Cuenta una leyenda urbana que en una ocasión un profesor de filosofía puso un examen que constaba de una única pregunta: ¿Por qué? Suspendieron todos menos un listillo que respondió: ¿Y por qué no?
Según se dice en un post coreano, en una ocasión un informático muy experto le preguntó a un filósofo muy sabio qué podría hacer para que su ordenador fuera tan inteligente como él. El filósofo le respondió: “Enséñale a hacer preguntas”.
¡Hacer preguntas!… al futuro, a los dioses o a uno mismo, es una vieja y peligrosa manía que tenemos los seres humanos. De hecho nos costó que nos expulsaran del Paraíso, con lo bien que se estaba allí, todo gratis y calentito.
Esa manía de hacer preguntas es el resultado de haber bajado de los árboles y tener las manos libres, de aprender a caminar bípedos y alzar la mirada para escrutar el horizonte, y de querer saber qué hay más allaaaaaa…
Esa inquietud es una como mosca cojonera que nos obliga ingeniar respuestas para las preguntas, y a buscar soluciones para los problemas que vamos descubriendo al caminar hacia el horizonte. Pero como sucede que a éste nunca se llega del todo, y que a cada caminante se le ocurren sus propias preguntas, el asunto se complica en extremo. Poco a poco los preguntones van encontrando respuestas, pero éstas nunca resuelven todas sus dudas; y los listillos van ingeniando soluciones, pero al tiempo se descubren nuevos problemas. Por eso, cada vez que se juntan un preguntón y un listillo es como si el profesor volviera a poner el examen, y la inmensa mayoría volviéramos a suspender. De hecho es sabido que por cada filósofo o cada experto en encontrar soluciones para los problemas de los preguntones, hay un listillo experto en encontrar los problemas de las soluciones.
Hay individuos muy preguntones por naturaleza, como Ramón u Óscar, con los que comparto esta página y sus porqués, y así nos va a los tres, que entre el desasosiego de la escribanía y las calenturas de la imaginación, no ganamos para lápiz y papel.
Hay otros preguntones a los que les da por el arte o la ciencia, y también lo pagan con profundas ansiedades que afectan a sus intestinos o sus arterias. Muchos se dan a las drogas, el alcohol o el sexo, y tampoco ganan para sustos. Hay un tercer tipo de preguntones neuróticos, cuyas dudas “existenciales” les amargan la existencia, y estos acaban llenando mi consulta de por qué, por qué, por qué, y de quizá, quizá, quizá, y estos no ganan para terapias y pastillas.
Menos mal que hay seres más sensatos, como muchos líderes, empresarios o políticos, que en vez de plantearse porqués sin solución se limitan a buscar paraqués concretos. Gracias a esos tipos pragmáticos los desatinos de los preguntones pasan sin pena ni gloria, que si no la humanidad sería un desastre.
Así que si no os parece mal, queridos compañeros de página y por qué, ¿por qué no hacemos un pacto de silencio? Dejémonos de tantas preguntas, que, como dice Aberasturi, ya estamos en la edad de las respuestas. Aceptemos de buen grado que esos seres más sensatos y prácticos nos guíen con sus paraqués, y tratemos de dormir a pierna suelta y sin culpa ninguna, que, como bien dijo el super-preguntón Tomás Moro justo antes de palmarlas, es una de las bienaventuranzas necesarias para alcanzar la verdadera sabiduría.
*Una versión reducida de este texto fue publicada en Diario de Burgos el sábado 4 de marzo de 2017
También para las preguntas, vegetar un poco…
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