Manuel Vicent actor principal

Olvídate del mapa pero no te olvides del tesoro.

Ray Loriga, Héroes

Me sorprende leer en Wikipedia que Manuel Vicent suma ya más de ochenta palos, aunque por otra parte no me extraña tanto, ya que la última vez que le vi en persona yo tenía la edad de los grandes rockeros muertos prematuramente y él lucía ya frente despejada y perilla albina. Fue en el Círculo de Bellas Artes y dio una buena charla, pero lo más grandioso de la tarde fue Maruja Torres exhibiendo genuina personalidad e independencia. En efecto: alguien del público que venía preparado quiso reclutar para la causa a Maruja en nombre de los licenciados en Periodismo que no conseguían empleo porque otros más zorros, desnudos de titulación, les quitaban el trabajo. En un giro inesperado del destino, la periodista dejó al criptosindicalista en evidencia, puesto que defendió que la tierra es para quien sabe conquistarla y no para quien ha pasado por una carrera de chichinabo. Vicent creo que se puso tibiamente de parte de la tigresa, por si mordía, pero no estoy seguro. Lo que sí sé es que Vicent lleva en esto de la escritura gacetillera toda la vida de Dios, y sin embargo aún le tenemos en la consideración de un actor de reparto, ese tipo de actor que cuando se muere nos damos cuenta de que lo necesitábamos más que a los protagonistas principales. Yo compraba El País los domingos bien temprano para mis padres, pero en realidad era para embutirme la columna de Vicent entre el kiosko y el portal de casa, con un churro en la boca. O, como confesaba Lou Reed en una canción poco conocida, wanted to play football for the coach

Antes me había dado un gran atracón de las novelas primerizas de Vicent (Pascua y naranjas, El anarquista coronado de adelfas, Ángeles o neófitos, Balada de Caín, La muerte bebe en vaso largo, que si no recuerdo mal era recopilación de cuentos ilustrada por El Roto en un alias anterior, Contra Paraíso, Tranvía a la Malvarrosa…), misceláneas de textos cortos y columnas (Daguerrotipos, La carne es yerba, A favor del placer) o, de todo un poco (No pongas tus sucias manos sobre Mozart, Arsenal de balas perdidas o Crónicas urbanas). Qué festines, Dios mío, a costa de la biblioteca del barrio. De aquellas lecturas aprendí cosas variopintas como que el cielo podía ser perfectamente adjetivado como “levítico”, que los altos ejecutivos lucían una quijada con brillos azul cobalto, que la eternidad se expresa en un pimiento en el que resbala una gota de aceite en el crepúsculo y que los soldados que vuelven de la guerra son siempre los más cobardes, puesto que han sabido agacharse a tiempo cuando llegó la primera andanada. Vicent es un prosista brillantísimo, que adoba la frase corta llena de hallazgos de su cosecha, todos rotundos, destellantes, pulidos e inconfundibles. Es el único escritor del que sería yo capaz de identificar la autoría tan sólo con la primera frase del texto (a no ser que se trate de Faulkner, y la frase en cuestión se expanda como una súbita inundación durante dos o tres páginas…), y el único escritor español que no parece español, pese a su dorada carne solar valenciana, aunque sólo sea porque es sin duda el más pagano de todos ellos y tiene el color del Mediterráneo en las pupilas. Yo creo que Vicent, aunque lo menciona poco, debe ser un nostálgico de aquellos años de inventar libertades de tapadillo en Hermano Lobo y Triunfo -conocí al portadista de Triunfo, por cierto, un gran tipo y un perfecto golfo. Sin embargo, el tiempo no ha pasado para él, ni físicamente (no percibo ninguna alteración en su aspecto de villano acariciando un gato persa en la siguiente de Torrente, ya exprimido para estos fines José Luís Moreno), ni en la luminosidad de su escritura (leyéndole hoy, nadie adivinaría de qué tiempos viene, es como un parnasiano trascendente).

Nulla aesthetica sine ethica, reza el famoso latinajo. Vicent ha jugado algunas veces a relativizar este precepto, pero a la hora de la verdad siempre se ha posicionado en el bando correcto. En lo que toca a su célebre temperamento antitaurino, no sabría yo qué decir, así que mejor que lo diga él: “La fiesta de los toros está montada en esencia sobre la tortura pública de un animal, y, por muchos pases pintureros que el diestro pegue vestido de sota de espadas, nunca podrá ocultar la degradación que late bajo la supuesta belleza de una verónica.” Y en lo que se refiere al mundo actual en general: “Hoy el mundo se ha transformado en una inmensa carpa de cristal sin salida alguna y nuestra condena consiste en no poder abandonar nunca el tendido y estar obligados a consumir, repetir, comentar y reproducir inexorablemente las imágenes idiotas, violentas y anodinas, que nos sirve la historia a través de un laberinto de espejos.” Creo que hay que restaurar a Manuel Vicent en el puesto de actor principal de las letras hispanas que se merece, antes de que la áspera Parca venga a hacerlo agriamente por nosotros.

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