La vida tan frágil

Por muy bien que transcurra la vida siempre amenaza con derrumbarse; aunque luego no se derrumbe, siempre parece poco sólida, como cogida con alfileres o soportada en un armazón de comunicación muy frágil, que puede dar miedo mirar muy conscientemente, como nos inquieta mirar nuestros huesos en una radiografía.

Nuestras relaciones, el relato más o menos racional de nuestra vida, el que podemos defender con mucho desparpajo en una conversación con desconocidos, puede disolverse fácilmente a poco que cambien las condiciones medioambientales que nos rodean, a poco que apriete el tiempo o el dolor o el aburrimiento o la pugna latente que a veces tenemos con los que nos rodean, incluso con los que más amamos.

Yasmina Reza es una de esas escritoras francesas que son más genuinamente francesas por tener raíces fuera de Francia, por venir de otro lado quizá más incómodo pero también más vivo, por haberse formado con rabia e intención dentro de Europa y a la vez tener la posibilidad de contemplarla desde fuera, con extrañeza y un punto de lucidez que a veces puede rayar la crueldad, porque no tiene el más mínimo consuelo de sentimentalismo. Como ocurría con Duras, cuya forma de escribir recuerda.

Dice que refleja el mundo que ve con la autenticidad que puede, mirándolo a través de sí misma y que le asombra que su resultado guste de ser visto en un escenario. “Arte”, su obra más conocidas la convirtió en la escritora de teatro más representada del mundo. Como si a los humanos contemporáneos nos tranquilizara vislumbrar, un momento, la trama de la que estamos hechos, para poder convivir más lúcida y amablemente con ella o suspendernos suavemente en la inevitabilidad que hasta cierto punto nos sustenta…

 

 

¿Qué le enseñaron sus padres, un ruso de origen iraní y una judía húngara exiliados en París?

Si debo elegir una sola cosa, diría que me enseñaron a ser libre. No sé si fue gracias a ellos o a su pesar, pero se lo agradezco. Es una cualidad que hoy no abunda. Cuando miro alrededor, diría que vivimos en un mundo lleno de gente asustada, preocupada y miedosa. Mis padres eran totalmente distintos. Fueron personas originales, extranjeras y un poco locas. No tenían nada que ver con el clásico burgués francés. Yo venía de otro lugar, lo que te da la libertad de no pertenecer a ningún sitio. Esa ha sido una constante en mi vida: nunca he querido pertenecer a ningún grupo, ni siquiera al establishment de la literatura francesa.

-¿Por qué le dan miedo los grupos?

Cuando uno se dedica a una actividad artística es necesario vivir en soledad. Para describir lo que ves, debes observar a distancia. Debes mantenerte un poco al margen para poder escapar de cualquier situación, cuando la ocasión lo requiera. Tal vez esto responda a su pregunta sobre la misantropía. No pertenecer a ningún club me ha creado, tal vez, algunos enemigos.

– Es hija de violinista y creció en un ambiente parisiense e intelectual. ¿Habría llegado donde ha llegado si su padre hubiera sido carnicero en Clermont-Ferrand?

No cabe duda de que no escribiría igual, porque los autores escribimos con nuestro ADN. Es decir, a partir de lo que sucede en nuestra infancia, que es el zócalo del edificio. Uno no se hace escritor con lo que ha vivido en la adolescencia, sino mucho antes. Si fuera hija de un carnicero de provincias, habría visto otro mundo y habría escuchado otras palabras, así que escribiría necesariamente de otra manera. Pero, por el resto, todo el mundo puede acceder a lo que he vivido yo. Al principio tampoco lo tuve nada fácil.

– “Soy francesa porque escribo en francés”, ha dicho. ¿La patria es la lengua en la que se escribe?

Es que, en mi caso, no tengo ninguna otra patria. Me he tenido que agarrar a la lengua, que por otra parte es una patria considerable. En cualquier caso, mucho más que poseer tres cerezos en alguna parte. En las cuestiones de identidad, la lengua cuenta mucho más que el territorio”.

Alex Vicente. “Entrevista a Yasmina Reza”

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