Rafael Sanchez Ferlosio: la incierta orfebrería de la verdad

Ferlosio, plumífero aventajado por José Rivero Serrano

Con la muerte de Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 4 diciembre 1927-Madrid, 1 abril 2019), se cierra un particular episodio de las letras españolas del siglo XX, donde compone una figura central de la Generación de los cincuenta, donde comparte afanes y objetivos con autores como Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite y Alfonso Sastre. Además fue colaborador de la Revista Española junto a Antonio Rodríguez Moñino.

Todos ellos compartieron una poética realista que presentaba notables influencias del Neorrealismo italiano y que supuso, junto a otros autores como Ferres e Isaac Montero, lo más granado del Realismo social. Aunque los intereses literarios de Ferlosio enseguida mutaron hacia aspectos más radicados en la Lingüística y en el ensayo, mutaron pues hacia la Metaliteratura y olvidaron los prejuicios de la sociología de lo literario, que a su juicio habían socavado la credibilidad del proyecto narrativo de El Jarama (1955), que no estaba exento de sus posteriores obsesiones lingüísticas. Un proyecto narrativo que había inaugurado cuatro años antes, en 1951, con Industrias y andanzas de Alfanhui. Obra que no dejaba de ser un portazo sonado en el panorama de las letras españolas, por su surrealismo latente y por su ingenuismo colorista y aventado y que en su entrevista de El País del 4 de diciembre de 2017, sostenía ‘Sólo me quedo con Alfanhui’. Hay quien dice incluso, que Alfanhui fue un reto personal de Ferlosio para sorprender al padre, el escritor  Rafael Sánchez Mazas. Episodio tan personal e intransferible el de Ferlosio en la Literatura española, que es difícil huir del simplismo que lo ve, casi en exclusiva, como el autor de El Jarama y aplaza y pospone otras vertientes considerables de su obra. Obra, por cierto, El Jarama de la cual adjuró y afirmó sus evidentes deficiencias narrativas y conceptuales.

En Campo de Criptana

Y esta deriva y estos intereses metaliterarios que comienzan a merodear por la obra de Ferlosio, son los que en un momento determinado hermanan su trayectoria con la de Juan Benet, nacido en 1927 como Ferlosio, pero fallecido tempranamente en 1993. Hermanamiento en la utilización del recurso narrativo denominado por Ferlosio como hipotaxis, consistente en párrafos de largo recorrido, con subordinadas, disgresiones y fogonazos abismales, que dotan a la literatura de ambos, de notables dificultades de acceso para el lector, por una parte, y por otra parte de una enorme voluntad reflexiva. De forma y manera que se puede advertir la voluntad de la escritura de erigirse en reflexión sobre sí misma y sobre el hecho literario. Con la salvedad de que Benet, no tuvo necesidad de abjurar de Volverás a Región (1967) para proseguir su andadura posterior. De este periodo data el formidable cuento Dientes, pólvora, febrero (1961), donde se adivinan ya otros intereses combinados con trazas del mundo rural que tanto interesó a Ferlosio. Uno de los ejemplos típicos de la reflexión crítica y metaliteraria ferlosiana fueron los dos volúmenes de Las semanas del jardín (1974), título inspirado en la novela que Cervantes no llegó a escribir, y que constituye un análisis erudito sobre las técnicas y los recursos narrativos que tanto preocuparon a Ferlosio. Emparentando, por cierto, Las semanas del jardín, con las reflexiones benetianas de La Inspiración y el estilo (1964), sobre asuntos parecidos de naturaleza literaria y de proyectiva del discurso narrativo. 

De  estos años son algunas colaboraciones esporádicas en la revista Triunfo, caracterizadas por un inquebrantable impulso de remar contra corriente, como refleja el texto Entre la liberación y el sultanato (Defensa del pudor). Escrito en 1974, en pleno apogeo del cine español, conocido como  Cine del Destape. Y  Ferlosio es capaz de desmontar el carácter reaccionario, que no liberador y progresista, de tanta lencería y de tanto escozor de pelvis que se anunciaba como Tercera Vía de imposible tránsito.

Y ese interés de Ferlosio por los estudios del lenguaje, se adivinan cuando se integra como miembro del Círculo Lingüístico de Madrid, junto con Agustín García Calvo, Isabel Llácer, Carlos Piera y Víctor Sánchez de Zavala, y se plasma  ya  en 2015 con la recopilación de ensayos, a cargo de Ignacio Echeverría, bajo la rúbrica de Altos estudios eclesiásticos, que daba cuenta del interés fundamental de Ferlosio por los asuntos del lenguaje. Ensayos reunidos que han ido apareciendo a lo largo de los años 2016 y 2017, hasta totalizar cuatro excelente tomos editados por el aludido Echeverría. Circunstancias que no han impedido el reconocimiento de la central importancia de su escritura, como para recibir el Premio Cervantes en 2004 y el Premio Nacional de Literatura en 2009. Donde el discurso del Cervantes, con el texto ‘Caracter y destino’ compone otra muestra más de las capacidades y sabidurías de Ferlosio. Capaz de unir asuntos de índole cervantistas con la centralidad de la reflexión realizada por Walter Benjamin, sobre el par conceptual Carácter y  destino.

Junto a todo ello, es decir junto al  carácter analítico de toda escritura que se precie, en Ferlosio adivinamos prontamente un formidable polemista en la escritura de prensa, de la que se declaraba un ferviente partidario y un aventajado lector. De él son los hallazgos de los términos Abeceína y Ortegajos, referidos tanto al querido diario, como al filósofo Ortega que tanto utilizó la prensa diaria para exponer sus opiniones, a veces de forma simplificada.Donde dio, sobre todo, a partir de sus colaboraciones en ‘el querido diario monárquico’, esto es el ABC de los Luca de Tena, la serie de trabajos que denominó como Pecios. Retorno al diario conservador de la mañana madrileña, como un guiño al padre de nuevo. No olvidemos que el nacimiento de Ferlosio en Roma, se produce bajo la corresponsalía periodística de Sánchez Mazas en la Italia mussoliniana.

Termino marinero de salvamento de naufragios por excelencia, el de Pecios, que Ferlosio utiliza para darle la vuelta a tantos aspectos de la realidad, que sólo los malos usos literarios y la creciente ideologización de la cultura, nos impide ver y capturar. Como se visibiliza en el imprescindible Campo de retamas. Pecios reunidos (2015), nuevamente bajo la batuta editorial de Ignacio Echeverría, que agrupa una suerte de ramillete de escritura pensante o de florecillas de pensamiento, sobre lo divino y sobre lo humano. Y que mereció un excelente trabajo-comentario del novelista José  Ángel González Saínz, publicado en Revista de libros, denominado ‘Sánchez Ferlosio: la aventura de la lengua’.

El carácter esquivo y algo huraño de ‘el refugiado de Coria’, nos ha impedido capturar los entresijos de su vida, altibajos y crecidas, y sopesar su desarrollo. Hubo que esperar a 1997, para que en el monográfico de la revista Archipiélago, dirigida por José  Ángel González Saínz, y a él dedicado, con colaboraciones de altura (Gonzalo Hidalgo Bayal, Fernando Savater, Aurelio Arteta), nos obsequiara a todos los lectores con un texto impagable de un Ferlosio mirándose en el espejo. ‘La forja de un plumífero’, que es lo más próximo a un memorial próximo realizado por el autor, nos recordaba el enorme talento literario de Ferlosio. Ya en el año del noventa aniversario, esto es en 2017, Benito Fernández dio a la prensa el, hoy por hoy, imprescindible proyecto biográfico en torno a nuestro hombre. El incógnito. Rafael Sánchez Ferlosio. Apuntes para una biografía, supone el intento más sistemático junto al citado número de Archipiélago) por aproximarnos al mundo y a la obra de  Rafael Sánchez Ferlosio. Un acercamiento que ahora que nos falta, reviste carácter anticipador de su ausencia.

R.S.F. o de la orfebrería de la verdad por Oscar Sánchez Vadillo

Se miente más de la cuenta

por falta de fantasía:

también la verdad se inventa.

Antonio Machado

Hace algunos años tuve un compañero de Lengua y Literatura, hombre muy letrado y con alguna publicación en su haber (de la cual escribí reseña por amistad, pero sin haberla leído: también la verdad se inventa…), que me confío fumando un cigarrillo a la salida del I.E.S. correspondiente que una mañana de su juventud universitaria había acudido nervioso al despacho de Agustín García Calvo con el pretexto de consultarle una duda erudita. Allí se lo encontró platicando alegremente con Rafael Sánchez Ferlosio, compañero de fatigas -y delicias…- filológicas y gramáticas, a lo que mi amigo reunió valor y preguntó al segundo cómo es que no había continuado con su exitosa carrera literaria, que tanta fama y premios le había reportado. Según parece -que lo mismo mi colega también se inventa a su manera la verdad…-, Ferlosio respondió muy serio que había dejado de interesarle la ficción, que ahora tan sólo se dedicaba a la verdad. Eso, dicho delante de Don Agustín, al que la apelación a la verdad le parecía la típica mentira de filosofantes, tuvo su mérito, su arranque de vanidad y hasta su puntito de desafío, o así me lo imagine yo.

Pero está bien, me gusta. Significa, creo, que la narrativa tiene mucho de artificioso, de ejercicio de prestidigitación técnica, de señor que el domingo por la mañana talla y pinta cada pequeña pieza de una maqueta hasta terminar con el paisaje entero miniaturizado de una vía de ferrocarril atravesando un pueblo pintoresco rodeado de montañas. En cambio, la verdad hay que investigarla, hay que rebuscarla entre los libros y acuñarla en la cabeza, sin saber de antemano qué figura va a adoptar, que es exactamente esa que luego va a modelar la prosa serpenteante en la página en blanco. La literatura busca, así, como su máxima meta, lograr transmitir el efecto estético premeditado, mientras que el ensayo, en cambio, reconstruye delante del lector el rastro sorpresivo de un concepto. Y quizá sea por eso que Ferlosio dejó atrás experimentos tan dispares y minuciosos como la paleta de color de Alfanhuí (donde, contra John Locke, uno llega a imaginar tonalidades cromáticas inexistentes que jamás ha percibido previamente) y el magnetofón indiscreto y trivial de El Jarama, para vestirse la toga de Michel de Montaigne y hundirse en volúmenes y legajos como un monje trapense encerrado en su celda en pos de la mejor glosa del fenómeno que se escurre, o de la palabra que clava la cosa al folio de la propia mente.

Agustín Garcia Calvo

Tuvo, en efecto, la vida de Rafael Sánchez Ferlosio, que hoy despedimos, algo de retirada permanente al monasterio de sí mismo, de ese querer voluntariamente situarse en la posición del espectador como decía su a menudo admirado Ortega, allí donde se observa a los demás con un ojo, a los libros con el otro, y juntando ambos se va esculpiendo pacientemente la verdad como quien labra casi sin respirar ni hacer ruido la imagen de un santo. Ferlosio era más severo y profundo que Ortega, en el fondo un hombre de mundo que se desvivía por gustar a su público, pero a la vez más ligero y sardónico que Rilke, que parece estar siempre orando en el templo de la sagrada poesía.

Recuerdo un artículo en Homilía del ratón donde se trataba del terrorismo; Ferlosio era capaz de sacar los temas más descabellados y rebuscados y darles una forma exacta y rigurosa, pero esta vez se trataba de algo tan actual y omnipresente como el terrorismo, en ese momento protagonizado de modo incansable en los informativos españoles por ETA. Pues bien: Ferlosio le sacaba las entrañas al asunto, decía lo que se tenía que decir, con claridad y desapasionamiento, y aquello todavía se podría seguir aplicando palabra por palabra hoy a las nuevas modalidades actuales de terrorismo internacional.

Es verdad que Ferlosio era ese tipo de intelectual que parece venir de otro tiempo, sobradamente capaz de ponerse a analizar Internet o el Hip-hop pero del que ya sabemos incluso antes de leer sus razones que le van a gustar poco tanto Internet como el Hip-hop, porque él está hecho como de otro material más antiguo y venerable, para el cual el mundo de sus nietos y bisnietos le va a encontrar entre escandalizado y cauteloso. No por la mucha edad que llegó a acumular, no porque la memoria de su padre nos retrotraiga a un universo que está en la forja misma de la España triste que retorna ahora para desesperación e incredulidad nuestra, sino porque Ferlosio era un hombre de Guttenberg, un devoto de la imprenta, un apasionado de las letras que encontraba más placer en darle otra vuelta de tuerca al Quijote que en criticar a Netflix o HBO.

Sin embargo, me temo que cosas como Netflix o HBO o Internet o el Hip-hop van ganar la partida, que por su causa vamos a olvidar a estos hombres, estos peculiares morabitos de vida privilegiada pero austera, estos viejos orfebres de la verdad pertenecientes a tiempos en los que se respetaba el honor y se conocía el pudor, y que especialmente la obra de Rafael Sánchez Ferlosio, tan rara, heterogénea y barroca como es1 se va a convertir inexorablemente en pasto de tesis doctorales y homenajes póstumos, pero no de lecturas y concepciones frescas para nuevos espectadores de las locuras humanas. El humanismo, pues -lo proclaman ya por igual trashumanistas y antinatalistas-, como una antigualla, un fósil, una reliquia y, en último término, y como diría Rafael Sánchez Ferlosio, como un pecio, un pecio enorme y prestigioso, quizá, pero comido por los peces y la herrumbre. No obstante, las humanidades existieron, y existieron precisamente como obsesión personal de ciertos individuos extravagantes, casi autistas, que prefirieron el saber a la vida, la letra impresa al trato humano y la libertad de criterio a la normalidad imperante. Ahora, como ya no les comprendemos, esperamos a que se mueran y entonces les colocamos en el pedestal que les teníamos reservado, pero, como se puede leer en Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (otro libro del todo inclasificable, en Destino, de 1993)…

(El yelmo de Mambrino)

Sin embargo… ¡oh, sin embargo!,

otro salto tan grande te hizo falta,

bacía, para llegar a ser bacía,

como el que te hacen dar para ser yelmo.

O, dicho con otras palabras del mismo libro, más patéticas pero también más causticas…

(Autobiográfico) ¡Me conservo entero!, se decía el cascote.

1 Valga este extraño texto como ejemplo -extraño en tanto texto periodístico, pues se presenta ante el desconcertado lector como un apólogo sin moraleja ni contexto-, hoy de nuevo de rabiosa actualidad visto el repunte en nuestro país, y no sólo aquí, del racismo y la xenofobia: 

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2 Comentarios

  1. says: Oscar S.

    Así me gusta. Y es que los profesores ya somos eso: obstinados resistentes del mundo pre-digitalizado, incluso a menudo –
    tú y yo- del pre-analogico, como lo era el propio Ferlosio, alimentando a nuestros polluelos con un pienso-luego-existo que les provoca rechazo y diarrea, puesto que no hace tribu virtual, no se señaliza con piercings, no toca en festivales cool y no se navega en un dominio.com. Foucault se divirtió mucho proclamando la muerte del hombre, pero no se imaginaba, en su irresponsabilidad, que le iba a sustituir el código binario, la basura en red, el porno japonés, operación triunfo y los reality-Trump. Debemos, por tanto, los profesores, antes de extinguirnos merecidamente, torturar a nuestros alumnos con la hipótaxis retorcida, la metáfora de baja resolución y una foto falsa color sepia pantone de Homero intentando acertar con el sáyal a Steve Jobs… Luego, será hora de morir (citando a Leonardi o no: yo prefiero a Pancho Villa…)…

    Pero ya volveréis a Montáigne, ya, cuando se os acabe la tontería cyberpunk…

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