El lenguaje crea y limita la realidad de lo que somos, nuestra explicación del mundo, nuestro contacto con el otro. Siempre me ha fascinado pensar en el momento en el que la especie humana empezó a asociar sonidos y símbolos a las cosas que veía, a los actos que constituían sus comunidades, pero sobre todo, me intriga aquél instante en el que se comenzó a instaurar una forma de comunicación para los conceptos abstractos que se iban descubriendo: las emociones, la identidad, el futuro, la gravedad, el universo. Hay veces que cuando miro una frase o una fórmula matemática, me invade el vértigo al pensar en toda la sabiduría y minuciosidad que hay detrás de aquellos garabatos y construcciones de apariencia tan simple, en el tiempo transcurrido hasta lograr evocar y universalizar todas y cada una de las ideas y realidades complejas que revelan esos trazos. Parece tan fácil y cotidiano interpretar los símbolos de nuestra cultura que no nos damos cuenta de las dificultades que implican esas asociaciones, la capacidad de pensar con palabras que nosotros mismos hemos inventado. Hay una suerte de magia en nuestra aptitud para crear y abstraer, para comunicar e interpretar todo que aprendemos como especie.
Si existiera vida allí fuera, si en algún momento nos invadieran extraterrestres capaces de haber sabido entender las leyes del universo para poder viajar por él, el principal problema sería cómo establecer comunicación con ellos. Como acercar y transmitir nuestra realidad a la suya, como llegar a lugares de encuentro entre nuestro conocimiento y su interpretación de la existencia. “Los limites de mi lenguaje son los limites de mi mundo” decía Wittgenstein, y algo parecido sugiere la protagonista de la nueva película de Villeneuve cuando insinúa que el lenguaje determina nuestra mirada, la forma en la que pensamos y percibimos lo que nos rodea. Un nuevo lenguaje podría cambiar nuestra mente y quizá matizaría de alguna manera alguno de esos conceptos extraños que nuestra conciencia actual no termina de comprender del todo.
En La llegada Denis Villeneuve se inspira en el relato de Ted Chiang La historia de tu vida y nos introduce de una manera preciosista, con una fotografía limpia y sugerente, llena de texturas y atmósferas conmovedoras, en un escenario de invasión extraterrestre. Doce naves alienígenas acaban de aterrizar en diferentes puntos de la superficie terrestre y los gobiernos de cada región gestionan los protocolos necesarios para el contacto y la negociación con ellos. Lousie Brook (Amy Adams), una reputada lingüista a la que en un principio se nos presenta con una fractura emocional producida por la muerte de su hija, y Iann Donnelly (Jeremy Renner), un brillante físico teórico, son los elegidos para interpretar los primeros intercambios con aquellos seres misteriosos de siete patas tentaculares.
La primera hora de La llegada nos sumerge de manera lenta y precisa en los mecanismos que rigen la aproximación a una forma de expresión diferente. El primer contacto con los ruidos que se emiten, la búsqueda de unas estructuras coherentes detrás de los sonidos, su transformación o no en símbolos gráficos que den lugar a un lenguaje escrito, la necesidad de una concreción meticulosa de los términos abstractos, de lo que no se dice explícitamente pero yace escondido entre el mensaje y la interpretación con la que lo tiene que dotar el otro.
Villeneuve nos regala un sugestivo alegato en favor del conocimiento, del estudio minucioso del detalle y el matiz, una reivindicación de la importancia de la pausa y el temple a la hora de abordar el análisis de problemas complejos. Con el lenguaje como piedra angular para la resolución del conflicto, Villeneuve bucea también de forma sutil en una cuestión clave que late en esta época dominada por la inmediatez y las prisas, por las respuestas sometidas al impulso y la emoción del momento. La falta de paciencia y la precipitación en la interpretación de los hechos y relatos que conforman la realidad en la que vivimos. Porque, ¿cómo reaccionaria la humanidad ante un hecho semejante?¿Sabríamos coordinarnos y comunicarnos como especie para abordar el problema desde un punto de vista global y racional o se apoderaría de nosotros y de nuestros gobiernos el caos, el egoísmo y la visión nacionalista y cortoplacista derivada de nuestros instintos más primarios? ¿Tendríamos la suficiente entereza para sopesar diferentes opciones, diferentes vías, o se buscarían las soluciones rápidas y precipitadas que justificaran nuestros prejuicios? ¿Estaríamos a la altura de las circunstancias?
Por eso es interesante, como metáfora, el planteamiento de la protagonista a la hora de abordar la comunicación con esos seres extraños, los acercamientos sosegados y seguros para dotar de la significación correcta al mensaje y dar margen y tiempo para su comprensión rigurosa, en contraposición al avance de los expertos de otros países, empecinados en llegar a conclusiones conocidas de antemano o en planteamientos de comunicación con los alienígenas basados en juegos victoria-derrota. Como bien nos argumenta Lousie, magníficamente interpretada por la sugerente Amy Adams, cuando dotamos a nuestro interlocutor solo de un martillo como respuesta, no tardará en comenzar a ver clavos a su alrededor. Hay que intentar abrir vías, posibilidades. Sucede en la relación entre nosotros, entre culturas, y sucedería en el caso de un futuro contacto extraterrestre.
¿Una invasión desde el universo tendría que ser necesariamente violenta, necesariamente supremacista? ¿Se impondrían los mismos principios que rigen las relaciones entre seres vivos que conocemos o proliferarían más comportamientos simbióticos o empáticos? No esperéis encontrar en La llegada las profecías apocalípticas que se adueñan de los escenarios de la mayoría de películas de ciencia ficción.
La segunda hora de metraje nos revela el misterioso secreto de la visita, la poderosa arma que los Heptápodos han venido a regalarnos para que podamos ayudarlos a sobrevivir dentro de miles de años. Un lenguaje no lineal, de diseño circular, hermoso, capaz de comprender y dominar una realidad que se nos escapa; la interpretación del tiempo como dimensión física. Lousie es la única capaz de sintetizarlo y comprenderlo y de ello se sirve Villenueve para resolver los conflictos abiertos, la guerra que se avecinaba precipitada por el apagón comunicativo entre los estados y, también, para explicar y dar coherencia a las imágenes personales de la protagonista con las que iba salpicando el relato. Lo que parecían flashbacks del pasado se descubren cómo evocaciones futuras, un intento de acercamiento y representación en pantalla de lo que se supone sería la percepción humana de la no linealidad del tiempo.
Es quizá en esta parte del relato donde se hayan la mayoría de peros que se le pueden poner a La llegada. Hay cierta precipitación en el desenlace, cierta predecibilidad en los derroteros emocionales por los que se deslizan los protagonistas. El guión se vuelve un poco ampuloso, manido, pero a cambio Villeneuve nos lo muestra con unos planos de gran belleza visual acompañados de una banda sonora extraordinaria compuesta por Jóhann Jóhannsson. Es un pena ese final, excesivamente melodramático, que desvirtúa ligeramente el tono y la cadencia de la primera hora. Sin embargo, nos sirve para reflexionar sobre algunas cuestiones interesantes.
Si hiciéramos el salto al vacío que nos propone Villeneuve, es decir, si fuéramos capaces de percibir de manera certera nuestra vida en su conjunto, el sufrimiento y el miedo detrás de la existencia, ¿seriamos capaces de disfrutar la belleza, los días de sol en el parque, los versos de un poema? ¿Tendríamos hijos y amores si supiéramos el momento exacto de su final, su decadencia, el dolor que nos deparará su perdida o su muerte?
Por otra parte, leo en estos momentos “El universo en tu mano”, el magnífico libro de divulgación científica de Christophe Galfard. En él, Galfard nos sumerge en los misterios del universo de la mano de los últimos descubrimientos de la física moderna y nos cuenta que hay algo que sabemos con exactitud: el sol se apagará en 5.000 millones de años. Si tenemos la suerte de no habernos destruido entre nosotros antes y queremos seguir sobreviviendo como especie, seguir disfrutando del maravilloso azar de la existencia, tendremos que huir, que encontrar otro refugio amable al calor de una estrella lejana. Para ello deberemos seguir cultivando lo que nos ha traído hasta aquí, lo que en el pasado nos permitió perdurar entre un sin fin de amenazas: nuestras capacidades cognitivas (aprendizaje, memoria, comunicación), nuestra inventiva, nuestro lenguaje y talento para ampliar la conciencia de este universo que, por ahora, también se expande. Me gusta ver esa metáfora escondida en los Heptápodos de Villeneuve; los ecos del futuro, la voces de los que vivirán dentro de unos años, y necesitarán de nuestra visión de conjunto para salvarse.
Arma, bonita palabra que cae en la desgracia de llevar implícita una connotación negativa, que se antepone y eclipsa, a todo lo demás. Decimos arma y pensamos en pistolas, en lugar de pensar en nuestras manos, principal arma de contacto con el mundo físico que nos rodea; no pensamos en nuestra mente, arma más potente y fuente de creación de todo lo que conocemos como teórico o artístico, real o subjetivo, incluidas las propias armas. Vi la película y me pareció curiosa la diferente asociación inicial que Heptápodos y Humanos (a excepción de Adams, suerte de cisnes negros) hacían de la palabra…para mí, otro de los puntos de reflexión que nos regala la película, y que me sugiere que no, que en cierto modo, aún no estamos preparados.
Me gusta tu reflexión final sobre la vida, sobre los finales que son inevitables y las armas que tenemos para hacer de las tragedias preconcebidas algo llevadero, agradable, incluso, si me permites, algo por lo que merezca la pena un final.
Gracias por “armarte” de las palabras necesarias para escribir una crítica excepcional. Después de un rato pensando, no se me ocurre una mejor asociación.
El artículo me ha gustado mucho, refleja perfectamente lo que nos quiere decir la película, su mensaje principal, pero dale una vuelta a las tildes, que se te han escapado varias.
Por ponerte una pega de calado: los extraterrestres son Heptápodos, y no Octópodos.
Buah, toda la razón, gracias por avisar. Conté una pata de más…
Nunca había visto un “ya están aquí” como este. Esos primeros quince minutos, siendo lo más manido y por tanto complicado de contar sin aburrir, son todo un manual de buen gusto y eficiencia. ¿Final atropellado? Tal vez sí, pero no es más que un defecto que viene a demostrar algo cada vez más evidente: el típico y clásico metraje del cine de toda la vida comienza a no ser suficiente para poder contar una historia como dios manda (de ahí el éxito y proliferación del formato “serie” en estos últimos años). En cuanto al poder del lenguaje, bueno es que se insista en ello a pesar de ser algo casi asumido… que sirva al menos para echar un vistazo por dentro del nuestro y reconozcamos en él eso que nos ha llevado a ser los míseros canallas en que nos ha (hemos) convertido.
Buen artículo.
El sustantivo “arma” es femenino, así que debería decir “la poderosa arma”. En este caso no rige la regla de anteponer determinante masculino antes de a- o ha- tóxicas. El arma, plural, las armas.
Escribir de lenguaje tiene estos inconvenientes…
Gracias Jaime por la puntualización (y el piropo).
Finísimo análisis y critica. Es como si supieras lo que pienso mejor que yo mismo.
Gracias