“El capital”: Costa-Gavras de nuevo

“Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.”

Más allá del bien y del mal.  Friedrich Wilhelm Nietzsche. 

Se oye hablar de él en una voz en off, en una conversación de otros, de los otros que le rodean y que no lo conocen.  Comenzamos a saber que trabaja en Phoenix, un gran banco europeo; que se ha convertido en la mano derecha del presidente supremo al que escribe los discursos tan adecuadamente que éste los adopta con naturalidad, hasta el punto de hacer suyas algunas de las frases que él le escribe y utilizarlas como sí fueran suyas. Es un chico relativamente joven,  muy listo, un parvenu al mundo de las altas finanzas  que no trasmite riesgo sino que es, más bien, una presencia confortable, siempre dispuesto a resolver problemas y a hacer la vida fácil, entre tanta hostilidad de los otros viejos del consejo de administración, de aspecto tan disonante con sus coches y sus posibilidades. Un chico en apariencia manejable.

Un buen chico de clase media de provincias (francesas), hijo de padres ilustrados y voluntariosos que siempre han querido que su hijo prospere, a pesar de sus ideas vagamente progresistas, a pesar de un tío comunista que le recuerda, en una comida familiar,  algunas cosas que él no ha olvidado. Sabe desde pequeño las razones de la gente humilde, conoce los discursos socialdemócratas de los que probablemente se ha beneficiado, pero quizá era demasiado inteligente y siempre ha creído que se merecía algo más. Al menos un poco más. Hizo Económicas en alguna escuela prestigiosa, se quedo en la universidad un tiempo, fantaseaba con querer ser premio Nobel algún día. Pero debió encontrar algún límite. Algún callejón sin salida, un secreto escondido. Y terminó recalando en un banco, ascendiendo rápido con su pluma y con su capacidad matemática y estratégica. También con su discreción. Ya esta ahí. Esta harto de viejos patéticos y poderosos a los que tiene que sonreír y servir. Ha llegado cerca del presidente, del que ostenta todo el poder y espera su momento.

Y llega su oportunidad. El presidente enferma de un cáncer de testículos -aquí Costa-Gavras se permite un rasgo de humor un poco grueso, que relaja la historia solo un momento- y, tras recuperarse, tiene una idea para salvaguardar su poder: nombrar a ese chico, tan servicial y tan listo, presidente del banco para seguir  manejándolo en la sombra. Pero se da cuenta de su error desde la primera reunión con los otros miembros del consejo. Marc, el chico de provincias, el parvenu espabilado, sabe algunas cosas, ha estado observando algún tiempo. Desde el principio ocupa su parcela de poder con suma rapidez y la ejerce, no se deja manipular por ningún tipo de reciprocidad con la persona que le ha nombrado. Le quitara el despacho, el avión privado, ninguneará a su hija, tomara decisiones desde el principio sin sentirse supeditado a los otros miembros del consejo, lo que rápidamente es apreciado por uno de ellos que comenzara a tantearlo para algunos planes.

Y aquí aparece el nuevo rostro de la mafia o quizá sólo la nueva transfiguración del que inauguro Lucky  Luciano adaptando  la organización  a la esencia del capitalismo. Algo simple que encaja como un guante en los dedos del sistema. Optimizar los rendimientos de un capital utilizando estímulos básicos para la condición humana. La zanahoria: todo el dinero imaginable; modelos muy eróticas siempre disponibles en yates anclados en lugares con sol y palmeras; el mundo entero como un parque temático gozado en limusinas y hoteles de lujo; el inefable sabor del poder en estado puro que puede tomar cualquier cosa a su antojo o destruirla. El palo: la información comprometida a la que nadie es inmune; la amenaza de perder todos los privilegios que tanto se disfrutan o sólo algunos; quizá la eliminación física si no se es suficientemente fuerte como para poder protegerse.

Marc parece saber todo eso. Parece haberlo pensado todo, haber paladeado cada uno de los dilemas que se le puedan presentar. Y parece saber lo que de verdad le gusta, a pesar de que conoce el sabor de las alternativas. Su mujer es bella, inteligente y no lo ama por su dinero, ni parece necesitarlo en exceso (¿para qué necesitas tanto dinero, le repite a menudo; para que me respeten, responde él) aunque tampoco lo rechaza del todo. Una alta ejecutiva del banco, la que le da las claves de la trampa en que pretenden meterle, trata de convertirlo en el héroe que el mundo necesita para quitar la máscara a los que lo depredan. Es quizá alguien de su propia especie, también estudiosa, bella, reprimida, quizá la promesa de un nuevo comienzo. Pero la termina mirando con conmiseración y regresando al lado oscuro como sí sospechará que en el otro esta todo perdido de forma irremediable.

Parece que sabe a lo que juega y el precio que paga. También parece conocer las armas. Ha contratado a un detective privado inteligente y sabe mentir sin culpa, ni titubeo, incluso parece saber sus límites, algunas cuentas que debe ajustar para no depender de ellas o para que no lo limiten. En este sentido la relación con la top model de lujo refleja, probablemente,  sus complejos de adolescente de clase media, su vacilante “valor en el mercado” para la gran belleza y también su ambición para superar ese límite y literalmente violarlo para pasar definitivamente al otro lado, el de los que se creen con derecho a todo y simplemente lo toman, sin pedir permiso, como depredadores. Quizá porque como dice uno de los personajes “La gente se cree que el dinero es una herramienta pero se equivocan. El dinero es el amo cuanto mejor lo sirvas mejor te tratara.”

Es imposible no recordar algunos de los presupuestos de Freud en Moral Sexual Cultural y nerviosidad moderna, las relaciones que establece entre temperamento, sexo y poder como una constante difícilmente erradicable de la condición humana. No darse cuenta de que la lógica de un sistema económico basado en la codicia y en la acumulación de recursos, que tan bien se adapta a ella,  es una fuerza difícilmente controlable porque es como un fuego que resurge una y otra vez y se lleva por delante con inusitada facilidad todos los logros igualitarios conseguidos durante años, todas las cautelas que aún perviven en algunos sitios, en la mentalidad europea, quizá como un residuo de la postguerra y de la guerra fría. (En Europa no tenemos esa mentalidad, dice Marc al financiero mafioso. Las mentalidades cambian Marc, le responde el otro,  como sí le dijera una verdad escrita en las estrellas).

Pero comprender que el sistema económico tenga lógicas difíciles de cambiar o al menos de modular, desde dentro o desde fuera, no implica “justificar” y “disculpar” todas las actitudes y todas las conductas. No implica que no pueda hacerse nada.  Costa-Gavras como en “Seccion especial” o “Z” pone al descubierto todos los mecanismos, para exponer su complejidad, para mostrar lo que habita de forma latente en nuestras sociedades y en nosotros mismos, para desvelar lo que hay que vencer. Se sitúa al borde del pesimismo, de la claudicación ante lo que parece tan fuerte o tan fatal. Pero eso mismo hace valorar más a los que resisten y también dibuja con claridad los retos que hay que superar con lucidez y pericia. Cuando hizo aquellas películas parecía haber una alternativa radical a este sistema. Ahora no parece haberla y sabemos que la que hubo fue una pesadilla quizá peor. ¿Qué hacer entonces?.

Ese es el reto que se abre por delante a los que quieren mantener una cierta “mentalidad europea” ligada a los estados del bienestar y a una participación democrática de los ciudadanos en la toma de decisiones. Se pueden bajar los brazos, refugiarse en opciones “antisistema” (quizá otra forma de bajar los brazos, porque deja vía libre a los “tiburones”, al menos por mucho tiempo, y no asegura alternativas mejores), o ponerse a pensar y a hacer política con conocimiento, teniendo en cuenta los hechos, la experiencia histórica, la propia condición humana. Ver “Z”, recordar el golpe de los coroneles ahora mismo, ayuda a comprender lo que ocurre en Grecia actualmente y hace dudar de si su historia reciente fue tenida en cuenta por las autoridades europeas y sus propios políticos. Ver “El capital” ayuda a comprender la importancia de no abdicar, de no abandonar, de no justificarlo todo. También de estimular la disciplina de aprender lo suficiente y asumir dificultades para que las buenas intenciones se concreten. Lo que lleva a la necesidad de no dejar de cultivar una cierta actitud heroica que tan fácilmente tiende a abandonarse en nuestras sociedades del bienestar,cuando las cosas parecen ir bien, donde todo parecen derechos insuficientes que tan solo se valoran cuando se terminan perdiendo.

 

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3 Comentarios

  1. says: Óscar Sánchez

    Gran comentario. Acabo de verla. Un detalle curioso, de gran visión por parte del director, son esos dos momentos fugaces, que enseguida se olvidan, acerca de los cachorros de las élites. El primero, cuando Marc le regala una tarjeta de crédito al malcriado de su hijo, con lo que prácticamente sellan y terminan su relación para siempre. Y el otro cuando Marc mira de reojo a los polluelos de su familia, todos en la sala de estar de la casa mirando cada uno su móvil, sin hablar entre ellos. Mira y luego vuelve para mirar de nuevo, y es en ese momento cuando creo que entiende que en este mundo ya no hay nada que hacer…

  2. says: Óscar

    Y eso tiene una conexión con la esperpéntica escena final, en la que se dice que los tiburones son como niños, jugando hasta que reviente el mundo, mientras que hemos visto que los verdaderos niños ya no existen, están anulados. Muy bien visto eso tuyo de que es la violación la que le capacita para la última jugada…

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