Correr

Siempre parece que quizá huyen de algo o que corren para intentar llegar a algún sitio que no conocen del todo, como si solo lo anhelaran. Pero corren tanto tiempo, la carrera es tan larga, que parece que el gesto de correr se independiza de cualquier motivo y correr es solo correr, interminablemente, con un sufrimiento inevitable, inconcebible y a la vez consolador, como si la acción decidida fuera ya una victoria, como si moverse fuera ya vivir de verdad, haber superado una parálisis de la que se podía no haber salido.

Observar ese pelotón de corredores multicolor, cada cuatro años, a lo largo del tiempo,  es contemplar también la multiplicidad de rostros que tiene el mundo, la multitud de diferencias de los cuerpos humanos a la vez que su esencial identidad. Pertenecen a países diferentes con regímenes políticos que se transforman o permanecen, que los utilizan como símbolos o luego los rechazan, donde son más o menos famosos o consiguen fortuna, pero en última instancia en cada nueva carrera, en cada nueva generación, corren como hombres o mujeres solos, arrastrados por fuerzas que solo ellos desconocen, que brotan del azar o de la necesidad, de cualidades singulares que les permiten escapar de un infierno o cabalgar hacia los sueños que, conscientemente,  han elegido.

Jemima-Sumgong . Medalla de oro de maratón en Rio 2016

Hay algo inspirador en verlos correr aunque no se corra, en contemplar ese esfuerzo que no tiene tregua, ni se impone límites. Como si en las piernas de esos corredores hubiera un rastro de resiliencia que nos puede pertenecer a todos y nos transmitiera la esperanza de poder hacerlo cuando lo necesitemos.

Correr para escapar. Correr como una forma de atreverse a vivir justo de la manera que nos gusta …

Como los amigos han comprobado que, aunque raro, no es malo, le ofrecen volver a correr con ellos, pero no acepta. Como a todos nosotros, le gusta correr de vez en cuando, pero de ahí no pasa. Pese al buen resultado casual de Brno, no cree especialmente en sus aptitudes, ni tampoco se le ocurre darle más vueltas al asunto, no es su terreno y además es consciente de que casi todos los demás corren más que él. Por las mañanas, cuando vuelven de hacer los ejercicios de gimnasia, consiente en echar alguna carrera con ellos, pero únicamente lo hace por complacerlos y siempre queda de los últimos. De modo que contesta que no, que preferiría no hacerlo, que no le interesa y que por nada del mundo, eso desde luego, por nada del mundo, quiere oír hablar de competición.

Eliud Kipchoge . Medalla de oro Rio 2016

Lo que sucede es que los demás conocen a Emil y saben que cuando dice que no, lo dice sonriendo. De todas formas siempre sonríe, por eso le quieren, y por eso insisten. Se hace de rogar pero no resulta difícil convencerlo, y él se reprocha un poco a sí mismo esa debilidad. Por más que insiste en que no le apetece mucho ir, nunca sabe mantenerse en sus trece. Bueno, está bien, acaba cediendo. Y al final va.

 Lo inesperado es que muy pronto empieza a gustarle. No dice nada pero parece tomarle gusto. Mira por dónde, al cabo de unas semanas se pone a correr solo, por propio placer, lo que lo sorprende a él mismo y prefiere no comentárselo a nadie. Al caer la noche, cuando nadie lo ve, recorre a la máxima velocidad de que es capaz el trayecto de ida y vuelta entre la fábrica y el bosque. Aunque no dice una palabra, los demás acaban dándose cuenta, insisten de nuevo y él, siempre demasiado amable para resistirse mucho, acepta ya que ellos se empeñan.

Jean Echenoz

Pero, aun siendo tan amable, se da cuenta también de que le gusta competir: las primeras veces que lo sacan a una pista, se emplea con todas sus fuerzas y gana fácilmente dos pruebas de mil quinientos y tres mil metros. Lo felicitan, lo animan, lo recompensan con una rebanada de pan y una manzana, le dicen que vuelva y vuelve y empieza a entrenarse en el estadio, al principio en plan de diversión, después cada vez menos. El estadio de Zlin, situado en la zona industrial y feísimo, se halla enfrente “de la central eléctrica: el viento barre el humo de las chimeneas, el hollín y el polvo, que caen en los ojos de los deportistas. Pese a tales inconvenientes, a Emil comienza a gustarle también ese estadio, el aire pesado que se respira en él es bastante más puro que el del taller.

En el taller, por cierto, las cosas van de mal en peor. Después de un lío, y como sanción profesional, a Emil lo cambian de puesto de trabajo y lo envían a pulverizar silicatos. Es un cometido más ingrato si cabe que los otros, con ese polvo blanco que se le adhiere y que traga semeja un espectro con disnea permanente. Cuando se queja y solicita un traslado, el jefe de personal le ofrece amablemente enviarlo, si no está contento, al campo de trabajo. Emil no insiste.”

JUAN ECHENOZ “Correr”. Anagrama, 2010

Emil Zatopek en los Juegos Olimpicos de Helsinki, 1952

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1 Comentarios

  1. says: JOSÉ RIVERO

    También ‘La soledad del corredor de fondo’ de Alain Sillitoe, llevada al cine por Tony Richardson, es otra reflexión sobre ese ‘correr sin sentido o con mucho’.

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