Cassius clay vs. Mohamed Ali: dos formas de luchar por una vida

Parece que estoy viendo ahora mismo las páginas del diario “Pueblo” y aquel reportaje sobre Cassius Clay, no sé exactamente en qué año, imagino que después de la primera pelea con Frazier aunque lo que más recuerdo sea una foto en gran formato del combate con Sonny Liston y el relato de cómo lo venció después de provocarlo en público muchas veces,  con pasmosa facilidad, a pesar de que Liston era entonces el campeón mundial, el favorito de las apuestas y un tipo realmente peligroso con el que muchos no querían boxear.

En aquella época el boxeo no estaba mal visto y por la tele ponían a menudo combates de Pepe Legrá o Pedro Carrasco y después de Urtain ese boxeador que hubiera podido ser protagonista de “Marcado por el odio” aquella película de Bogart que desvelaba lo oscuro del negocio, la cara oculta de los perdedores que eran juguetes rotos en manos de mafias sin escrúpulos que se aprovechaban de ellos hasta el borde de la tragedia. Una historia que parecía repetirse una y otra vez: un chico de la calle quizá incluso huérfano, marcado por el odio desde su infancia y con muchos motivos para rebelarse,  quizá con algún paso por la cárcel que lo termina de endurecer y que en algún momento descubre el boxeo como un camino de abrirse paso a golpes, para escalar socialmente y ganar fama y dinero, antes de caer de nuevo en la ruina por no saber digerir el éxito o por la traición del entorno. “Toro salvaje” de Scorsese, lo que parece estar escrito en las estrellas la mayoría de las veces. El boxeo como metáfora de la lucha por la supervivencia en la jungla social, algo siempre difícil y a veces sangriento, lo que a veces las propias sociedades no quieren ver.

Muhammad Ali vs Sonny Liston, 1965 Foto Neil Leifer

Cassius Clay se ajustaba a ese relato pero le aportó luces propias quizá porque tenía cualidades excepcionales y porque le tocó vivir en una época de grandes cambios sociales de los que se convirtió en un símbolo. Leo esa anécdota de que todo comenzó porque con doce años otros chicos le robaron una bicicleta y un policía le recomendó que aprendiera a pelear para que eso no le volviera a ocurrir. Parece que le hizo caso y seis años después ya lo había ganado todo en el boxeo amateur. A partir de ahí depuró un estilo (ser un peso pesado que se moviera como un peso medio, como su admirado Sugar Ray Robinson) y supo utilizar a los nuevos medios de comunicación para publicitar la fuerza de un ego desbordante que lo llevaba a atreverse a desafiar a cualquiera, incluso a un campeón mundial carcelario y mafioso como Sonny Liston, al que venció  con insólita facilidad en dos ocasiones.  “Soy joven, soy guapo, soy rápido, soy elegante y probablemente no pueda ser golpeado. He cortado árboles, he luchado contra un cocodrilo, me he peleado contra una ballena, he encerrado rayos y truenos en prisión, incluso la semana pasada asesiné a una roca”, decía en aquella época.

Con Malcon X

Eran tiempos de desafíos y ese ego solo precisaba conciencia política para decidirse a llevar la contraria del todo. Se fascinó con Malcon X y se hizo musulmán, se cambió el nombre, no quiso ir a la guerra del Vietnan cuando al fin lo llamaron (antes no lo habían hecho porque al parecer no daba un CI suficiente para ser soldado). Le quitaron todo lo que más quería pero resistió. Se sintió un héroe y comenzó a sufrir como los héroes, encontrando enemigos a su altura a los que ya no podía vencer moviendo mucho las piernas, ni jugando con las palabras. Las peleas con Frazier, un negro que veía las cosas de otra manera pero que era al menos tan duro, tan heroico como él. La pelea en Kinsasa contra Foreman, en el corazón de las tinieblas, rodeado del nuevo poder negro que también ya había generado dictadores y gánsteres y muchas contradicciones. Esa pelea que narró Norman Mailer en “El combate”, ese escritor que creía entenderlo tan bien, que lo siguió tan de cerca y que también le dedico otro de los grandes reportajes del nuevo periodismo, “En la cima del mundo” que en la edición española tiene un magnífico prólogo de Andrés Barba que explica el ambiente ideológico de aquella época.

Ali Birthday Boxing

Y luego la caída. El precio de los golpes en el cerebro, la encefalopatía  cronica traumática, la enfermedad de Parkinson.  La fiera domada por el destino que de pronto es aceptada por todos, reconocida por todos, devorada por el sistema que quería combatir y del que, paradójicamente, quizá tanto formaba parte.  El bello y feroz Ali convertido en un muñeco inexpresivo y tembloroso encendiendo la antorcha olímpica, abrazando presidentes que hicieron otras guerras, icono de todo el mundo, aunque también del primer presidente negro que quizá no lo hubiera sido sin él y que, en aquellos primeros años sesenta, ni siquiera podía imaginarse.

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