Entre 1959 y 1960, Francisco Javier Sáenz de Oíza (1918-2000) da salida a dos viviendas claramente antagónicas y que presuponen actuaciones programáticas alternativas. Una rareza doble, en la medida en que, primeramente, Oíza no abundó en soluciones de viviendas individuales, y en segundo lugar porque representan dos ensayos formalmente antitéticos. Circunstancias estas, por otra parte, habituales en el mundo creativo del arquitecto navarro, quien ha demostrado una rara habilidad para transitar diferentes universos formales y para interesarse por cuestiones, aparentemente contrapuestas. De aquí su avidez por todo lo circundante y por capturar múltiples formas de expresión.
Baste recordar las diferencias existentes entre la formalización temprana de la Basílica de Aránzazu, de comienzos de los años cincuenta (1950-1954), con la masividad expresiva de una tectónica rotunda, y la esquematización geométrica liviana de la capilla del Camino de Santiago (1954), de estirpe miesiana, para corroborar lo afirmado.
Algo parecido ocurre años después, con la doble solución de las casas de 1959 y de 1960. Si la primera, la Casa Fernando Gómez en Durana, Vitoria, formula un discurso peculiar de la planta abierta y de la actitud experimental de la arquitectura nórdica; la segunda la Casa Lucas Prieto, en Talavera de la Reina, propone una reflexión acotada sobre la planta cerrada y regida por relaciones métricas exactas y precisas. Un viaje entre la flor abierta y el joyero cerrado. La primera solución, consecuentemente, de estirpe aaltiana, la segunda de estirpe planimétricamente miesiana.
Como si Oíza, a estas alturas primerizas de su carrera, tuviera una visión bifronte y la sostuviera sin ningún rubor, ni ningún estrabismo problemático. Aunque este será parte del legado posterior de Oíza: una obra de difícil filiación estilística y sometida a súbitos cambios de rumbo y de dirección. Unos movimientos formales que podían englobar el Organicismo de Torres Blancas (1961-1969), la mirada Tecnológica del Banco de Bilbao (1971-1978), la actitud Posmoderna del Auditorio de Santander (1991) o el Historicismo de Torre Triana (1993). Para demostrar con todo ello, la enorme voracidad estilística de uno de los arquitectos más influyentes en la España del siglo XX, a pesar de esos repetidos cambios de rumbo que pudieran desconcertar a algunos.
La casa Gómez, conocida por su emplazamiento como Casa Durana, se trata de una vivienda unifamiliar construida para la familia de un médico, en los alrededores de Vitoria, que se formula desde una reflexión contundente y ya madura. El esquema básico parte de una planta concentrada y organizada por una estructura radial de muros de carga, que se articulan desde el foco inicial de la chimenea hacia la envolvente exterior, como si el hogar, como lugar del fuego, trazase las líneas básicas del habitar. Las razones, más allá de lo estrictamente organizativo, responden a cuestiones de eficiencia energética (ávant-la lettre), y de que se buscaba, consecuentemente, la mejor respuesta a las exigencias climáticas y de uso.
La disposición orgánica y el esquema radial de los espacios, articulados mediante muros que se abren hacia el exterior, configura tres áreas de actividad diferenciadas que se corresponden con las funciones de estar, dormir y servicios. Y que tienen, en la prolongación exterior una organización complementaria de la parcela. Un tejado a tres aguas cubre el conjunto, apoyado en tres pilares y en los muros de carga, y su contorno se recorta respondiendo a la organización previa de la planta.
Se proyectó un espacio de desván como futuro estudio, aprovechando el bajo cubierta. Los muros y la cubierta envuelven el lugar, y conforman un edificio altamente sorprendente, tanto al exterior como al interior. Al interior por sus acabados cálidos de madera y ladrillo, y al exterior por sus referencias inequívocamente nórdicas de cerámicas gresificadas. La organización interior en las diversas zonas vivideras, que se prolongan, ajustadamente en el medio circundante, originan en la parcela recintos diferenciados que se corresponden con cada una de las funciones de la vivienda antes apuntadas, y a las que sirven como prolongación en el exterior.
Dándole a la casa una visión exterior múltiple y plural, en la medida en que no hay dos visiones iguales o similares. Una suerte de juego poliédrico del interior respecto al exterior. Como el propio juego de la naturaleza cambiante, que otorga luces diversas al cabo del año. Luces que desde el Hogar encendido e iluminado alumbran nuestros pasos y nuestros días.
Post Scriptum. Recientemente la Casa Durana ha cambiado de propietario. Circunstancia denunciada por el colegio de Arquitectos Vasco-Navarro, que ve en ello un presagio de posibles actuaciones que cuestionen la continuidad de la pieza de Sáenz de Oíza, que carece de cualquier tipo de protección patrimonial. Similares a las actuaciones experimentadas este mismo año por la Casa Guzmán de Alejandro de la Sota, y anteriormente, por la casa Arvesú del mismo de la Sota, demolida en 1987. Sirvan estas líneas como homenaje a un hombre y una obra y como defensa de su continuidad.