“En estos tiempos se desayunaba por la mañana con los padres y amigos, se cenaba por la noche con los antepasados de otro mundo”
O sea, que sí hay que preocuparse un poco. ¿Pero tanto?, me preguntaba en el artículo que escribí aquí hace justo 22 días. Trato de recordar ahora mi estado de ánimo, mi predisposición a la hora de leer lo que leí entonces, mi actitud, lo que quería creerme y lo que no, mis sesgos. Quería escribir algo distanciado, pero mi verdadera actitud era que, aunque los datos de China eran preocupantes, en el fondo había demasiado alarmismo en los medios de comunicación, que todo quedaría en nada como ya había ocurrido en otras ocasiones. Incluso los casos de Italia me parecían sin demasiada importancia, algo pasajero que no justificaba esa alarma que sacó al ejercito con mascarillas a la plaza del Duomo aquel fin de semana y pocos días después llevaría al confinamiento primero del norte y, luego, de todo el país.
Esa semana que comenzó el lunes 2 de Marzo las cosas empezaron a cambiar poco a poco en la consulta, a la que la gente acudía todavía normalmente, después de pedir su cita. Comentábamos entre nosotros que teníamos la sensación de que habían aumentado las infecciones respiratorias agudas pero eran leves y todavía las seguíamos considerando catarros normales y afrontándolas con las pautas habituales. Algunos padres comenzaron a preguntarnos si mandaban a sus hijos a los viajes de fin de curso, algunas parejas si suspendían su viaje de novios, pero todo el mundo entraba y salía del centro de salud sin sensación de riesgo inmediato, lo mismo que todos acudíamos a los bares habituales o íbamos a comprar a las grandes superficies con toda tranquilidad. Creíamos que se trataba de un virus que, si llegaba a España, iba a ser similar a una gripe, no convenía asustarnos ni asustar a nadie demasiado. Esa parecía ser también la consigna oficial antes de las manifestaciones del 8M.
El día 9 de Marzo se iniciaron los días en los que todo comenzó a precipitarse y el cisne negro comenzó a hacerse evidente aunque quizá todavía no del todo. Comenzamos a recibir algunas instrucciones pero que no incluían medidas de autoprotección claras y tajantes (medida fundamental en una epidemia como ésta para limitar los contagios) quizá porque, como pronto nos dimos cuenta, había serios problemas para suministrárnoslas. Faltaban mascarillas quirúrgicas (no digamos de las FFP2), faltaban batas desechables que realmente nos cubrieran, faltaban gafas, solo teníamos tres EPI de los tiempos del Ébola. Los primeros dos días todavía no nos poníamos mascarillas y guantes con todos los pacientes, usábamos la bata normal, procurábamos lavarnos las manos y usar el Sterillium con mucha frecuencia. Las consultas telefónicas de los citados aumentaron, pero todavía venían muchos al centro de salud como si no pasara nada. Comenzamos a organizarnos para analizar las instrucciones que nos iban llegando y aclararlas para hacerlas operativas. Se trataba de que la gente viniera lo menos posible al centro de salud y de solucionar la mayoría de las cosas rutinarias por teléfono; montamos un turno de triaje en la puerta con instrucciones claras de como manejar los posibles casos; se preparó una habitación especial para evaluar los casos sospechosos; se analizó el material que había y se repartió equitativamente (por suerte llegaron más mascarillas quirúrgicas y algunas batas, nunca faltaron guantes); reflexionamos sobre nuestro papel en esta crisis y decidimos que, sobre todo, teníamos que sostener la moral de la gente, mostrarles que seguíamos ahí, aunque fuera por teléfono; dedicar especial atención a los más frágiles y no olvidar que iba a seguir produciéndose la patología habitual que había que resolver sin que, a ser posible, llegara al hospital. Conocíamos a los pacientes y su contextos desde hacía mucho tiempo, teníamos vínculos con ellos, esa era la principal valor añadido que podíamos aportar.
Yo no había dejado de mirar el mapa de casos de la Johns Hopkins cada vez con más frecuencia. Era asombrosa la mortalidad que estaba mostrando Italia en comparación con otros países que reportaban casos similares, me comenzó a preocupar en serio lo que contaba en The Lancet un médico italiano, comencé a ver subir los casos de España cada cada día hasta que, por fin, el día 15 se anunció el Estado de alarma y el confinamiento en casa por 15 días para toda la población. Comencé a intentar activar conscientemente el yo observador. Observaba en mí mismo y en todo el mundo el peso del temperamento y también las distintas percepciones y conductas que ello produce, también la riqueza que pueden aportar a una situación de incertidumbre como ésta, como si se confirmara esa hipótesis de que las distintas personalidades han sido seleccionadas por la evolución porque tienen un potencial de eficacia (aunque también de conflicto) en distintas condiciones de cooperación y supervivencia. Me fui dando cuenta de que era importante tener en cuenta incluso lo que parecían salidas de tono o manías personales de los demás, distanciarse un poco del estilo de pensamiento que producía comodidad psicológica, obligarse a leer periódicos de distintas orientaciones con una mentalidad comprensiva, buscar bibliografía científica de calidad. Me di cuenta de que me gustaba contemplar como todos mis compañeros se adaptaban muy rápido y parecían otros, emboscados en sus mascarillas, aportando cada uno matices distintos e indispensables en estos momentos; me confortaba hablar con los pacientes por teléfono, admirar la serenidad de la mayoría de la gente que tenía posibles síntomas de covid y estaban en casa, sobre todo si a eso se sumaba una gran incertidumbre económica; la dureza entrañable de los viejos que vivían solos y se organizaban con sus hijos para pasar los días.
Intenté ser consciente de mi estilo de pensamiento que tiene tendencia a ponerse, en principio, un poco a la contra de la opinión general, ser consciente de cómo evolucionaba. En un primer momento la cuarentena me parecía una medida preventiva de eficacia dudosa para detener la epidemia y con efectos secundarios económicos y sociales desconocidos en una sociedad moderna. Me interesó el enfoque de los ingleses (que con los días parece venirse abajo pero ya veremos) y leí un artículo de un colega que defendía lo mismo con apoyo de artículos que parecían serios pero en el que detecté al final un fondo demasiado ideológico. Seguí dándole vueltas a la diferencia de mortalidad por países, sobre todo el caso de Corea del sur y Alemania. Había dos cuestiones diferenciales con Italia o España: hicieron desde el principio test diagnósticos masivos y parece que no les faltaron suministros para proteger al personal medico, a los contactos y al personal de mayor riesgo. Corea además geolocalizó los casos lo que, probablemente, conllevaría un debate sobre los riesgos para la privacidad si se hiciera en Europa. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han habla hoy en el periódico sobre la superioridad asiática para controlar la epidemia basada en el uso de mascarillas y en el big data, en lo poco que les importa la vigilancia digital que dice que prefieren al cierre de fronteras.
Sentí que necesitaba un perspectiva histórica y cultural. Comencé a leer “La Peste” de Albert Camus con una enervante concentración, revisé algún capitulo de la “Historia de la medicina” de Laín Entralgo y también de la “Historia cultural de la enfermedad” el magnifico libro de Marcel Sendrail que tengo en casa toda la vida. Encontré un estupendo artículo en NEJM sobre la perspectiva histórica de las epidemias, también otro en una revista chilena que abría las puertas a lecturas más profundas. Leí el artículo de Harari en Time y me gustó su llamada a la cooperación en estos momentos en los que también tenemos que ser conscientes de todo lo que se ha sabido de la epidemia en muy poco tiempo (ojear Cell es fascinante en ese sentido), de la capacidad que tenemos para frenarla en comparación con la gripe de 1918 a pesar de todos los problemas que ocurran. Sin embargo, cuando hoy la cuarentena se acaba de ampliar a cuatro semanas y los muertos amenazan con aumentar al menos a los niveles de Italia siento que mi percepción psicológica de la epidemia comienza a cambiar. De pronto contemplo, todavía de vez en cuando y sin demasiada angustia, que podría afectarme personalmente, que el riesgo es muy real (aunque había sido claramente subestimado a pesar de las advertencias de algunos que sí supieron verlo, como en el caso de Jose Antonio Nieto González el responsable de riesgos laborales de la policía) y abre un horizonte de sucesos donde el azar va a operar caprichosamente incluso en las personas jóvenes y también en las consecuencias sociales y políticas que todo esto produzca.
He sido muy consciente de cómo no se sabe nunca suficiente de los cisnes negros a pesar de que luego todo se racionalice en retrospectiva. Y también de la importancia de conservar una mentalidad científica en estos momentos en que confluyen los viejos miedos con las nuevas realidades sociales, a pesar de la dificultad que eso va a tener dada la fragilidad que se adivina en la Unión Europea. Porque éstos van a ser también los tiempos de los charlatanes de todos los colores, de los agoreros, de los que tienen ya la respuesta preparada de siempre y tienen un plan para prosperar en la tormenta. Aunque también puede ser la oportunidad para una catarsis social, para la creación de nuevos vínculos y consensos más inteligentes y más justos y, sobre todo, para seguir haciendo con serenidad el trabajo que sabemos y debemos hacer, tomando todas las precauciones que podamos mientras se fabrique una vacuna, el remedio realmente eficaz.
Para no dejar de practicar aquello que decía el viejo Popper
“Rechazad la fragmentación del conocimiento, pensad globalmente, no os dejéis sofocar por el crecimiento de las informaciones, rechazad el desencanto de Occidente y el pesimismo histórico, ¡ya que tenéis la suerte de vivir en el siglo XX(I)! No caigáis víctimas de la nada, ni del terrorismo intelectual, ni de las modas, ni del dinero, ni del poder. ¡Aprended siempre a distinguir lo verdadero de lo falso”.
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Fuentes fiables para orientarse
Instituro de Salud Carlos III Covid 19
The New England Journal of Medicine Covid-19
Hoy incluso Cebrián el El País, adelanta a septiembre de 2019(Fecha del informe de Naciones Unidas y Banco Mundial) la alerta de una posible pandemia de “una gripe especialmente letal por vía respiratoria. Con lo que la teoría de la llegada inesperada se desmorona. Habrá que demandar a los politicos responsabilidades de programación sanitaria y eficacia de las alertas. Al cese de Nieto González me refiero como mal ejemplo. La otra versión de la evolución de las crisis pandemicas la citas tú mismo con el artículo de Byung-Chul y la perspectiva del seguimiento oriental (sociedades autoritarias y confucianas) y el occidental de individualistas y asustados judeo-cristianos. Puede que estemos asistiendo a algo, si no nuevo, si diferente.
He releído al menos tres veces el artículo de Bruno-Chul Han y no salgo de mi asombro. Quizá sea la traducción pero resulta contradictorio y parece contener una tentación totalitaria sumamente inquietante, que casi no esconde.
Habla de la supremacia asiática en la crisis del covid-19 sobre todo por su tolerancia a la pérdida de derechos individuales con el control por el big data que le parece deseable para Occidente y probablemente uno de los efectos de esa crisis. La justifica, igual que el modelo chino de control social que es sencillamente escalofriante y que no está claro que sea el causante de su supuesto control de la epidemia porque realmente nadie sabe bien lo que ha pasado y pasa en China. Es todo raro y oscuro desde el principio. Pero él afirma:
“Al parecer el big data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa. Sin embargo, a causa de la protección de datos no es posible en Europa un combate digital del virus comparable al asiático. Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas.”
Por otro lado especula con conceptos evanescentes sacados de su libro “La sociedad del cansancio” que me parecen pura palabreria, aplicando un supuesto paradigma inmunológico para explicar cuestiones sociales y ligarlas a la crisis bursátil y al miedo a la epidemia. Por fin utiliza el concepto de capitalismo de una manera confusa y negativa (fascismo causante de todos los males del mundo) y apela a Zizek y a Naomi Klein para desear cambios que define así.
“Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.”
Es decir argumentos blandamente sentimentales para justificar un bello planeta totalitario.
Solo en una cosa puede llevar razón. La cuarentena y el cierre de fronteras puede no ser suficiente para controlar con rapidez la epidemia si no se optimizan los test diagnósticos masivos y las medidas de protección eficaces para toda la población, cosa que ha fallado en muchos países Europeos. La paralización de la economía y la crisis que quizá vendrá después puede crear situaciones a largo plazo quizá más graves que las que ahora crea el virus y afectarán sobre todo a sociedades abiertas donde hay libertad política. Mucho menos a países totalitarios como China que quizá jueguen con esa ventaja.
Esperemos que se equivoque del todo y con las dificultades inevitables en la realidad las democracias abiertas superen la epidemia y sus efectos aprendiendo de los errores para mejorarse, pero sin caer ingenuamente en las trampas de los que sin duda querran aprovechar esta crisis para instaurar pesadillas totalitarias de cualquier signo.
Yo no lo he entendido así. A mi me parece todo mucho más trivial. Este hombre vive en Berlín, por lo visto, donde sin duda está mucho más cómodo que en su país de origen, así que lo que hace es asustarnos en la primera parte de su texto, repetirse mucho después, aplicar categorías chorras como tú señalas, y finalmente tomar partido por la ilustración occidental, que es la que le da de comer. La exposición del draconiano imperio chino, pues, tan sólo como espantajo, aunque parezca que lo adula. Y lo parece porque a partir de ahora vamos a leer, y escuchar, miles de advertencias similares, que a EEUU le vienen muy bien, y estas sí que estarán aderezadas de los apropiados adjetivos execratorios. De este textillo, por tanto, que sólo nos cuenta lo que ya sabíamos, tan sólo rescato este párrafo, que creo que merece la pena:
“Pero hay otro motivo para el tremendo pánico. De nuevo tiene que ver con la digitalización. La digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad”.