No he leído la entrevista a Jorge Cremades hasta media tarde, cuando el furor en las redes sociales mostraba ya visos de agotamiento. No la he leído antes porque estoy cansada de ese ideal masculino despegado, objetivo, que se refugia en su propio rol de género para negar la existencia del mismo. Estoy cansada de la retórica fardona – prosa cipotuda – que confunde el heteropatriarcado con la condición humana. Estoy cansada, en suma, de quien se las da de listo proclamando “ni machismo ni feminismo, igualdad”, como si la guerra de sexos no fuera un subproducto de este sistema tan alienante como desigual. Pero al final el morbo es el morbo, la polémica es la polémica, y me he puesto al día.
Me he llevado una sorpresa: Jorge Cremades no va de listo (de lista voy yo). Este profesional del humor se ve confrontado por una periodista, Lorena G. Maldonado, empeñada en profundizar sobre las implicaciones políticas y sociales de sus chistes. De primeras parece un episodio más de las muy palomiteras cultural wars nacionales, las de “¿coleta o corbata?” o “¿Intermedio u Hormiguero?”. Sin embargo el entrevistado no entra al trapo, no se muestra beligerante o siquiera irritado ante una contumacia inquisitorial, la de la periodista, propia de quienes nos exponemos regularmente al feminismo radical. Cremades está desconcertado por las preguntas y así lo expresa en varios momentos del diálogo (“No me esperaba preguntas tan serias”, “No soy muy de estar serio. Pero con estas preguntas que me has puesto me has dejado planchado”, “Tío, nunca me habían preguntado cosas tan serias, macho”). Se siente cómodo, por ejemplo, cuando Maldonado propone el tema de relaciones sentimentales, navegando plácidamente las aguas de las diferencias entre hombres y mujeres, o la importancia del sexo en una relación. Es su terreno, y no puede evitar hacer un chiste. “Tengo amigas que son lesbianas y tengo que ser su amigo, porque no puedo hacer otra cosa (ríe)”. Claro. Es evidente, es de cajón: los hombres quieren sexo, las mujeres servimos para proporcionarlo.
Maldonado le persigue dialécticamente a través de asuntos que, según su punto de vista, deberían suponer un conflicto moral o artístico a este alicantino de veintiocho años. La periodista parece buscar una confesión, una franca declaración de misoginia, y todo lo que encuentra es bonhomía, vaguedad y apelaciones al amor y al sentido común. Yo, en su lugar, estaría decepcionada. Cremades, con sus chistes de mujeres que arrastran al novio para ir de compras, es una de las bestias negras del activismo feminista. Su humor arraiga en los roles de género y ningunea las agresiones sexuales. Una se prepara con rigor de fiscal el interrogatorio, jurando sobre el legado de Kate Millett que obligará a este hombre a enfrentarse a sí mismo y reconocer su ideología patriarcal, y se encuentra con alguien que, lejos de odiar a las mujeres, simplemente no se ha planteado la relación entre lo personal y lo político. A Hannah Arendt le pasó algo parecido en Jerusalén, y llegó a la conclusión de que precisamente en esa dejadez, en esa pereza mental, está el problema.
A Jorge Cremades le parece que hay mucha verdad en los tópicos. Por eso, dice, hacen gracia, como si la risa fuera inofensiva. Entiende que hay un vínculo entre la manera de recibir un chiste y la experiencia personal (por lo que no hace chistes sobre enfermedades o víctimas del terrorismo), pero no entiende la relación entre bromas y dinámicas sociales. No entiende, por ejemplo, que si para que el vídeo sea gracioso tiene que ser la chica la que se lleve al novio de compras es porque el tópico en el que se basa es machista. No entiende tampoco que reírse de un grupo de chicos rifándose a una joven borracha es perpetuar una noción perversa de lo que es el consentimiento. No quiere entender que un chiste, su chiste, es un acto de apoyo a valores determinados. Hay un momento en la entrevista en el que reconoce que borró un vídeo cuyo contenido no quiere revelar. Cuando relata cómo fue la decisión de retirar ese vídeo, Cremades parece mareado por el esfuerzo: no está seguro de si el vídeo era apología de algo, o políticamente incorrecto, o quizá las quejas fueran fruto de la hipersensibilidad de esos pocos que lo vieron. Lo quitó por el “impacto negativo”, porque no gustó, y porque “se le da la vuelta a todo”. Como Barbijaputa, añade. Como el feminismo, o quizá como el hembrismo, no se sabe muy bien, ya que el discurso de Cremades se pelea con estos conceptos y sale derrotado del intento. Él sólo quiere hacernos reír.
Es inquietante que en la entrevista se afirme una falsedad manifiesta (“Hay tantas violaciones a hombres como a mujeres”), pero quizá sea aún más inquietante la pureza del pensamiento, la deslumbrante vacuidad de quien no sabe lo que dice. Cremades es tan banal como él mismo cree, pero eso sólo le convierte en un irresponsable. Lorena G. Maldonado nos ha mostrado que este sistema injusto es el que asumimos por defecto, que el sentido común se construye en una ideología concreta, y mi propia retórica fardona vale para explicar estas cosas. Ahora es Cremades el que está cansado de no expresarse bien, disculpándose por no saber hacerse entender; estaría dispuesta a preguntarme si esta incomprensión es un problema de lenguaje o de concepto si no supiera que, en cualquiera de los casos, el mal ya está hecho. Porque lo difícil es que este humor deje de hacer gracia.
Bueno, es como el famoso principio jurídico: la ignorancia de la ley no exime del cumplimiento de la ley… O sea, que sea idiota y no se entere no quita que no le zurren públicamente por serlo. Pero si es un caso de banalidad arendtiana, hay que señalar que está el mundo lleno…
Y que por banalidades semejantes estamos convirtiendo el mundo en un lugar inhóspito