Johann Sebastian Bachstropiero…

“Por medio de la música, las pasiones se gozan a sí mismas.”

Friedrich Nietzsche

 

“We go together.

B.S.O. Grease

 

 

El otro día intentaba escuchar un sexteto de Brahms mientras conducía por la carretera de Burgos. Naturalmente, me aburría un poco. Yo no es que sea muy listo, pero esa misma sensación de tedio embarga a mucha gente que con buena voluntad se dispone a zambullirse en lo que con mucho respeto llamamos todos “música clásica” (y aunque la expresión no resulte técnicamente acertada siempre). Resulta decepcionante, como si a un hetero se le desnudase Scarlett Johansson y no sintiera nada. No es que, creo yo, la música clásica nos sea del todo extraña a los oyentes del pop comercial del s. XXI, porque hay piezas, como por ejemplo el famoso Canon de Pachebel, que siguen produciendo su arrebatador efecto entre toda clase de públicos como el primer día. Sin embargo, obras mucho más recientes que el Canon nos son totalmente ajenas, de modo que no se trata únicamente del paso del tiempo. Ya sabemos que los músicos del pasado eran señores complejos, que pedían a su arte la expresión de conceptos, emociones o estructuras que hoy nos superan tanto como nos resultan finalmente indiferentes. Pero, al margen de eso, que valdría decirlo también de la Literatura o la Pintura, hay algo más de lo que me di cuenta en ese viaje por la A-1. De pronto, en efecto, me percaté de que escuchando a Brahms en mi coche me sentía más solo que la Luna. Estábamos el genio y yo, sin intermediarios, y nadie más en absoluto. Enseguida decidí que para eso -no para distraer la soledad, sino para ahuyentarla- prefería la compañía de la entrañable aunque repetitiva Rock FM de siempre…

 

 

Pues bien, me parece que ese es el intríngulis de la cuestión. La música clásica raramente nos hace compañía. Nos imaginamos flotando en una constelación de sonidos, o sentados en la butaca de una sala de conciertos, pero en ambos casos inevitablemente solos. Es lo mismo, en realidad, que hayamos acudido al Auditorio acompañados de alguien o que pongamos a Brahms en nuestro salón repleto de gente. La sensación de relación entre la música y nosotros mismos es de soledad absoluta. En cambio, si pincho Land Of 1000 Dances de Wilson Pickett, enseguida me coloco mentalmente en un foro concurrido de espectadores con ganas de bailar. Que no es porque Pickett se baile fácilmente y Brahms con dificultad, es porque haya o no haya alguien más entre nosotros, real o virtual, participando, escuchando a la vez. Seguro que eso no le ocurría a muchos de los oyentes del pasado europeo, que serían perfectamente capaces de embriagarse con una melodía precisamente cuanto menos distancia hubiera entre las notas y su alma mortal. Pero nosotros no, nosotros los oyentes de la era post-radio y post-todo necesitamos una comunión menos íntima y recogida y más vulgar y multitudinaria. De ahí que tantos especialistas en música clásica se partan el pecho tratando de transmitirnos la virtudes de una obra excelsa y apenas consigan nada. No obstante, bastará que esa misma obra sirva de banda sonora de una película realmente buena y emotiva para que ya, de repente, nos acompañe siempre. No hay, por ejemplo, ejecución más gloriosa de “La Marsellesa” que la de Casablanca, o de la cabalgata de las valkirias de Wagner que Apocalipsis Now. Y cuando uno ve Casablanca o Apocalipsis Now en la soledad de su casa recostado en el sofá sabe muy bien que comparte su predilección por esas cintas en particular con más de la mitad de la humanidad, y por esa razón las goza singularmente. Así que pienso que eso en lo que pasa, que nos hemos vuelto gregarios para la música y quizá también para el resto de las viejas y bellas artes, y eso no hay pedagogía musical o literaria o pictórica por entusiasta y eficaz que sea que lo arregle.

 

 

De hecho, este fenómeno es lo que me explica que algunas cosa funcionen tan bien y otras no respecto de mí mismo. El grupo argentino Les Luthiers, por ejemplo, han conseguido imponer entre mucha gente sus composiciones elaboradas bajo estilos conocidos, clásicos o modernos, a base no sólo de humor, sino de hacernos “compañía” de una manera característica al tocar. Quiero decir que si ese mismo sexteto de Brahms que me enchufé en el coche fuese versionada con un retrete y una lata de sardinas por Les Luthiers seguro que “conectaba” con ella. Algo parecido sucede con ese genio… del Marketing que es el tal James Rhodes. Ha logrado, aunque sea por un tiempo, que asumamos que Johann Sebastian Bach en realidad tiene una función terapéutica (algo que, por cierto, menudea como interpretación del espíritu de los clásicos, readaptados en tanto música de relax o música chill out, siendo como es un anacronismo flagrante). Pero el secreto no es otro que haberse inmiscuido, el tal Rhodes, con su trágica historia en nuestras cabezas, haciendo que aparquemos consideraciones técnicas o religiosas acerca de Bach, y lo único que importe es que le oigamos a él tocando. Ya no estamos solos, el pobre tipo de las gafas nos acompaña. Eso no lo consiguió en décadas el buen talante y la pasión musical de un Fernando Argenta, por ejemplo. En realidad, daría lo mismo que Rhodes tocara a Enya, el efecto sería el mismo sobre su audiencia sobrecogida. De manera que entiendo que cualquier método para hacernos llegar la música clásica en su aspecto más puro, intentando que la disfrutemos y comprendamos tal como fue, está abocado al fracaso. Terminaremos proclamando siempre aquello de los Rolling Stones, It´s Only Rock And Roll But I Like It. En cambio, si nos dan ese inmenso tesoro clásico arropado en un contexto, sí, pero en un contexto que involucre a otros compañeros de especie que estén vivos en el mismo sentido vulgar y multitudinario en que lo estamos nosotros, puede que esa presunta maravilla que nos estamos perdiendo por escuchar, por ejemplo, a las Dover -digo mi caso- tenga todavía alguna oportunidad…

 

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4 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Está muy bien, pero es curioso. Los que te introducen en la música clásica tienen que ser simpáticos y conmovedores, mientras que un rockero gana más cuanto más chulo y distante se nos ponga…

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