadora del mal, sin suavizar la violencia como lo hizo en Sueño de una noche de verano, sino exacerbándola. Como en el caso de Hamlet, en Macbeth el elemento fantástico aparece al principio de la obra: las tres brujas son los primeros personajes en aparecer -primer acto, escena primera-, y en la tercera escena se produce el encuentro de ellas con Macbeth, a quien le manifiestan sus profecías. Son ellas quienes impulsan toda la acción, y desatan toda la tragedia. Otro tanto puede decirse de la función de lady Macbeth. Ella opera como una bruja más, o por lo menos, evoca la acción de las tres hermanas: está decidida a eliminar los obstáculos que se le presentan al aún inocente Macbeth, invoca a los espíritus para que la acompañen en sus pensamientos asesinos, la llenen de crueldad e impidan todo acceso a la piedad. Las brujas constituyen el elemento estético más fuerte en la tragedia Macbeth por sus posibilidades escénicas de caracterización, por la eficacia de sus hechizos y predicciones, por las reacciones que despiertan, por la fuerza de la tragedia que desencadenan.
La tempestad (1611) es una de las últimas obras del dramaturgo también. Definida como una tragicomedia romántica de relaciones familiares y reconciliación, la magia alcanza aquí su esplendor expositivo como en ninguna otra. Próspero, duque de Milán, personaje principal es un mago que vive en una isla en compañía de su hija Miranda, ambos dedicados al estudio de la magia hasta que una nave, conducida por sus enemigos llega a la isla. Muchos señalan que el protagonista está inspirado en la figura de John Dee, uno de los personajes más polémicos e influyentes de su tiempo. Filósofo, matemático, astrónomo, ocultista, consultor de la reina Isabel I hasta caer en desgracia, al igual que Próspero, Dee había sido erradicado de sus espacios de poder y había tenido acceso al conocimiento de la magia, y como él también, poseedor de una de las bibliotecas más importantes de Inglaterra.
Próspero utiliza la magia blanca para generar una realidad diferente con la ayuda del mágico Ariel, espíritu del aire- como lo es Puck en Sueño-. Como espíritu del aire, su máximo deseo es su libertad- ya el mago lo había liberado del pino al que la bruja Sicorax lo tuvo prendido durante doce años, por negarse a ayudarla, ahora resta liberarlo del servicio a su amo-. En la isla habita también el monstruo Calibán, ser de la tierra y el agua, conocedor de los secretos de la isla, puro cuerpo, puro instinto, el más sexual de la galería de personajes salida de la pluma del Bardo.
Estas tres obras son máximos ejemplos del mundo mágico de William Shakespeare, pero es un submundo recurrente en tantas otras, como Julio César, plagada de augurios y presagios, o Ricardo III, donde la noche antes de la batalla final se presenta ante la carpa de Ricardo una larga sucesión de los espectros de quienes fueron víctimas de su crueldad, quienes antes de la batalla le auguran desesperación y muerte, y éxito a Richmond, o Hamlet, donde el fantasma del rey asesinado se aparece al príncipe clamando venganza.
Esta es mi breve reflexión hoy sobre la percepción de un aspecto curioso de la obra de Shakespeare, consciente de no profundizar en lo más importante de su obra, polisémica y ubérrima, a sabiendas de que lo que de verdad le hizo inmortal fueron aquellas reflexiones sobre las miserias del hombre y las glorias de su existencia, a fin de cuentas, la palabra, por encima de todas las cosas.
Un articulo cuya pertinencia me ha encantado.
Muchas gracias por escribirlo!