Compromiso y constancia

Foto: Arno Rafael Minkkinen

 

Tienden los dioses a arrasar nuestros cuerpos antes de acabar con nuestras vidas, tal es la índole de su suprema injusticia. Pero aun así, está en nuestra naturaleza el resistirnos a aceptar que venimos a la vida solo para enfermar y morir. Por eso adquirimos y consolidamos hábitos, afectos, cosas, para tejer sobre nosotros una capa bajo la cual fantasear con nuestras ansias de eternidad. Pero las Parcas siempre nos encuentran en ese escondite que urdimos para tratar de escabullirnos de sus tijeras. Su poder es tal que no sirve de nada todo lo que hagamos para vivir como si fuéramos inmortales.

¿Qué podemos hacer entonces cuando llegamos a esa edad en la que empiezan a despuntar los indicios del desfallecimiento? Podemos combatir la aprensión con las medidas protectoras de la higiene, la medicina y la ciencia. Podemos ensayar rituales mistéricos que aplaquen la furia de los dioses. O podemos entregarnos al solaz de las pasiones hasta que un día la cuenta se acabe.

Pero nada de eso sirve, si el insobornable trayecto que te queda no logras recorrerlo sin la asfixiante compañía de la angustia. Para eso es necesario encontrar principios firmes para sustentarse y fines fuertes que nos ayuden a recorrer el resto de vida que nos quede en sereno equilibrio.

 

Foto: Arno Rafael Minkkinen

 

En mi ya larga experiencia personal y profesional en la lucha contra la enfermedad, la desesperanza y la muerte, he aprendido que hay dos aliados a los cuales podemos aferrarnos: el compromiso y la constancia.

El compromiso es lo que te obliga a vivir intensa y verazmente, para mantener en tensión la cuerda de la dignidad que no es otra que el hilo de la vida. Pero el compromiso no es nada si no le sigue la constancia, y ésta ha de extenderse desde lo personal a lo familiar, lo laboral, lo social… a todos los órdenes de la existencia. El compromiso esta hecho de intenciones, la constancia de acciones, por eso mantener con constancia el compromiso no es fácil ni liviano, exige esfuerzo y renovación, y no admite el cansancio ni el descuido, cosas a las que tendemos a entregarnos los endebles humanos.

Para lograrlo y mantenerlo contamos a nuestro favor con lo que hemos aprendido de nuestros mayores y maestros, con el apoyo de nuestros allegados en el amor y la amistad. Pero en nuestra contra cargamos con las debilidades y defectos que cada cual ostenta y soporta con dispar desarreglo.

Por eso ahora, desde este peldaño sexagenario que habito, que no es sinónimo de vejez sino de veteranía y madurez, he decidido comprometerme a buscar y mantener la constancia con el agua y las montañas, con los animales y las plantas, con la vida en general, pero sobre todo con las personas que me quieren y quiero, con las que me relaciono en mi vida pública y con las que intento ayudar en mi profesión, pero, con especial intención, lo hago con una persona con la que deseo convivir más y mejor que nunca, con la ansia del siempre y la ilusión del todavía, mientras las Parcas terribles me dejen tenso el hilo de la vida.

 

Foto: Arno Rafael Minkkinen

 

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