Entre dos fuegos

Solo basta recordar lo que fuimos hace mucho tiempo, en la adolescencia, cuando estaba tan claro lo que no queríamos ser y tan en penumbra lo que nos gustaba realmente, lo que, sin embargo,  perseguíamos con tanto afán y sentido trágico. Solo basta mirarnos a nosotros mismos ahora y palpar las brasas o las llamas de esa tensión, la melancolía de lo que ya sabemos que no llegaremos a ser ni a sentir, el fuego que solo puede conquistarse cuando ya se sabe que todo puede estar perdido y quizá sea más fácil atreverse.

Esa tensión que nos construye entre lo que queremos ser y lo que podemos ser, entre dos fuerzas inconscientes que solo adivinamos, quizá la intuición de Freud que aún persiste de alguna manera: la necesidad de ser nosotros mismos y perseguir nuestros más sentidos deseos y lo que la sociedad nos exige, el muro de la realidad que pone límites e hipotecas, que nos da y nos quita.

 

Pintura Egon Schiele

 

Releo este magnífico artículo de Javier Gomá donde explica esta dualidad en términos literarios, en la figura de Thomas Mann. El artista romántico es consciente de que su creatividad está en la conquista de su libertad, en ser radicalmente individualista, en perseguir sus pasiones, en plantar cara al orden burgués que ve como castrador, algo que ineludiblemente debe transgredir para hacer una auténtica obra o vivir una verdadera vida, aunque se consuma en ello y termine marginado en un malditismo de soledad y drogas, muriendo joven y dejando un bello cadaver. Algo que sigue fascinando a los jóvenes y sobre todo a los jóvenes artistas que en, el fondo, admiran a los del club de los 27 quizá también porque un cuerpo dionisiaco no cree que pueda morir.

Cuando alguien habita en el romanticismo de los límites migra constantemente más lejos, nada es bastante,  y cualquier estado intermedio le parece una abdicación. Y sin embargo, a veces, la inteligencia y la posibilidad de momentos felices o de una obra fecunda habita en ese territorio tibio donde puede valorarse el sol de invierno tras los cristales, lo suficientemente a salvo y lo suficientemente alerta, el velero en el mar relativamente navegable de la incertidumbre frente a lo que presentimos que podrían ser las batidas de los temporales que podrían alcanzarnos.

 

Pintura Egon Schiele

 

Hay quien dice que vivimos aquí y ahora en el peor de los mundos posibles, que todo va a peor que nunca, que este sistema es el culmen de la alienación y la tiranía, que nadie honesto puede sentirse bien habitando este infierno de desigualdad y sufrimiento. Blanco o negro. Todo o nada. Tremendismo. Quizá la herencia romántica que podría modularse. Para valorar lo que tenemos cada uno en nuestras vidas y como sociedad sin esperar a estar en peligro de perderlo, como les ocurrió a otras generaciones. Para transformar con inteligencia y un saludable escepticismo lo que podría mejorar la vida de todos.

Quizá la doma del caballo romántico, el yo que tiene que emerger libre entre las tensiones y los límites, porque la vida va en serio y es demasiado corta.

 

Pintura Egon Schiele

 

(…)Cuando nace el yo moderno —aquella conciencia de estar dotado de una dignidad incondicional, resistente a todo, incluido el interés general o el bien común de los hombres—, el conflicto social es inevitable. Porque la sociedad reclama la integración de ese yo individual dentro de la economía productiva —oficio y casa, producción y reproducción— mientras que él anhela, por el contrario, seguir con fidelidad las leyes de su corazón. Desafía el orden constituido, que se le presenta como una amenaza a sus deseos más genuinos y personales, y a la postre sucumbe aplastado por el superior peso de la inclemente mayoría social. Para narrar ese conflicto se inventa un nuevo género literario: la novela moderna. Desde Cervantes a Thomas Mann las novelas recrean con mil variaciones esa conflictividad no resuelta.

 

Pintura Egon Schiele

 

Ahora bien, durante el Romanticismo dicho conflicto se exacerba y asume un radicalismo hasta entonces desconocido que lo encontramos bien compendiado en el título del célebre ensayo de Kierkegaard: Aut-aut. Que quiere decir: o lo uno o lo otro, dos opciones incompatibles y absolutamente irreconciliables. Las dos opciones en pugna son: de un lado, la ética del trabajo y las reglas del matrimonio burgués (oficio y casa); de otro, una vida digna de ese nombre, elevada y apasionada, los derechos del artista genial y los deseos infinitos del corazón. El antagonismo establecido por el Romanticismo  conduce a una suerte de desprecio mutuo: para el artista, la mayoría social se compone de burgueses regidos por convenciones hipócritas, filisteos de mostrenca existencia; para la mayoría social, el artista es un bohemio sospechoso, amoral, estéril. Hay, pues, que elegir entre una normalidad sana pero estúpida y una individualidad auténtica pero excéntrica, maldita y socialmente fracasada.

 

Pintura Egon Schiele

 

 

Este aut-aut romántico estructura el mundo simbólico en el que se desenvuelven las grandes novelas europeas a partir del Werther de Goethe  y La nueva Eloísa de Rousseau , fundadoras de la nueva etapa. Y, al final de esa etapa de más de siglo y medio, todavía sigue alimentando el universo de las principales novelas de Thomas Mann, Los Buddenbrook, Muerte en Venecia, La montaña mágica, hasta la última de sus creaciones maestras, Doctor Faustus. En todos los casos, sus protagonistas se agitan en esa contraposición radical, irrebasable, entre la esfera de una vida buena, sencilla y burguesa, y la del amor mórbido y la belleza culpable cultivados por un yo artístico de anhelos absolutos y rebelde a la integración social.

 

JAVIER GOMÁLa domesticación de romaticismo (leer)

 

Pintura Egon Schiele

 

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1 Comentarios

  1. says: JOSÉ RIVERO

    Entre dos fuegos, uno siempre acaba quemándose o tiznandose. ¿Pero no será necesario chamuscarse con los tizones del piconcillo de la vida, para poder calentarse algo y luego contarlo?

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